Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

   
1] 
bios en su frente, abrazándole en seguida 6 
fingiendo por lo menos que le abrazaba. Su 
madre le prodigaba tambien un torrente de 
besos, arrebatada en un éxtasis de amor, de 
beatitud y de esa felicidad de esposa y madre 
á la vez, de amante y de amada á un tiem- 
po. Contemplaba á su hijo con entrañable ca- 
riño, y dichosa en su delirio maternal bebia 
con afen el aliento suave del niño, derraman- 
do lágrimas de placer que se confundian con 
la sonrisa de sus labios. 
Estas escenas repetidas diariamente no ha- 
cian, sin embargo, mas que aumentar los 
tormentos de Ramengo , cuya alma hosca 
proyectaba cada dia tambien nuevos planes 
de venganza. 
—¡ Por qué, le decia, no permites que el 
niño se separe de nosotros 1? ¿No te es pesada 
esa carga! , : 
—¡ Cansarme yo! respondió Rosalía con un 
acento de indefinible ternura. ¡Oh! es que no 
“comprendes que nada hay mas agradable pa- 
ra una madre que el peso suavisimo de. su hi- 
jo. ¡No le he lleyado por ventura mucho 
tiempo en mis entrañas? 
Hablando de este modo envolvió á su hijo 
en los pañales y siguió á su marido saliendo 
de la ciudadela y bajando de la colina hasta 
llegar á orillas del lago. Despues de mucho 
tiempo esta fué la primera vez que respiraba 
el aire con libertad y veia dulcemente la pu- 
za del cielo, la tranquilidad del lago y la 
flotante verdura de los montes, disfrutando de 
una calma apacible y encantadora, Á pesar 
de las lluyias y de la estacion, el lago hacia, 
sin embargo, rodar sus olas blandamente há.- 
cia su orilla; y sentándose los dos esposos de 
espaldas á una cerca que les servia de apoyo, 
empezaron á fijar su atencion en aquella su- 
perficie liquida y trasparente, solitaria enton- 
ces, pues á los amagos de la guerra que es- 
taba tan inminente, habian iputilizado todas 
las barcas haciéndolas ir á fondo, Rosalia ob- 
servaba ora las cimas de Rosegnone ilumina- 
das en aquél momento por los rayos del sol, 
ora la entrada del valle de Valmadrera , por 
cuyos bosques se filtraba la luz derramando 
antes de desaparecer entre las sombras una 
brillante y rojiza claridad; ora se entretemia 
en dirigir al niño las mas cariñosas expresio- 
nes, como si la pudiera comprender, 
— | Abre los ojos, amor mio, le decia, y 
mira tambien ese magnifico espectáculo: mi- 
ra esos montes que tú recorrerás algun dia; 
contempla esos valles donde tú tambien per- 
seguirás las cabras monteses tan ligero como 
ellas, y gozando de una brisa pura, de un 
sol hefmoso y de largas horas de libertad | 
¡ Y ese lago, vida mia! ¡Oh! ¡cuántos niños 
como tú han devorado esas olas! Pero ya lle- 
314 MARGARITA PUSTERLA. 
gará un dia en que tú hendirás su seno coR 
intrepidez 6 lo atravesarás en tu barca como 
un cisne. 
—¡ Y por qué no nos hemos de embarcar 
ahora nosotros? preguntó Ramengo. 
— ¡Oh! si, si, respondió su esposa , pero 
temo que te fatigues remando. 
—Al contrario, eso me servirá de un sa- 
ludable ejercicio, 
Y hablando así se dirigió rápidamente á 
una cueva donde guardaba bajo llave dos pe- 
queños bateles para el servicio de la fortale- 
za , únicos que quedaban en aquella ribera. 
En seguida botó uno al agua, y conducien- 
do á Rosalía la hizo sentar á la parte de popa 
junto con el niño y él comenzó á remar. De 
este modo costearon la orilla, donde estaba 
situada la aldea de Lecco, y pasando el puen- 
te que Azona habia mandado levantar algu- 
nos años antes, prosiguieron su rumbo hácia 
Pescate y Pescanerico, hasta llegar á un pun- 
to donde el agua se mecia como en una vasta 
pila, Habia acabado el dia, y las cumbres de 
las montañas se destacaban ya oscuras sobre 
el azul de un cielo sin nubes, sin que pudie- 
ran distinguir las orillas del lago desde el. 
punto donde se encontraban, pero veian aun 
á lo léjos el humo de las chimeneas de algu- 
nas cabañas de pescadores. Todo, pues, res- 
piraba la mas profunda calma al rededor de 
ellos, y Rosalía entregada á todo el encanto 
de aquella hora de reposo, ge ocupaba en 
enjugar con sus labios el sudor que cubria la 
frente del niño dormido. Pero de repente dió 
Ramengo un golpe terrible en el fondo del 
esquife, que se abrió en seguida, haciéndolo 
casi zozobrar. Entonces exclamó con un acento 
horroroso: «¡Infame! ¡tú me has engañado, 
y has creido ocultar tus intrigas criminales! 
Pero no será así; ha sonado para tí la hora 
del.castigo, y vas á morir!» Atercada y con 
los ojos y la boca abiertos por el terror y 
teniendo apretado al niño contra. su seno, la 
desgraciada Rosalia queria responder, pre- 
guntar y suplicar; pero el cobarde Ramengo 
no le dejó tiempo, y arrojando los remos á lo 
léjos , se precipitó despues en el lago nadando 
con extraño brio. Rosalía lanzó un agudo grito 
de desesperacion, y se.cubrió los ojos con las 
manos por no ver ¿su marido luchando con 
las olas, aunque despues le descubrió al dé- 
bil reflejo del crepúsculo nadando sin riesgo 
algunho y llegar salyo á la orilla, 
Libre del terror que habia producido en su 
alma la caida de Ramengo, quedó como ano- 
nadada, dudando todavía si todo aquello ha- 
bia sido efecto de un sueño pavoroso. Pero 
volvió en sí pudiendo calcular los peligros de 
su situacion angustiosa, y se dejó arrebatar 
por el sentimiento de su penoso conflicto, 
  
  
  
 
	        
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