MARGARITA
oir un ligero ruido sobre su cabeza, y lanzó
un agudo grito; mas ninguno le respondió.
Dió Rosalia un segundo grito, y poco des-
pues oyó una voz que le decia:
-—¿ Quién anda por ahí abajo?
—Soy yo, soy yo, respondió Rosalía palpi-
tando de esperanza: ¡una desgraciada ! ¡so-
corredme! ¡ socorredme! :
—Pero ¡cómo os hallais ahi? preguntó la
misma voz.
Rosalía no contestó, y únicamente repitió,
haciendo nuevos esfuerzos :
— ¡Socorro! ¡ socorro! Salvad á mi hijo.
Aquella voz que sonaba sobre el peñasco,
á cuyo pié se encontraba Rosalía, era la de
un aldeano que, comprendiendo inmediata-
mente que era una mujer la que le pedia so-
corro con tanta angustia, desapareció en se-
guida para buscar medios de salvarla, Era la
roca tan escarpada que el aldeano no pudo
cerciorarse de la situacion verdadera de la
triste Rosalía, y creyendo que pasar á Veprio
pára buscar un batel seria una operacion de-
masiado larga , volvió al borde de la roca, y
le preguntó :
—¿ Quereis una cuerda ?
—Si, sí, una cuerda... ¡socorro! ¡socorro!
¡ pronto! porque mi hijo va á morir!
El algeano, ayudado entonces por otros
que la casualidad condujo al mismo punto,
desunció á unos bueyes y cogiendo la cuer-
da que los sujetaba, la dejó deslizar por
lá roca, sin saber si iba derechamenie hácia
el punto en donde se encontraba Rosalía, que
no pudo asirse de ella, porque cayó demasia-
do léjos. En tal conflicto comenzó á gritar:
— ¡A la derecha ! ¡á la derecha | ¡ socor-
ro! ¡socorro!
- La cuerda rozó, por fin, los vestidos de
Rosalía, y segura de que podria cogerla , sol-
tó la rama, á la que hasta entonces habia
permanecido constantemente cogida, Pero ¡ay!
apenas abrió la mano, la corriente, arrebató
el esquife y la cuerda se le deslizó rápida-
mente por entre sus dedos, La barca desa-
pareció y Rosalía la vió con desesperacion
alejarse de la orilla, y aun pudo distinguir á
los labriegos encaramados sobre la roca. En-
tonces volvió á pedir socorro , y levantó en-el
aire á su hijo para moverles á compasion; pe-
ro la barca proseguia su curso, los aldea-
nos no pudieron oir sus gritos, y se postra-
ron de rodillas orando por ella, En medio de
tantos sufrimientos habia percibido hasta aquel
momento una vislumbre de esperanza ; mas
al verse de nuevo en un completo abandono,
experimentó una cruel angustia ; y oscureción-
dosele la vista, agotada su firmeza y fatiga-
da y rendida unió sus plegarias á les de los
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campesinos, confiando ya únicamente en Dios
su salvacion,
CAPÍTULO VII.
Nuevos infortunios.
En tanto que Rosalía abandonada á su
desgraciada suerte agotaba hasta las heces el
cáliz de la amargura, Ramengo habia regre-
sado á la fortaleza, y entrando en su cámara,
exhaló un profundo suspiro, como un.hom-
bre que acaba de tocar el término de un via-
je dificil y peligroso; y dejándose caer sobre
su lecho, exclamó: :
—¡ Por fin, ya estoy satisfecho !
No es sin embargo el crimen capaz de pro-
ducir en el alma la alegría , ni aun en aque-
llas cuva conciencia parece ya extinguida ;
porque su júbilo es tan horrible como el in-
fierno que lo inspira.
Ramengo sentia con efecto los mas crueles
tormentos, y el mismo lecho que le debia ser-
vir de consuelo le parecia sembrado de agu-
das espinas ; y sus miembros agitados y con-
vulsos sufrian como si se hallasen extendidos
sobre el ecúleo. En vano procuraba cerrar
los ojos para conciliar un instante de sueño;
pues en seguida los volvia á abrir, fijándose
en objetos extraños y fantásticos que se des-
lizaban por delante de él, ofreciéndole á su
esposa y á su hijo moribundos, y luchando
con todos los horrores de una mortal agonía.
Distinguialos al pié del lecho, llorando, pa-
deciendo, suspirando y muriendo; y no pu-
diendo huir, procuraba encontrar en este
mismo espectáculo un nuevo motivo para en-
tregarse á su complacencia infernal. Arrojan-
do entonces una diabólica carcajada, saltó de
la cama y apresuradamente se dirigió á lo al-
to de la torre, desde donde fijó sus ojos es-
pantados en el lago, mientras la brisa agitaba
sobre la frente su erizada cabellera, y suje-
taba fuertemente con una mano la cruz de su
espada.
Al verle en aquella posicion , cualquiera le
hubiese creido una estatua colocada allí para
aterrar con su presencia al imprudente viaje -
ro que osara penetrar en el castillo.
—¡ Te encuentras por fin, exclamaba en su
delirio, en medio de las olas, mujer maldi-
ta! ¡Oh! ¿por qué no ka sido eterna esta
nochs de venganza ? ¡por qué no has de su-
frir tú los mismos tormentos que desgarran
ahora mi corazon ? .
Diciendo esto observó: que hácia la parte
de poniente se elevaba, una nube espesa y
sombría , cuya oscuridad cubria lentamente
la apartada ribera del lago. Esto le hizo pre -
ver una próxima tempestad , y.su alma se go-