MARGARITA PUST ERLA.
Francisco. «¡ No es acaso esa mujer, se de-
cia, como son las demás!?' ¡ Hay alguna á
quien no le sea agradable la /adulacion ! ¡Oh!
Margarita sucumbirá; y para dar este paso,
basta con que se le ofrezca una ocasion favo-
rable, ”
Una circunstancia que vamos á referir le
presentó efectivamente esta ocasion oportuna
á su parecer.
Aunque no tan vulgarizada la idea como en
lossiglos xVI y XVIL, Creíase entónces que
cualquier hombre podia tener relaciones miste-.
riosas con los espiritus infernales , adquirien-
do por este medio un poder sobrenatural para
hacer mal sobre todo á sus semejantes; y era
cosa comun creer que los brujos y los hechiceros
tenian bastante poder para suscitar y disipar
las mas furiosas tempestades, no acaeciendo
una sola tormenta que no se atribuyese á
su maligno influjo. Para probar esta influen-
cia creian hallar toda clase de pruebas en las
mismas nubes , donde veian figuras extrañas
de bestias salvajes, de vampiros y de demo-
nios. Los astrólogos, especie de augures que
creian leer en los astros, eran los que acon-
sejaban á los principes en los mas importan-
tes negocios, en la política y en la guerra.”
Atribuíanse todas las enfermedades á causas
misteriosas y secretas, y se Juzgaban como
resultado de los hechiceros todos aquellos
males, cuya causa no alcanzaban los hom-
bres 4 manifestar ; y era público que aquellos
personajes temibles celeb:aban sus conciliá-
bulos á ciertas horas de la noche y en deter-
minados parajes solitarios.
No eran únicamente las gentes vulgares,
en cuyas cabezas germinaban estas ridiculas
preocupaciones;'pues lo mismo se puede ase-
gurar de los jefes de los pueblos. Los go-
biernos expedian sus decretos contra los he-
chiceros; y la misma iglesia tenia estableci-
das sus fórmulas para maldecirles y conju-
rarles. Los sabios encontraban tambien en la
hechicería un objeto 'de sérias discusiones ; y
cuando los tribunales perseguian á los ini-
ciados en estas artes maléficas, la creencia
en su influjo adquiria un carácter de seguri-
dad. ¡ Y era posible que la justicia incurriese
en estos errores groseros! Reducida á siste-
ma esta opienion, corria válida aun entre los
mismos que aspiraban al título de ilustrados;
y acogida y respetada por el vulgo , era teni-
do por blasfemo y hereje el que “osaba poner
guia bañarse en él, podia estar seguro de que
che de san Juan; de modo que el que conse-
niendo como remedio eficaz el rocio de la no-
blo añadia unas supersticiones á otras, te-
las mas raras conjeturas, mas ciego el pue-
Mientras la clase mas ilustrada se entregaba á
tos y de log remedios mas extravagantes.
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dando lugar á la multiplicacion de los antído=
porcion de las persecuciones que sufrian,,
y la celebridad de los hechiceros crecia á pro-
- en duda tan absurda preocupacion. El poder
durante todo aquel año no se hallaria expues-
to 4 ser víctima de ninguna hechicería. Cier-
tas yerbas cogidas en la misma noche eran
tambien un talisman, tan indisputable como:
otros á que se daba la mas profunda reveren-
cia. Todavía quedan restos de estas antiguas,
preocupaciones tanto en Italia *como en el
Norte, Suecia, Sajonia y orillas del Rhin
donde á pesar de la invencion de las máqui-
nas de vapor, se encienden en la noche de
san Juan grandes hogueras en señal de júbi-
lo. Los cocineros de Newcastle encienden,
tambien esta noche sus hogueras; y aun en
Londres subsiste la costumbre entre cierta
clase del pueblo de celebrar sus danzas y pro-
cesiones, vistiendo aquellas gentes trajes gro -
tescos y extravagantes. En un valle del con-
dado de Oxford, llamado del Caballo Blanco,
se sigue una costumbre casi igual, y en los
departamentos de Lombardía se oyen las cam-
panas durante toda la noche de san Juan, á
pesar de las Órdenes de las autoridades ; y no
hay una mujer sencilla en todo aquel país,
que no quiera salir al campo á recibir el ro-
cio, persuadida de que será dichosa aquel
año; así como hay una provincia en España
donde cruen las jóvenes del pueblo que-laván-
dose á las doce de la noche las manos y la
cara, conseguirán ser mas hermosas y encon-
trar pronto un marido,
En el tiempo, pues, de nuestra Margarita
celebrábase esta noche con mucha mas pom-
pa, álo menos por la mayor credulidad del
pueblo. Así que anochecia daban al vuelo las
campanas$ para que su ruido espantase á los
brujos, y no impidiesen recoger las plantas
saludables de los campos. Pero la multitud no
se entregaba por eso al descanso, sino que
formando grandes grupos pasaba la noche con
la cabeza descubiería recibiendo el abundante
rocto.
Era como una especie de carnaval, donde
se confundian las clases y todos se entrega-
ban á los mas estrepitosos placeres, mientras
los viejos, ajenos ya 4 los bailes y 3 los cantos,
se entretenian en referir las mas groseras Con-
sejas de brujos, vampiros, duendes y hechice=
ros. Una buena mujer aseguraba haber pre-
senciado tal 6 cual suceso ; otra conocia dos,
tres 6 cuatro encantamientos; esta oia todas.
las noches maullar un gatazo encima de su
chimenea, aquella observaba á un vecino que
4, ciertas horas de la noche abria y cerraba
puertas y hablaba con varios espíritus que va-
gaban por la calle deslizándose por delante de
las ventanas ; y otros, en fin, mas sinceros .