EL SECRETO,
ya crecidos... ¡Comprendeis, no es verdad,
que obraba mal!
En el momento en que dirigia esta pregun-
ta £ Rosmunda, ella estaba jugando con la
manecita de su hijo, la cual descansaba entre
las suyas.
—Creo, contestó, que mistress Treverton
era en verdad digna de compasion,
Y al decir esto llevó nuevamente á sus
labios la manecita del niño que estaba pro-
- fundamente dormido.
—Pues bien, yo tambien, dijo el tio Jo-
seph... digna de compasion, habeis acertado
la frase,.. Y mucho mas digna de compasion
todavía, algunos meses despues, cuando no
habia tenido ningun hijo, ni anuncio siquie-
ra, y cuando el buen capitan un dia llegó á
decir: «Yo me fastidio aquí... la inaccion me
envejece... es necesario que vuelya al mar.
Voy á pedir el mando de un buque...» En
efecto lo hizo asi; le señalaron buque en se-
uida, y hele en marcha para sus cruceros ..
deapiicd de haber acariciado mucho, de ha-
ber abrazado repetidas veces á su esposa en
el momento de la despedida, es verdad... pe-
ro partió. Cuando marchó, la señora subió al
encuentro de la pobre Sarah, que estaba
cortándole precisamente un magnifico vestido
nuevo: se lo quita de las manos , lo arroja al
suelo, y arroja tambien sus joyas que esta-
ban extendidas sobre la mesa, y pateó y llo-
ró mo pudiendo contener mas su pena y su
despecho: «Por tener un hijo, decia, diera
oustosa todos esos adornos, é iria cubierta de
andrajos todo el resto de mis dias... Yo pier-
do el amor de mi marido; jamás se hubiera
separado de mi si le hubiese dado un hijo...»
Luego se miró al espejo y dijo entre dientes :
«Sí, soy una mujer hermosa , tengo un lindo
talle, seguramente !... pues bien, yo me cam-
biaria por la jorobada mas fea que pueda
haber en la tierra, con tal solo de que estu-
viera segura de llegar á ser madre...» Des-
pues cuenta á Sarah los indignos propósitos
que el hermano del capitan habia abrigado
respecto á ella en la época de su casamiento,
porque pertenecia al teatro, y luego añadió :
«Siéndome imposible tener un hijo, quisiera
ahogar entre mis manos á ese miserable, á
ese monstruo que heredará toda la fortuna del
capitan...» Luego volvió 4 llorar: «¡Ah! lo
veo, lo comprendo bien... muy pronto dejará
de quererme... lo veo bien, estoy segura de
ello!...» Nada de lo que le dijo Sarah: pudo
arrancarla á estas tristes reflexiones, Pasan
los meses, regresa el capitan, y siempre el
mismo secreto pensamiento va tomando ma-
yores proporciones en el ánimo de la señora,
siguiendo siempre en aumento esta pena,
cuando se cumplió el tercer año de matrimo -
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nio, sin vislumbrar la mas pequeña esperan-
za. El capitan se fastidia de nuevo de perma-
necer en el corral de vacas; vuelve á partir
para nuevos cruceros, que esta vez serán lar-
gos , porque va léjos, muy léjos , al otro ex-
tremo del mundo.
Al llegar aquí el tio Joseph, se detuvo de
nuevo, vacilando al parecer algun tanto, so-
bre el curso que era necesario dar á esta pri-
mera parte de su relacion. Bien pronto las
dudas de su espiritu parecieron resueltas, pe-
ro su fisonomía se entristeció, y el acento de
su voz habia adquirido mas gravedad cuando
continuó , dirigiéndose siempre á Rosmuñda :
—Ahora nos será indispensable, con vues-
tro permiso, perder un poco de vista á mis-
tress Treverton, para volver á ocuparnos de
mi sobrina Sarah. Hablaremos al mismo tiem-
po de un minero, que se llamaba Polwheal,
Era este un hombre jóven, buen operario,
que ganaba mucho y era muy querido. Vivia
con su madre, en la pequeña aldea que hay
. cerca del antiguo dominio; viendo de cuando
en cuando á Sarah se habia aficionado á ella,
y ella tambien á él, Llegaron pues á darse
palabra de casamiento, lo que tuvo lugar
precisamente en la época en que el capitan,
habiendo regresado de su primer crucero,
empezaba á pensar que era ya tiempo de
rgembarcarse, Ni él ni su esposa tuvieron n2-
da que objetar contra la promesa de casa-
miento, puesto que el minero Polwheal gana-
ba mucho y gozaba de buena reputacion. La
señora decia solamente que sentiria mucho la
falta de Sarah, pero mucho... y Sarah con-
testó que no tenia ninguna prisa en separarse
de su ama... Pasaron así las semanas, y el
capitan acabó por embarcarse para su largo
viaje. Hácia la misma época, la señora se
apercibe de que Sarah se inquieta, se ator-
menta , no es ya la misma... y que el minero
Polwbheal ya' por un lado ya por otro, pero
siempre á escondidas, ronda al rededor de
la casa. «Hola! dijo entre sí, ¡haria yo,
por casualidad, esperar mas de lo indispensa-
ble á esos pobres muchachos ?... Amo dema-
siado á Sarah para que haga durar esto por
mas tiempo...» En virtud de esto, los hizo
comparecer una noche; les dijo algunas pala-
bras consoladoras, y encargó al minero Polw-
heal que hiciera publicar las proclamas al dia
siguiente por la mañana. Aquella noche mis-
ma, le correspondia el turno á nuestro jóven
de ir á trabajar 4 la mina. Con el corazon
henchido de alegría, se sumerge en el negro
agujero; y cuando sale para reaparecer á la
luz del sol, no era mas que un cadáver... Un
cadayer, del que un pedazo de roca, cayendo
de improviso, habia quitado la existencia ar-
dorosa y lozana. La triste nueva corre de bo.
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