Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
  
  
EL SECRETO, 
ya crecidos... ¡Comprendeis, no es verdad, 
que obraba mal! 
En el momento en que dirigia esta pregun- 
ta £ Rosmunda, ella estaba jugando con la 
manecita de su hijo, la cual descansaba entre 
las suyas. 
—Creo, contestó, que mistress Treverton 
era en verdad digna de compasion, 
Y al decir esto llevó nuevamente á sus 
labios la manecita del niño que estaba pro- 
- fundamente dormido. 
—Pues bien, yo tambien, dijo el tio Jo- 
seph... digna de compasion, habeis acertado 
la frase,.. Y mucho mas digna de compasion 
todavía, algunos meses despues, cuando no 
habia tenido ningun hijo, ni anuncio siquie- 
ra, y cuando el buen capitan un dia llegó á 
decir: «Yo me fastidio aquí... la inaccion me 
envejece... es necesario que vuelya al mar. 
Voy á pedir el mando de un buque...» En 
efecto lo hizo asi; le señalaron buque en se- 
uida, y hele en marcha para sus cruceros .. 
deapiicd de haber acariciado mucho, de ha- 
ber abrazado repetidas veces á su esposa en 
el momento de la despedida, es verdad... pe- 
ro partió. Cuando marchó, la señora subió al 
encuentro de la pobre Sarah, que estaba 
cortándole precisamente un magnifico vestido 
nuevo: se lo quita de las manos , lo arroja al 
suelo, y arroja tambien sus joyas que esta- 
ban extendidas sobre la mesa, y pateó y llo- 
ró mo pudiendo contener mas su pena y su 
despecho: «Por tener un hijo, decia, diera 
oustosa todos esos adornos, é iria cubierta de 
andrajos todo el resto de mis dias... Yo pier- 
do el amor de mi marido; jamás se hubiera 
separado de mi si le hubiese dado un hijo...» 
Luego se miró al espejo y dijo entre dientes : 
«Sí, soy una mujer hermosa , tengo un lindo 
talle, seguramente !... pues bien, yo me cam- 
biaria por la jorobada mas fea que pueda 
haber en la tierra, con tal solo de que estu- 
viera segura de llegar á ser madre...» Des- 
pues cuenta á Sarah los indignos propósitos 
que el hermano del capitan habia abrigado 
respecto á ella en la época de su casamiento, 
porque pertenecia al teatro, y luego añadió : 
«Siéndome imposible tener un hijo, quisiera 
ahogar entre mis manos á ese miserable, á 
ese monstruo que heredará toda la fortuna del 
capitan...» Luego volvió 4 llorar: «¡Ah! lo 
veo, lo comprendo bien... muy pronto dejará 
de quererme... lo veo bien, estoy segura de 
ello!...» Nada de lo que le dijo Sarah: pudo 
arrancarla á estas tristes reflexiones, Pasan 
los meses, regresa el capitan, y siempre el 
mismo secreto pensamiento va tomando ma- 
yores proporciones en el ánimo de la señora, 
siguiendo siempre en aumento esta pena, 
cuando se cumplió el tercer año de matrimo - 
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nio, sin vislumbrar la mas pequeña esperan- 
za. El capitan se fastidia de nuevo de perma- 
necer en el corral de vacas; vuelve á partir 
para nuevos cruceros, que esta vez serán lar- 
gos , porque va léjos, muy léjos , al otro ex- 
tremo del mundo. 
Al llegar aquí el tio Joseph, se detuvo de 
nuevo, vacilando al parecer algun tanto, so- 
bre el curso que era necesario dar á esta pri- 
mera parte de su relacion. Bien pronto las 
dudas de su espiritu parecieron resueltas, pe- 
ro su fisonomía se entristeció, y el acento de 
su voz habia adquirido mas gravedad cuando 
continuó , dirigiéndose siempre á Rosmuñda : 
—Ahora nos será indispensable, con vues- 
tro permiso, perder un poco de vista á mis- 
tress Treverton, para volver á ocuparnos de 
mi sobrina Sarah. Hablaremos al mismo tiem- 
po de un minero, que se llamaba Polwheal, 
Era este un hombre jóven, buen operario, 
que ganaba mucho y era muy querido. Vivia 
con su madre, en la pequeña aldea que hay 
. cerca del antiguo dominio; viendo de cuando 
en cuando á Sarah se habia aficionado á ella, 
y ella tambien á él, Llegaron pues á darse 
palabra de casamiento, lo que tuvo lugar 
precisamente en la época en que el capitan, 
habiendo regresado de su primer crucero, 
empezaba á pensar que era ya tiempo de 
rgembarcarse, Ni él ni su esposa tuvieron n2- 
da que objetar contra la promesa de casa- 
miento, puesto que el minero Polwheal gana- 
ba mucho y gozaba de buena reputacion. La 
señora decia solamente que sentiria mucho la 
falta de Sarah, pero mucho... y Sarah con- 
testó que no tenia ninguna prisa en separarse 
de su ama... Pasaron así las semanas, y el 
capitan acabó por embarcarse para su largo 
viaje. Hácia la misma época, la señora se 
apercibe de que Sarah se inquieta, se ator- 
menta , no es ya la misma... y que el minero 
Polwbheal ya' por un lado ya por otro, pero 
siempre á escondidas, ronda al rededor de 
la casa. «Hola! dijo entre sí, ¡haria yo, 
por casualidad, esperar mas de lo indispensa- 
ble á esos pobres muchachos ?... Amo dema- 
siado á Sarah para que haga durar esto por 
mas tiempo...» En virtud de esto, los hizo 
comparecer una noche; les dijo algunas pala- 
bras consoladoras, y encargó al minero Polw- 
heal que hiciera publicar las proclamas al dia 
siguiente por la mañana. Aquella noche mis- 
ma, le correspondia el turno á nuestro jóven 
de ir á trabajar 4 la mina. Con el corazon 
henchido de alegría, se sumerge en el negro 
agujero; y cuando sale para reaparecer á la 
luz del sol, no era mas que un cadáver... Un 
cadayer, del que un pedazo de roca, cayendo 
de improviso, habia quitado la existencia ar- 
dorosa y lozana. La triste nueva corre de bo. 
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