Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

   
madre, sin molestarse, pudiera ver lo que 
iba 4 practicar. El primer objeto que se pre- 
sentó á su vista al hacer esta espécie de in- 
ventario fué un tomito cuyas cubiertas estaban 
muy usadas. Era este libro un antiguo ejem- 
plar de los Himnos de Wesley. Entre sus pá- 
ginas se conservaban algunas briznas de cés- 
ped secas. En una de las hojas que estaba en 
blanco se leia la siguiente inscripcion: « Este 
libro pertenece á Sarah Leeson. Regalado por 
Hugh Polwheal. » 
—Mira bien eso, le dijo su madre... es 
preciso no echarlo en olvido... Cuando llegue 
la época de nuestra separacion, Rosmunda, 
colocarás con tus queridas manos ese librito 
encima de mi corazon inerte... Entre sus pá- 
ginas colocarás cabello tuyo, y me harás en- 
terrar en la fosa del cementerio de Porthgen- 
na, donde por tanto tiempo me ha estado es- 
perando. Los otros objetos que contiene la 
- Cajita te pertenecen, Rosmunda. Son recuer- 
dos insignificantes , recogidos furtivamente en 
uno ú otro lado ; y que me traian á la memo- 
ria mi hija, cuando estaba sola en el mundo, 
convertido para mí en un desierto... Tal yez, 
dentro de muchos años, cuando tus hermo- 
sos cabellos empezarán á encanecer tomo los 
mios , al hablar á tus hijos de sw abuelita, 
tendrás gusto en enseñarles esas bagatelas que 
tan preciosas han sido para mí, No temas de- 
cirles cuanto tiempo he andado errante , cuan- 
to he sufrido... Porque, por fin de cuenta, 
esas pequeñas reliquias hablarán por mí.... 
La mas insignificante de ellas les hará com- 
prender cuánto ha sido el cariño que te ha 
profesado tu madre, 
Al decir esto, sacó de la cajita una hoja de 
papel blanco, doblada con esmero, que esta- 
ba colocada debajo del libro de los Himnos; 
la desdobló y mostró 4 su hija algunas hojas 
de falso ébano que estaban envueltas en ella, 
«Las tomé de encima de tu cama, Rosmunda, 
el dia en que fuí, desconocida para tí, á cui- 
darte en West-Winston... Cuando supe el 
nombre de la señora detenida en aquella po- 
sada , la tentacion de arriesgarlo todo para 
verte á ti y á mi nietecito, tomó en mí ma- 
yores "proporciones... Quise quitar tambien 
del baul una de tus cintas... una cinta que 
indudablemente habia ceñido tu garganta, 
Pero en aquel momento el doctor se acercó 4 
mi y me dió miedo. 
Volvió 8 doblar el papel, lo colocó en un 
extremo de la mesa, y sacó de la cajita una 
laminita arrancada de un librito de memoriás, 
Aquella estampa representaba una niña, con 
sombrero de paja de alas anchas, sentada á 
la orilla del agua tejiendo una guirnalda de 
margaritas, Como dibujo, no tenia ningun mé- 
rito, como lámina ni aun el de estar bien im- 
264 EL SECRETO. 
presa. Debajo estaba escrito con lópiz en.ca- 
racteres microscópicos : « Rosmunda , la últi- 
ma vez que la he visto, » 
—Ciertamente , eras mucho mas linda que 
esta, añadió Sarah; pero tal como es me ayu- 
daba recordar la querida niña , en la dispo- 
sicion que la dejé en la época en que me vi 
obligada á separarme de ella. 
La laminita fué á hacer compañía á las ho- 
jas de falso ébano; Sarah sacó entonces de 
la caja una hoja arrancada evidentemente de 
algun cuaderno, y doblada por mitad. Al 
abrirla cayó una tirita de papel cubierta de 
diminutos caracteres de imprenta. Esta fué la 
que examinó primero la enferma : « La noti- 
cia de tu casamiento, Rosmunda , dijo... Me 
distraia , cuando estaba sola, leyendo y rele- 
yendo este suelto de periódico... procurando: 
representarte en mi imaginacion tal como es- 
tabas , y el traje que llevabas aquel dia... Si 
hubiera podido saber con anticipacion en qué 
iglesia debia tener lugar la ceremonia, segu- 
ramente me hubiera arriesgado á presentarme 
para veros £ ti y á tu marido... pero esto no 
me fué posible.. y tal vez debo dar gracias al 
cielo por ello, porque , despues de haber go- 
zado ocultamente de esta felicidad, me hu- 
biera parecido mas adelante que me era mas 
dificil soportar mis penas,.. No tengo en mi 
poder, Rosmunda, viniendo de tí, mas que 
esta hoja de tu primer cartapacio de escritu- 
ra... Tu niñera se sirvió del resto, en Porth- 
genna , haciéndolo pedazos 4 medida que lo- 
necesitaba para encender la lumbre. Un dia. 
que ella no tenia la vista fija en mí, pude 
apoderarme de esta hoja. Mira !... todavía no 
sabias hacer letras.., no hay mas que líneas 
y trazos... ¡Ay de mí! cuántas veces he per- 
manecido en contemplacion delante de este mal 
pedazo de papel y procuraba figurarme que 
veia ta mano infantil pasando por encima de él 
estrechando entre las yemas de tus sonrosados 
dedos la rebelde pluma !... Creo en verdad,. 
querida mia, que he derramado mas lágri- 
mas sobre este pedazo de papel, solo, que 
sobre todos los objetos que conservaba unidos 
á él como recuerdo, » : 
Roszmunda miró hácia la ventana para ocul- 
ter las lágrimas que no pudo contener por 
mas tiempo. 
Mientras las enjugaba sin que su madre lo 
advirtiera , observó que el cielo se oscurecia 
y comprendió que muy pronto naceria el cre- 
púsculo... ¡Qué pálida y tenue era la luz 
del ocaso!... ¡Con qué velocidad se acercaba 
la sombra de la noche ! 
Cuando se volvió hácia la cama, su madre 
contemplaba todavía la hojita que habia en- 
señado últimamente. ; 
— La niñera, que encendia la lumbre con 
  
PE 
  
 
	        
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