EL SECRETO.
que discutir sobre los mejores medios y menos
Peligrosos que debian adoptarse para que
despues de haberle revelado el descubrimien-
to del secreto 4 Sarah, pudiera dársele á en-
tender que estaban en Londres. Despues de
reflexionar un rato, Leonardo suplicó 4 Ros-
munda que cogiera el documento, redactado
aquella misma mañana por su atogado, y que
en el reverso del papel escribiera, en los
términos que iba 4 dictarle, algunos renglo-
nes en los que rogara á mistress Jazeph, des-
pues de que se cerciorara que esto no la obli-
gaba á afirmar cosa alguna que no fuera exac-
tamente cierta, que estampara su firma al pié
del expresado documento. Practicado esto y
doblado el papel de manera que las líneas es-
critas por mistress Frankland fuesen las pri-
meras que se ofrecieran necesariamente á los
ojos de la enferma , Leonardo hizo que se lo
entregase al anciano, y le explicó en estos
términos el uso que debia hacer de él:
—Cuando hayais informado á vuestra so-
brina de todo lo que hace referencia al secre-
to , y despues de haberle dado todo el tiem-
po necesario para reponerse, si os hace algu-
nas preguntas relativamente 4 mi esposa 6 á
mí (y supongo que será asi) por toda con-
testacion entregadle este papel, rogándola que
lo lea. Tanto si se aviene á firmarlo, como si
se niega á ello, de seguro preguntará cómo
ha llegado á vuestras manos, Contestadle que
lo habeis recibido de mistress Frankland, y no
olvideis que es necesario servirse de esta pa-
labra recibido, de manera que en el primer
momento pueda creer que ha venido de
Porthbgenna por el correo, Si la encontrais
bien dispuesta á firmar la declaracion, y si,
despues de haberla firmado, no está demasia-
do violentamente conmovida, decidle enton-
ces, poco á poco, midiendo las gradaciones,
Gel mismo modo que lo habreis practicado
para revelarle el descubrimiento del secreto,
decidle que mi esposa os ha entregado por su
mano el documento, y que está en Lon-
dres.... :
—Aguardo suspirando que llegue el mo-
mento de correr á su lado, añadió Rosmunda.,
Vos que no olvidais'nada , seguramente tam-
poco olvidareis esto , estoy cierta,
_Este elogio dirigido 4 su buena memoria
hizo ruborizar de satisfaccion al tio Joseph,
como si fuera un escolar. Despues de haber
ofrecido que se mostraria digno de la confian-
za que se depositaba en él, y de haberse
+ comprometido á volver, antes de terminar el
dia, para calmar la inquietud de mistress
Frankland, se despidió de los dos jóvenes
esposos, y partió, mirando como asegurado
de antemano el éxito de su importante mi-
sion, .
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Rosmunda , asomada á la ventana, le si-
guió con la mirada, viéndole escabullirse entre
la muchedumbre que le estorbaba el paso,
hasta que le perdió enteramente de vista.
¡ Con qué ligereza se alejaba aquel buen hom-
brecito ! : Cuánta alegría infundian aquellos
rayos del sol que caian de lleno sobre el ale-
gre tumulto de la calle ! La gran ciudad toda
entera parecia un lazzaroni tendido bajo los
abrasadores rayos , recibiendo su calor con
perezosa voluptuosidad. La sangre corria, con
mayor velocidad que nunca , por mil arterias,
cuyo pulso parecia mas fuerte, los latidos
mas frecuentes, mas impetuosos, y sus mil
voces confundidas en un murmullo halagador,
no hablaban al parecer mas que de esperan-
za8.
CAPITULO II.
La historia de lo pasado.
- Trascurrió la tarde, llegó la noche, y nose
oyó hablar mas del tio Joseph, Cerca de las
siete , la nodriza llamó á Rosmunda para que
fuera á ver al niño, que no se dormia y esta-
ba agitado al parecer. Despues de haberle
tranquilizado con sus caricias , la jóven ma-
dre le llevó consigo al salon. Por uno de esos
buenos impulsos que la hacian velar incesan-
temente por el bienestar de sus subordinados,
acababa de permitir £ la nodriza que bajara,
por una hora , al lado de las otras criadas para
descansar de este modo de sus asiduos cui-
dados, «No me agrada, Lenny, encontrar-
me léjos de tí durante estas horas críticas,
dijo 4 su marido cuando se reunió con el; tam-
bien he traido conmigo al niño, No es pro-
bable que vuelva á incomodarnos, y en es-
tos momentos de tregua , los cuidados que le
prodigo me sirven verdaderamente de distrae-
cion.»
En el reloj colocado sobre la chimenea die-
ron las siete y media, Los coches se sucedian
en la calle cada vez con mayor rapidez , lle-
nos de gentes vestidas lujesamente, gentes
que comen en las fondas, abonados á la Ópe-
ra. Los vendedores ambulantes de periódicos
gritaban anunciando las noticias de la según-
da edicion de la tarde. En el umbral de los
almacenes, los desgraciados que durante todo
el dia habian servido á los parroquianos de-
trás del mostrador salian á respirar un poco
la frescura del ambiente, Los jornaleros re-
gresaban á bandadas á sus casas, arrastrando
los piés y con la cabeza baja, Mil ociosos que
salian despues de comer, encendian un cigar-
ro en la esquina de la calle, y dirigiendo á
derecha é izquierda una mirada indecisa, no