madre, sin molestarse, pudiera ver lo que
iba 4 practicar. El primer objeto que se pre-
sentó á su vista al hacer esta espécie de in-
ventario fué un tomito cuyas cubiertas estaban
muy usadas. Era este libro un antiguo ejem-
plar de los Himnos de Wesley. Entre sus pá-
ginas se conservaban algunas briznas de cés-
ped secas. En una de las hojas que estaba en
blanco se leia la siguiente inscripcion: « Este
libro pertenece á Sarah Leeson. Regalado por
Hugh Polwheal. »
—Mira bien eso, le dijo su madre... es
preciso no echarlo en olvido... Cuando llegue
la época de nuestra separacion, Rosmunda,
colocarás con tus queridas manos ese librito
encima de mi corazon inerte... Entre sus pá-
ginas colocarás cabello tuyo, y me harás en-
terrar en la fosa del cementerio de Porthgen-
na, donde por tanto tiempo me ha estado es-
perando. Los otros objetos que contiene la
- Cajita te pertenecen, Rosmunda. Son recuer-
dos insignificantes , recogidos furtivamente en
uno ú otro lado ; y que me traian á la memo-
ria mi hija, cuando estaba sola en el mundo,
convertido para mí en un desierto... Tal yez,
dentro de muchos años, cuando tus hermo-
sos cabellos empezarán á encanecer tomo los
mios , al hablar á tus hijos de sw abuelita,
tendrás gusto en enseñarles esas bagatelas que
tan preciosas han sido para mí, No temas de-
cirles cuanto tiempo he andado errante , cuan-
to he sufrido... Porque, por fin de cuenta,
esas pequeñas reliquias hablarán por mí....
La mas insignificante de ellas les hará com-
prender cuánto ha sido el cariño que te ha
profesado tu madre,
Al decir esto, sacó de la cajita una hoja de
papel blanco, doblada con esmero, que esta-
ba colocada debajo del libro de los Himnos;
la desdobló y mostró 4 su hija algunas hojas
de falso ébano que estaban envueltas en ella,
«Las tomé de encima de tu cama, Rosmunda,
el dia en que fuí, desconocida para tí, á cui-
darte en West-Winston... Cuando supe el
nombre de la señora detenida en aquella po-
sada , la tentacion de arriesgarlo todo para
verte á ti y á mi nietecito, tomó en mí ma-
yores "proporciones... Quise quitar tambien
del baul una de tus cintas... una cinta que
indudablemente habia ceñido tu garganta,
Pero en aquel momento el doctor se acercó 4
mi y me dió miedo.
Volvió 8 doblar el papel, lo colocó en un
extremo de la mesa, y sacó de la cajita una
laminita arrancada de un librito de memoriás,
Aquella estampa representaba una niña, con
sombrero de paja de alas anchas, sentada á
la orilla del agua tejiendo una guirnalda de
margaritas, Como dibujo, no tenia ningun mé-
rito, como lámina ni aun el de estar bien im-
264 EL SECRETO.
presa. Debajo estaba escrito con lópiz en.ca-
racteres microscópicos : « Rosmunda , la últi-
ma vez que la he visto, »
—Ciertamente , eras mucho mas linda que
esta, añadió Sarah; pero tal como es me ayu-
daba recordar la querida niña , en la dispo-
sicion que la dejé en la época en que me vi
obligada á separarme de ella.
La laminita fué á hacer compañía á las ho-
jas de falso ébano; Sarah sacó entonces de
la caja una hoja arrancada evidentemente de
algun cuaderno, y doblada por mitad. Al
abrirla cayó una tirita de papel cubierta de
diminutos caracteres de imprenta. Esta fué la
que examinó primero la enferma : « La noti-
cia de tu casamiento, Rosmunda , dijo... Me
distraia , cuando estaba sola, leyendo y rele-
yendo este suelto de periódico... procurando:
representarte en mi imaginacion tal como es-
tabas , y el traje que llevabas aquel dia... Si
hubiera podido saber con anticipacion en qué
iglesia debia tener lugar la ceremonia, segu-
ramente me hubiera arriesgado á presentarme
para veros £ ti y á tu marido... pero esto no
me fué posible.. y tal vez debo dar gracias al
cielo por ello, porque , despues de haber go-
zado ocultamente de esta felicidad, me hu-
biera parecido mas adelante que me era mas
dificil soportar mis penas,.. No tengo en mi
poder, Rosmunda, viniendo de tí, mas que
esta hoja de tu primer cartapacio de escritu-
ra... Tu niñera se sirvió del resto, en Porth-
genna , haciéndolo pedazos 4 medida que lo-
necesitaba para encender la lumbre. Un dia.
que ella no tenia la vista fija en mí, pude
apoderarme de esta hoja. Mira !... todavía no
sabias hacer letras.., no hay mas que líneas
y trazos... ¡Ay de mí! cuántas veces he per-
manecido en contemplacion delante de este mal
pedazo de papel y procuraba figurarme que
veia ta mano infantil pasando por encima de él
estrechando entre las yemas de tus sonrosados
dedos la rebelde pluma !... Creo en verdad,.
querida mia, que he derramado mas lágri-
mas sobre este pedazo de papel, solo, que
sobre todos los objetos que conservaba unidos
á él como recuerdo, » :
Roszmunda miró hácia la ventana para ocul-
ter las lágrimas que no pudo contener por
mas tiempo.
Mientras las enjugaba sin que su madre lo
advirtiera , observó que el cielo se oscurecia
y comprendió que muy pronto naceria el cre-
púsculo... ¡Qué pálida y tenue era la luz
del ocaso!... ¡Con qué velocidad se acercaba
la sombra de la noche !
Cuando se volvió hácia la cama, su madre
contemplaba todavía la hojita que habia en-
señado últimamente. ;
— La niñera, que encendia la lumbre con
PE