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bios en su frente, abrazándole en seguida 6
fingiendo por lo menos que le abrazaba. Su
madre le prodigaba tambien un torrente de
besos, arrebatada en un éxtasis de amor, de
beatitud y de esa felicidad de esposa y madre
á la vez, de amante y de amada á un tiem-
po. Contemplaba á su hijo con entrañable ca-
riño, y dichosa en su delirio maternal bebia
con afen el aliento suave del niño, derraman-
do lágrimas de placer que se confundian con
la sonrisa de sus labios.
Estas escenas repetidas diariamente no ha-
cian, sin embargo, mas que aumentar los
tormentos de Ramengo , cuya alma hosca
proyectaba cada dia tambien nuevos planes
de venganza.
—¡ Por qué, le decia, no permites que el
niño se separe de nosotros 1? ¿No te es pesada
esa carga! , :
—¡ Cansarme yo! respondió Rosalía con un
acento de indefinible ternura. ¡Oh! es que no
“comprendes que nada hay mas agradable pa-
ra una madre que el peso suavisimo de. su hi-
jo. ¡No le he lleyado por ventura mucho
tiempo en mis entrañas?
Hablando de este modo envolvió á su hijo
en los pañales y siguió á su marido saliendo
de la ciudadela y bajando de la colina hasta
llegar á orillas del lago. Despues de mucho
tiempo esta fué la primera vez que respiraba
el aire con libertad y veia dulcemente la pu-
za del cielo, la tranquilidad del lago y la
flotante verdura de los montes, disfrutando de
una calma apacible y encantadora, Á pesar
de las lluyias y de la estacion, el lago hacia,
sin embargo, rodar sus olas blandamente há.-
cia su orilla; y sentándose los dos esposos de
espaldas á una cerca que les servia de apoyo,
empezaron á fijar su atencion en aquella su-
perficie liquida y trasparente, solitaria enton-
ces, pues á los amagos de la guerra que es-
taba tan inminente, habian iputilizado todas
las barcas haciéndolas ir á fondo, Rosalia ob-
servaba ora las cimas de Rosegnone ilumina-
das en aquél momento por los rayos del sol,
ora la entrada del valle de Valmadrera , por
cuyos bosques se filtraba la luz derramando
antes de desaparecer entre las sombras una
brillante y rojiza claridad; ora se entretemia
en dirigir al niño las mas cariñosas expresio-
nes, como si la pudiera comprender,
— | Abre los ojos, amor mio, le decia, y
mira tambien ese magnifico espectáculo: mi-
ra esos montes que tú recorrerás algun dia;
contempla esos valles donde tú tambien per-
seguirás las cabras monteses tan ligero como
ellas, y gozando de una brisa pura, de un
sol hefmoso y de largas horas de libertad |
¡ Y ese lago, vida mia! ¡Oh! ¡cuántos niños
como tú han devorado esas olas! Pero ya lle-
314 MARGARITA PUSTERLA.
gará un dia en que tú hendirás su seno coR
intrepidez 6 lo atravesarás en tu barca como
un cisne.
—¡ Y por qué no nos hemos de embarcar
ahora nosotros? preguntó Ramengo.
— ¡Oh! si, si, respondió su esposa , pero
temo que te fatigues remando.
—Al contrario, eso me servirá de un sa-
ludable ejercicio,
Y hablando así se dirigió rápidamente á
una cueva donde guardaba bajo llave dos pe-
queños bateles para el servicio de la fortale-
za , únicos que quedaban en aquella ribera.
En seguida botó uno al agua, y conducien-
do á Rosalía la hizo sentar á la parte de popa
junto con el niño y él comenzó á remar. De
este modo costearon la orilla, donde estaba
situada la aldea de Lecco, y pasando el puen-
te que Azona habia mandado levantar algu-
nos años antes, prosiguieron su rumbo hácia
Pescate y Pescanerico, hasta llegar á un pun-
to donde el agua se mecia como en una vasta
pila, Habia acabado el dia, y las cumbres de
las montañas se destacaban ya oscuras sobre
el azul de un cielo sin nubes, sin que pudie-
ran distinguir las orillas del lago desde el.
punto donde se encontraban, pero veian aun
á lo léjos el humo de las chimeneas de algu-
nas cabañas de pescadores. Todo, pues, res-
piraba la mas profunda calma al rededor de
ellos, y Rosalía entregada á todo el encanto
de aquella hora de reposo, ge ocupaba en
enjugar con sus labios el sudor que cubria la
frente del niño dormido. Pero de repente dió
Ramengo un golpe terrible en el fondo del
esquife, que se abrió en seguida, haciéndolo
casi zozobrar. Entonces exclamó con un acento
horroroso: «¡Infame! ¡tú me has engañado,
y has creido ocultar tus intrigas criminales!
Pero no será así; ha sonado para tí la hora
del.castigo, y vas á morir!» Atercada y con
los ojos y la boca abiertos por el terror y
teniendo apretado al niño contra. su seno, la
desgraciada Rosalia queria responder, pre-
guntar y suplicar; pero el cobarde Ramengo
no le dejó tiempo, y arrojando los remos á lo
léjos , se precipitó despues en el lago nadando
con extraño brio. Rosalía lanzó un agudo grito
de desesperacion, y se.cubrió los ojos con las
manos por no ver ¿su marido luchando con
las olas, aunque despues le descubrió al dé-
bil reflejo del crepúsculo nadando sin riesgo
algunho y llegar salyo á la orilla,
Libre del terror que habia producido en su
alma la caida de Ramengo, quedó como ano-
nadada, dudando todavía si todo aquello ha-
bia sido efecto de un sueño pavoroso. Pero
volvió en sí pudiendo calcular los peligros de
su situacion angustiosa, y se dejó arrebatar
por el sentimiento de su penoso conflicto,