MARGARITA PUSTERLA.
viéndose sola, en medio de un lago, y sin
mas apoyo que el débil esquife, teniendo á
Un niño cuya vida le era mas interesante que
su vida misma. Entonces prorumpió en gri-
tos de angustia, inundando con sus lágri-
mas la pura frente de su hijo. Este llanto,,
sin embargo, permitió á Rosalía respirar úl-
timamente con alguna anchura. Ramengo en
su impla venganza habia descoyuntado el
fondo del batel, y el agua ge filtraba por sus
grietas, Rosalía fijó entonces los ojos en esas
circunstancias y parecia consolarse: «Dentro
de una hora, exclamaba, ó poco mas el agua
inundará este esquife, y se hundirá... y yo
con él... Pero ¡ y mi hijo? »
Esta idea la horrorizaba; y arrebatada por
el deseo de salvar á su hijo, arrancó el velo
de su cabeza y rasgó varios girones de su
vestido, procurando con todo esto rellenar las
grietas del barco, registrando con la mayor
escrupulosidad todas las rendijas por donde
creia que podia filtrarse el agua. Cuando es-
tuvo persuadida de que no corria ya ningun
peligro, se consoló nuevamente, recogió el
niño y volvió á sentarse, dirigiendo alterna-
tivamente sus miradas á su hijo, al cielo y al
lago inmenso que la rodeaba. Xl niño dormia;
la lejana orilla no exbalaba el mas leve ru-
mor y yacia silenciosa como el egoista ante
las miserias de sus hermanos, y el cielo esta-
ba limpido y sereno como en el mes de mayo,
que tan risueño se presenta en los pintorescos
campos de Lombardía. 4%
¡ Cuántas noches, muy semejantes á esta,
habia pasado Rosalía en la alegre reunion de
sus compañeras y cerca de sus padres, como
una niña llena de esperanzas y de venturosas
ilusiones! ¡ Cuántas, despues de casada, habia
escuchado á esta misma hora desde la plata-
forma de la ciudadela el canto melancólico
del ruiseñor, paseando su mirada sobre la ri-
bera del rio Ó sobre las faldas de la montaña
para descubrir á su esposo á quien esperaba
con entrañable afan! Ahora ¡ay! el recuer-
do de su esposo le traia á la memoria los mas
pequeños incidentes de lo pasado; sus gestos,
sus palabras y sus acciones que ella trataba
de interpretar lo mas favorablemente posible,
y que hoy le mostraban en toda su triste rea-
lidad un odio mal encubierto y una venganza
premeditada; y se veia condenada por un erl-
men de que se juzgaba inocente, y del que
se hubiera podido justificar con una. sola pa-
labra: condenada 4 sufrir durante toda una
noche la desesperacion y el mas hondo pavor.
« ¡Ninguno vendrá en mi socorro! ¡ninguno!
A estas horas habrá ya llegado Ramengo á la
ciudadela y habrá atravesado aquellos lugares
que solo ofrecen las dulces memorias de nues-
tros primeros dias de felicidad. Pero ninguno
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saldrá 4 su encuentro para felicitarle por sú
regreso: y sin embargo, volverá á ver el le-
cho nupcial y descubrirá la cuna aunque va-
cía... Se acordará de su mujer y desu hijo
que no es culpable... y se arrepentirá de ha-
bernos abandonado á tanta desventura... ¡ Oh!
¡ Ramengo volvera! ¡ Yo disiparé sus sospe-
chas, y como en otro tiempo sabré calmar su
irritacion | ¡Ramengo me amará otra vez, me
abrazará otra vez, y tendrá compasion de su
hijo! ¡Ah! hélo alli... una luz se acerca...
será Ramengo...!» Acercábase con efecto
una luz, pero lenta, inmóvil y pálida; y tocó
por fin la barca de Rosalía... Era un fuego
fatuo, que prosiguiendo su curso, acabó por
desvanecerse. Cuando Rosalía vió disipada su
esperanza , se entregó de nuevo á su deses -
peracion, y exhaló nuevos gemidos de agonía,
Despues colocó al niño en uno de los ban-
cos del batel, y poniéndose de rodillas co-
menzó á imitar con las manos el movimiento
de los remos, haciendo los mayores esfuerzos
para acercarse á la orilla, De este modo con-
siguió mover el esquife, pero le daba unica-
mente un movimiento de rotacion sin que lo-
grara hacerle avanzar: fatigada, en fin EY
agotadas casi del todo sus fuerzas, cogió otra
vez el niño, derramando abundantes lágrimas
al mismo tiempo. Cuando comenzó 4 amane-
cer, sintió ateridos sus miembros por la fres-
ca brisa que precedia á la salida de la aurora,
al paso que densas nubes, hacinándose sobre
las crestas de Grigesa y del Legnone, iban
cubriendo de oscuridad el horizonte. Poco
despues se cian ya los lejanos estampidos del
trueno, cayendo á la par una lluvia bastante
fuerte, y levantando el viento desde su fondo
las encrespadas olas del lago. Rosalía volvió
la cabeza hácia la costa de Lecco, que des-
aparecia rápidamente de su vista, haciéndola
perder toda esperanza de socorro: entonces
creyó en la certeza de la mayor desgracia que
le pudiera ocurrir. La lluvia caia á torrentes
sobre la débil navecilla: mas ¡cómo buscar
un asilo contra esta calamidad? El barco
era descubierto, y no habia brazos suficien-
tes para arrojar fuera el agua que lo inunda-
ba; pero de pronto se cubrió la cabeza con su
mismo vestido ocultando de este modo bajo
este improvisado pabellon al tierno niño; bien
que no tardó en verse luego empapada en
agua. En este estado no pudo ya contener su
profunda desesperacion: golpeóse el pecho,
mesóse los cabellos, y privada, por fin, de
conocimiento, nada veia; solo despues de un
corto espacio advirtió que la mitad del esquife
se hallaba seco y se apresuró á colocar alli á
la pobre criatura, cubriéndola con su mismo
cuerpo, y en una posicion bien dificil, se in-
clinó hácia ella para ofrecerla el pecho,