Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

   
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las luces... Estoy segura de que la claridad os 
haria bien. : 
—No,.. ahora no!... Da tiempo á las ti- 
nieblas para que se acumulen allí, en aquel 
rincon del aposento... Levántame todo lo que 
puedas, apóyame en tu pecho y deja que te 
hable muy bajo. 
El brazo que tenia pasado al rededor del 
cuello de Rosmunda se afirmó mas todavía 
mientras ella ayudaba 4 su madre á incorpo- 
rarse en la cama. Las pálidas claridades que 
entraban por la ventana daban de lleno en el 
rostro de la enferma y reflejaban en su hosca 
mirada, —Aguardo cierta cosa , que viene to- 
dos los dias precisamente á esta hora , antes 
de que se enciendan las luces , murmuró muy 
bajo, y con voz ahogada por el miedo... allá 
AO 
Y señalaba, cerca de la puerta, el rincon 
del aposento que estaba mas apartado, 
—Madre mia... en nombre de Dios! ¡qué 
teneis?,.. ¡Qué es lo que acontece para que 
os turbeis de ese modo? 
—Bien , bien... dilo asi : «Madre mia !» Si 
ella viene, ¿no se detendrá, despues de haber 
oido que me llamas: «Madre mia !» y cuando 
- vea que al fin y al cabo, á pesar suyo, nos 
hemos encontrado, y nos queremos?,.. ¡Oh! 
buena, tierna y misericordiosa jóven !... Si pu- 
dieras librarme de ella !... ¡Cuántos años po- 
dria vivir todavía !... ¡ cuán felices seríamos 
las dos !... 
—No hableis así... no me mireis de ese 
modo !.,. Decidme tranquilamente , querida , 
queridísima madre , tranquilamente , sin agi- 
taros... 
—Chut... chut ! debo decírtelo todo,.. En 
su lecho de muerte me amenazó, si la des- 
obedecia... diciendo que vendria del otro 
mundo , que volveria á atormentarme... Pues 
bien , Rosmunda!... la he desobedecido... Me 
ha cumplido su promesa... sí, siempre , des- 
de aquel momento, la ha cumplido... Mira!... 
Mira allá en aquel rincon !... 
Con su brazo izquierdo , mientras se expre- 
saba de este modo, ceñia el cuello de Ros- 
munda. El derecho lo tenia tendido hácia un 
rincon del aposento, y lentamente , lentamente 
agitaba su mano en el vacio. 
—Mira!... decia,.. mirala como se me pre- 
senta siempre , al terminar el dia,.. con ese 
grosero traje negre que mis manos cosieron.., 
con aquella misma sonrisa que tenia en los 
labios al preguntarme si podrian tomarla bien 
por una criada... Señora! ama mia... descan- 
sad al fin... El secreto ahora ya no nos per- 
tenece,.. Descansad... Me ha sido devuelta mi 
hija,.. Descansad en paz... no vengais á in- . 
terponeros entre las dos... 
Cesó de hablar, procurando con gran es- 
EL SECRETO. : 
fuerzo recobrar la respiracion que le faltaba. 
Luego trémula y calenturienta apoyó su me- 
jilla en la de su hija... Todavía, todavía !... 
llámame Madre mia! le dijo muy bajo... 
pronuncia estas palabras en 'yoz bien alta !... 
Al oirlas huirá para siempre léjos de mil... 
Rosmunda dominó el terror de que estaba 
poseida en aquel momento, “y temblando de 
piós £ cabeza, articuló las palabras deseadas. 
Su madre se inclinó un poco hácia adelan- 
te , respirando siempre penosamente y regis- 
trando con ávida mirada la oscuridad que ha- 
bia invadido paulatinamente el interior del 
aposento, 
—Ha partido!... exclamó de pronto con 
aire triunfante. ¡Oh! Dios de misericordia ! 
Dios de bondad!... Al fin ha partido! 
Un momento despues estaba de rodillas en- 
cima de su lécho. Por un instante, sus ojos 
radiaron llenos de emocion en la penumbra 
crepuscular , bellos, con una belleza sobre- 
humana , mientras los fijaba, con una pos- 
trera mirada de amor, en el rostro de su hija. 
« Angel querido , amor santo de mi corazon, 
murmuró... ¡cuánta felicidad nos está reser- 
vada!... Y pronunciando estas palabras, en- 
lazó sus brazos al rededor del cuello de Ros- 
munda, que sintió por primera vez los labios 
de su madre posarse enlos suyos. 
Este beso se prolongó hasta el momento 
en que la cabeza de Sarah , cediendo poco á 
poco , cayó sobre el seno de Rosmunda... Se 
prolongó hasta el instante en que la misericor- 
dia divina terminó su obra... y en que el re- 
poso eterno empezó para aquella alma fati- 
gada. 
CAPÍTULO V. 
Cuarenta mil libras esterlinas. 
Uno de los dichos populares mas general- 
mente acreditados es seguramente el que atri- 
buye al Tiempo el título de Gran consolador. 
Y no es tal vez el que expresa mas perfecta- 
mente la verdad, El trabajo que se nos impo- 
ne, la responsabilidad en que es preciso in- 
currir, los ejemplos que debemos dar á los 
demás, hé aquí los grandes consoladores. El 
tiempo no tiene mas que la virtud negativa 
de ayudar al dolor á gastarse por sí mismo. 
¡Cuál de nosotros (se entiende de los que es- 
tudian los fenómenos ger no ha observa- 
do que el pesar causado por la muerte de al- 
gun sér querido se borra con presteza del áni- 
mo de los que tienen mayores deberes que cum- 
plir con el resto de los vivos? Cuando la som- 
bra de la desgracia llega á posarse sobre nues- 
tro techo, la cuestion no es saber cuánto 
>» 
  
  
 
	        
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