Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
  
MARGARITA PUSTERLA. 
viéndose sola, en medio de un lago, y sin 
mas apoyo que el débil esquife, teniendo á 
Un niño cuya vida le era mas interesante que 
su vida misma. Entonces prorumpió en gri- 
tos de angustia, inundando con sus lágri- 
mas la pura frente de su hijo. Este llanto,, 
sin embargo, permitió á Rosalía respirar úl- 
timamente con alguna anchura. Ramengo en 
su impla venganza habia descoyuntado el 
fondo del batel, y el agua ge filtraba por sus 
grietas, Rosalía fijó entonces los ojos en esas 
circunstancias y parecia consolarse: «Dentro 
de una hora, exclamaba, ó poco mas el agua 
inundará este esquife, y se hundirá... y yo 
con él... Pero ¡ y mi hijo? » 
Esta idea la horrorizaba; y arrebatada por 
el deseo de salvar á su hijo, arrancó el velo 
de su cabeza y rasgó varios girones de su 
vestido, procurando con todo esto rellenar las 
grietas del barco, registrando con la mayor 
escrupulosidad todas las rendijas por donde 
creia que podia filtrarse el agua. Cuando es- 
tuvo persuadida de que no corria ya ningun 
peligro, se consoló nuevamente, recogió el 
niño y volvió á sentarse, dirigiendo alterna- 
tivamente sus miradas á su hijo, al cielo y al 
lago inmenso que la rodeaba. Xl niño dormia; 
la lejana orilla no exbalaba el mas leve ru- 
mor y yacia silenciosa como el egoista ante 
las miserias de sus hermanos, y el cielo esta- 
ba limpido y sereno como en el mes de mayo, 
que tan risueño se presenta en los pintorescos 
campos de Lombardía. 4% 
¡ Cuántas noches, muy semejantes á esta, 
habia pasado Rosalía en la alegre reunion de 
sus compañeras y cerca de sus padres, como 
una niña llena de esperanzas y de venturosas 
ilusiones! ¡ Cuántas, despues de casada, habia 
escuchado á esta misma hora desde la plata- 
forma de la ciudadela el canto melancólico 
del ruiseñor, paseando su mirada sobre la ri- 
bera del rio Ó sobre las faldas de la montaña 
para descubrir á su esposo á quien esperaba 
con entrañable afan! Ahora ¡ay! el recuer- 
do de su esposo le traia á la memoria los mas 
pequeños incidentes de lo pasado; sus gestos, 
sus palabras y sus acciones que ella trataba 
de interpretar lo mas favorablemente posible, 
y que hoy le mostraban en toda su triste rea- 
lidad un odio mal encubierto y una venganza 
premeditada; y se veia condenada por un erl- 
men de que se juzgaba inocente, y del que 
se hubiera podido justificar con una. sola pa- 
labra: condenada 4 sufrir durante toda una 
noche la desesperacion y el mas hondo pavor. 
« ¡Ninguno vendrá en mi socorro! ¡ninguno! 
A estas horas habrá ya llegado Ramengo á la 
ciudadela y habrá atravesado aquellos lugares 
que solo ofrecen las dulces memorias de nues- 
tros primeros dias de felicidad. Pero ninguno 
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saldrá 4 su encuentro para felicitarle por sú 
regreso: y sin embargo, volverá á ver el le- 
cho nupcial y descubrirá la cuna aunque va- 
cía... Se acordará de su mujer y desu hijo 
que no es culpable... y se arrepentirá de ha- 
bernos abandonado á tanta desventura... ¡ Oh! 
¡ Ramengo volvera! ¡ Yo disiparé sus sospe- 
chas, y como en otro tiempo sabré calmar su 
irritacion | ¡Ramengo me amará otra vez, me 
abrazará otra vez, y tendrá compasion de su 
hijo! ¡Ah! hélo alli... una luz se acerca... 
será Ramengo...!» Acercábase con efecto 
una luz, pero lenta, inmóvil y pálida; y tocó 
por fin la barca de Rosalía... Era un fuego 
fatuo, que prosiguiendo su curso, acabó por 
desvanecerse. Cuando Rosalía vió disipada su 
esperanza , se entregó de nuevo á su deses - 
peracion, y exhaló nuevos gemidos de agonía, 
Despues colocó al niño en uno de los ban- 
cos del batel, y poniéndose de rodillas co- 
menzó á imitar con las manos el movimiento 
de los remos, haciendo los mayores esfuerzos 
para acercarse á la orilla, De este modo con- 
siguió mover el esquife, pero le daba unica- 
mente un movimiento de rotacion sin que lo- 
grara hacerle avanzar: fatigada, en fin EY 
agotadas casi del todo sus fuerzas, cogió otra 
vez el niño, derramando abundantes lágrimas 
al mismo tiempo. Cuando comenzó 4 amane- 
cer, sintió ateridos sus miembros por la fres- 
ca brisa que precedia á la salida de la aurora, 
al paso que densas nubes, hacinándose sobre 
las crestas de Grigesa y del Legnone, iban 
cubriendo de oscuridad el horizonte. Poco 
despues se cian ya los lejanos estampidos del 
trueno, cayendo á la par una lluvia bastante 
fuerte, y levantando el viento desde su fondo 
las encrespadas olas del lago. Rosalía volvió 
la cabeza hácia la costa de Lecco, que des- 
aparecia rápidamente de su vista, haciéndola 
perder toda esperanza de socorro: entonces 
creyó en la certeza de la mayor desgracia que 
le pudiera ocurrir. La lluvia caia á torrentes 
sobre la débil navecilla: mas ¡cómo buscar 
un asilo contra esta calamidad? El barco 
era descubierto, y no habia brazos suficien- 
tes para arrojar fuera el agua que lo inunda- 
ba; pero de pronto se cubrió la cabeza con su 
mismo vestido ocultando de este modo bajo 
este improvisado pabellon al tierno niño; bien 
que no tardó en verse luego empapada en 
agua. En este estado no pudo ya contener su 
profunda desesperacion: golpeóse el pecho, 
mesóse los cabellos, y privada, por fin, de 
conocimiento, nada veia; solo despues de un 
corto espacio advirtió que la mitad del esquife 
se hallaba seco y se apresuró á colocar alli á 
la pobre criatura, cubriéndola con su mismo 
cuerpo, y en una posicion bien dificil, se in- 
clinó hácia ella para ofrecerla el pecho, 
  
  
 
	        
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