Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
  
MARGARITA PUSTERLA. | 289 
chos á tu esposo ; supongamos que nada sos- 
pechan los hombres , quienes sin escuchar tus 
excusas te condenarian ante el tribunal de la 
opinion; tu esposo mismo ignorará siempre 
los crimenes que has cometido para con él: 
—¿en qué posicion te encontrarás colocada 
con respecto á ti misma ? Apenas habrás con- 
sumado tu falta, adios la paz y la serenidad. 
Te asaltarán mil temores á la vez, tendrás 
que mentir todos los dias, y una sola falta 
de tu vida engendrará otras mil para paliar - 
la. Aquellas horas que pasabas con tu marido 
en esa tranquila paz que solo se encuentra 
en el seno de la virtud; aquellas horas que 
dedicabas á mitigar las penas y sinsabores que 
son la herencia del hombre en el destierrode 
este mundo, aquellas horas, repito, llegarán á 
serte odiosas, La presencia de tu esposo será 
un continuo reproche de tu falia ; su vista te 
recordará sin cesar ese juramento que le hi- 
ciste libremente para violarlo con infame per- 
fidia. Si te echa en cara alguna falta, si te 
colma de reconvenciones, querrás justificarte, 
pero el grito de tu conciencia te dirá que 
no hay nada que no merezcas : si te prodiga 
gus caricias, su afectuoso abandono será pa- 
ra ti mas cruel que las ofensas y las inju- 
rias ; mas que una puñalada ; porque no hay 
dolor mas atroz que las sinceras caricias de 
un hombre ultrajado. Por la noche duerme 
en paz á tu lado en ese lecho testigo otras 
veces de vuestro apacible sueño, duerme fe- 
liz y tranquilo junto 4 la mujer que le engaña 
y que le aborrece como un obstáculo á los 
fantásticos goces que sueña en su delirio, Pe- 
ro el sueño no cerrará ya tus párpados, por- 
que tu esposo está allí, á tu lado, y su silen- 
cio es una terrible acusacion. Durante las 
eternas horas de tu cruel insomnio quieres fi- 
jar tus pensamientos en los cuidados y en los 
placeres de la vida, y buscas tu felicidad en 
ese objeto que llamas tu bien y que no es 
sino el manantial de todos tus males. Pero 
allí no cesan tampoco tus dudas ni tus deli- 
rios. ¡ Quién te asegura que eres amada ? ¡Te 
ha dado él por ventura las pruebas de amor 
que tu esposo te dió siempre de su ternura! 
Me amarál, Ídices tú, porque le amo: ¿no te 
amaba tambien tu esposo y le has engañado 
infamemente 1? Y si tu amante te abandona y 
te desprecia, ¡ qué le dirás entonces? ¡le acu- 
sarás de infiel 1 ¿le recordarás sus juramen- 
tos? Pues qué, ¿esa felicidad que invocas no 
es un delito, un perjurio ? Y cuando te veas 
abandonada, ¡cuál será tu recurso, dime? ¡se- 
rá el esposo vendido, los hijos olvidados, la 
paz doméstica destruida ? 
» Esas son tus vigilias, y cuando el sueño 
da treguas por un momento á la agitacion de , 
tus ideas, entonces tu imaginacion engendra 
T. VI 
sueños y visiones horribles. Te incorporas lle- 
na de ospanto y fijas los. ojos en tu esposo... 
quizá durante el sueño han dejado escapar tus 
labios alguna palabra reveladora... Tú le mi- 
ras con angustia, y él te responde con cari- 
cias y te pregunta la causa de tu agitacion... 
¡ OR ! ¡qué infierno, qué infierno se apodera 
de tu alma ! Mira en derredor de tíá tus hi- 
jos queridos, encanto y suprema delicia de la 
vida. Tú los acaricias ; los acaricias, luego su 
padre los abraza, sonrie con ellos, guía sus 
primeros pasos y enseña á sus labios infánti- 
les á repetir sa nombre y el tuyo: olvida á 
su lado el tedio de los negocios, y su inocen- 
cia le sirve de bálsamo cuando vuelye á su 
casa herido por el orgullo, la doblez ó la vio- 
lencia de los hombres, y te dice en el entu- 
siasmo de su cariño : —¡ Mi bien |! ¡cuán con- 
¡soladora es la infancia! ¡cuán tierno es el ca- 
riño que nos une á nuestra misma sangre ! 
» Palideces, miserable! 
»Su imaginacion salva despues el tiempo - 
en que ya anciano se verá rejuvenecer en 
aquellos seres amados, y «n que guiado por 
su mano sentirá estrecharse mas y mas el 
vinculo de su vida. — Serán virtuosos, te 
dice, ¿no es verdad, vida mia? virtuosos co- 
mo su madre; serán nuestro consuelo como 
tú fuiste el mio! 0 
»¡Qué! bajas la frente, te ruborizas , es- 
trechas contra tu seno al mas pequeño de tus: 
hijos... pero no por un rapto de ternura, «si- 
no, para ocultar la turbacion de tu rostro. 
¡ Valor! no desmayes : ¿qué tienes que temer? 
Dios no te mira, y si te.mira, ó.no se Cuida 
de tu falta Ó te la perdonasá por un suspiro 
que le dirijas cuando el mundo te abando- 
ne... Los hombres no saben nada, nada sabe 
tu esposo... Mas ¡ay! ¿qué importa? tu con- 
ciencia sabe tu crimen y te lo recuerda con 
una voz inexorable que tú no puedes ahogar 
y 4 la cual no sabes responder; ella descubre 
á tu vista una senda llena de rodeos y de men- 
tiras que te será forzoso atravesar con mayor 
rapidez cuanto mas avances por su fatal pen- 
diente. En vano quieres detenerte, en vano; 
caminas y caminas sin cesar, y por lejos que 
vayas, siempre oyes llegar hasta ti la voz de 
tu conciencia. 
»H6 aquí, hija mia, hé aquí donde quiere 
, arrastrarte aquel que intenta arrebatarte el 
amor de tu esposo... ¡y. dice que: te ama!» 
Espesas gotas de sudor bañabandla frente pá- 
lida de Buonvicino: una,mano de «hierro 'opri- 
mia su corazon durante aquella cruel lectura; 
sus fuerzas le abandonaban , y. su. voz. que 
iba debilitándose mas : y mas'dgtbó por apa- 
garse enteramente. Dejó el libra, Úivas bien 
, le dejó escapar, de sus 4n 
en tierra, permancció 
  
  
  
or algunos momentos 
10 
s, y Úijos los:ojos - 
E 
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