Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
EL SECRETO. 
que discutir sobre los mejores medios y menos 
Peligrosos que debian adoptarse para que 
despues de haberle revelado el descubrimien- 
to del secreto 4 Sarah, pudiera dársele á en- 
tender que estaban en Londres. Despues de 
reflexionar un rato, Leonardo suplicó 4 Ros- 
munda que cogiera el documento, redactado 
aquella misma mañana por su atogado, y que 
en el reverso del papel escribiera, en los 
términos que iba 4 dictarle, algunos renglo- 
nes en los que rogara á mistress Jazeph, des- 
pues de que se cerciorara que esto no la obli- 
gaba á afirmar cosa alguna que no fuera exac- 
tamente cierta, que estampara su firma al pié 
del expresado documento. Practicado esto y 
doblado el papel de manera que las líneas es- 
critas por mistress Frankland fuesen las pri- 
meras que se ofrecieran necesariamente á los 
ojos de la enferma , Leonardo hizo que se lo 
entregase al anciano, y le explicó en estos 
términos el uso que debia hacer de él: 
—Cuando hayais informado á vuestra so- 
brina de todo lo que hace referencia al secre- 
to , y despues de haberle dado todo el tiem- 
po necesario para reponerse, si os hace algu- 
nas preguntas relativamente 4 mi esposa 6 á 
mí (y supongo que será asi) por toda con- 
testacion entregadle este papel, rogándola que 
lo lea. Tanto si se aviene á firmarlo, como si 
se niega á ello, de seguro preguntará cómo 
ha llegado á vuestras manos, Contestadle que 
lo habeis recibido de mistress Frankland, y no 
olvideis que es necesario servirse de esta pa- 
labra recibido, de manera que en el primer 
momento pueda creer que ha venido de 
Porthbgenna por el correo, Si la encontrais 
bien dispuesta á firmar la declaracion, y si, 
despues de haberla firmado, no está demasia- 
do violentamente conmovida, decidle enton- 
ces, poco á poco, midiendo las gradaciones, 
Gel mismo modo que lo habreis practicado 
para revelarle el descubrimiento del secreto, 
decidle que mi esposa os ha entregado por su 
mano el documento, y que está en Lon- 
dres.... : 
—Aguardo suspirando que llegue el mo- 
mento de correr á su lado, añadió Rosmunda., 
Vos que no olvidais'nada , seguramente tam- 
poco olvidareis esto , estoy cierta, 
_Este elogio dirigido 4 su buena memoria 
hizo ruborizar de satisfaccion al tio Joseph, 
como si fuera un escolar. Despues de haber 
ofrecido que se mostraria digno de la confian- 
za que se depositaba en él, y de haberse 
+ comprometido á volver, antes de terminar el 
dia, para calmar la inquietud de mistress 
Frankland, se despidió de los dos jóvenes 
esposos, y partió, mirando como asegurado 
de antemano el éxito de su importante mi- 
sion, . 
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Rosmunda , asomada á la ventana, le si- 
guió con la mirada, viéndole escabullirse entre 
la muchedumbre que le estorbaba el paso, 
hasta que le perdió enteramente de vista. 
¡ Con qué ligereza se alejaba aquel buen hom- 
brecito ! : Cuánta alegría infundian aquellos 
rayos del sol que caian de lleno sobre el ale- 
gre tumulto de la calle ! La gran ciudad toda 
entera parecia un lazzaroni tendido bajo los 
abrasadores rayos , recibiendo su calor con 
perezosa voluptuosidad. La sangre corria, con 
mayor velocidad que nunca , por mil arterias, 
cuyo pulso parecia mas fuerte, los latidos 
mas frecuentes, mas impetuosos, y sus mil 
voces confundidas en un murmullo halagador, 
no hablaban al parecer mas que de esperan- 
za8. 
CAPITULO II. 
La historia de lo pasado. 
- Trascurrió la tarde, llegó la noche, y nose 
oyó hablar mas del tio Joseph, Cerca de las 
siete , la nodriza llamó á Rosmunda para que 
fuera á ver al niño, que no se dormia y esta- 
ba agitado al parecer. Despues de haberle 
tranquilizado con sus caricias , la jóven ma- 
dre le llevó consigo al salon. Por uno de esos 
buenos impulsos que la hacian velar incesan- 
temente por el bienestar de sus subordinados, 
acababa de permitir £ la nodriza que bajara, 
por una hora , al lado de las otras criadas para 
descansar de este modo de sus asiduos cui- 
dados, «No me agrada, Lenny, encontrar- 
me léjos de tí durante estas horas críticas, 
dijo 4 su marido cuando se reunió con el; tam- 
bien he traido conmigo al niño, No es pro- 
bable que vuelva á incomodarnos, y en es- 
tos momentos de tregua , los cuidados que le 
prodigo me sirven verdaderamente de distrae- 
cion.» 
En el reloj colocado sobre la chimenea die- 
ron las siete y media, Los coches se sucedian 
en la calle cada vez con mayor rapidez , lle- 
nos de gentes vestidas lujesamente, gentes 
que comen en las fondas, abonados á la Ópe- 
ra. Los vendedores ambulantes de periódicos 
gritaban anunciando las noticias de la según- 
da edicion de la tarde. En el umbral de los 
almacenes, los desgraciados que durante todo 
el dia habian servido á los parroquianos de- 
trás del mostrador salian á respirar un poco 
la frescura del ambiente, Los jornaleros re- 
gresaban á bandadas á sus casas, arrastrando 
los piés y con la cabeza baja, Mil ociosos que 
salian despues de comer, encendian un cigar- 
ro en la esquina de la calle, y dirigiendo á 
derecha é izquierda una mirada indecisa, no 
 
	        
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