Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

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Durante este tiempo, valiendome de los 
medios que estaban á mi disposicion como 
agente superior de seguridad, dispuse que 
dos ó tres hombres siguiesen las huellas de 
Rensgrawe y le vigilasen. 
El excesivo dolor del primer momento que 
sintió la pobre señora Irwin se habia calma - 
do. La primera cuestion que se habia presen- 
tado despues de la muerte de su marido fué 
la de atender á su subsistencia y á la de su 
hijo, Se confió la direccion de su pequeño co- 
mercio al jefe del taller, esperando que:, lle- 
e , . . . 
vados por él, los negocios podrian continuar 
sin peligro. 
En cuanto al estado del señor Rensgrawe 
«durante los tres meses que habian seguido al 
“acontecimiento que acabamos de relatar, si 
bien manifestaba algunas veces una irritacion 
nerviosa de las mas violentas, no habia sin 
embargo salido de los límites de la razon mas 
tranquila; y aun mas: cada vez que habia en- 
contrado á la jóven viuda, habiase mostrado 
dulce y respetuoso con ella, de modo que em- 
pezaba yo á creer que la ilusion de la seme- 
janza que habia causado todo su mal no se 
reproduciria ya, 
Me engañaba, 
Un domingo por la noche que estábamos 
reunidos en mi casa, sentados en torno de 
una mesa para tomar una taza de té, la seño- 
ra Irwin, pálida y trémula de miedo, se pre- 
cipitó en el aposento , con su hijo en brazos, 
y vino á caer con él sobre un sillon , presa de 
una agitacion tan violenta, que, durante al- 
gunos instantes, no pudo ni siquiera contes- 
tar á nuestras preguntas; pero yo no necesi- 
taba que contestase á ellas por sospechar lo 
que acababa de suceder. 
En fin, cuando la señora Irwin pudo ha- 
blar, me contó que, de dos á tres dias acá, 
Rensgrawe la asustaba con su conducta ex- 
traña, La esperaba en el tránsito y le dirigia 
palabras que no podia comprender; tan pron- 
to la llamaba señora Irwin como Laura Har- 
greawes. Afirmaba que ella era la mismg que 
habia conocido en otro tiempo en el condado 
de Yorkshire y con quien se habia de casar 
antes de verificarlo con el hombre que aca- 
baba de morir. 
ciale además muchas otras cosas singu- 
lares; como, por ejemplo, que porque su 
hijo con su semejanza con su padre le traia 4 
la memoria un recuerdo querido , se empeña- 
ba en decir que no habia conocido al señor 
Rensgrawe antes que á Jorge Irwin; que 
ciertamente si el niño muriese Ó fuese sepa- 
rado de ella, su memoria recordaria lo que 
no debia haber olvidado nunca. 
—En fin, el señor Rensgrawe acaba de 
pedirme que me case con él, lo que no haria 
DE UN AGENTE DE POLICÍA. 23 
por todos los tesoros de las Grandes Indias- 
En vista pues de mi negativa, ha marchado 
furioso en busca de un papel que probará, 
dice, que yo soy esa Layra de quien habla, 
¡Qué pensais de todo eso, señor Waters? 
preguntó la jóven; ¡no veis algo de amena- 
zador para mi hijo y para mí en las palabras 
de ese hombre? á 
Yo no veia otra cosa mas que un nuevo 
ataque de locura. Pero esta locura, como lo 
preveia la señora Irwin, podia ser peligrosa. 
Lo que habia de mas claro en todo eso, era 
que Rensgrawe, todavía en la edad de las 
pasiones (tenia treinta y cinco Ó treinta y seis 
años), se habia enamorado locamente de la 
linda y triste viuda, y que, en su nueva lo- 
cura, que habia despertado la locura antigua, 
la confundia con aquella Laura que, en su 
juventud, le habia inspirado las mismas emo- 
ciones. ; 
En toda otra circunstancia y con un hom- 
bre como Rensgrawe, no hubiéramos hecho 
mas que reirnos de semejante locura, Pero, 
como lo habia notado la señora Irwin, habia 
en la mirada de ese hombre una expresion dé 
amenaza con la cual se conocia que no se po- 
dian gastar chanzas, Cedímos á sus ruegos, 
pues la jóven venia á buscarnos, y la acom- 
pañamos á su casa para esperar en ella á 
Rensgrawe, que la' habia amenazado con 
volver. 
En efecto, hacia apenas diez minutos que 
estábamos allí cuando su precipitado paso se 
dejó oir en la escalera. No debia encontrarnos 
con la jóven viuda, y sin embargo, no podía- 
mos alejarnos mucho de ella para el caso de 
una necesidad; de manera que mi mujer y yo 
entramos corriendo eh un gabinetito con 
puerta vidriera, desde el cual podíamos oir y 
ver cuanto iba á pasar. 
Rensgrawe entró pálido y trémulo; queria 
hablar y su lengua balbuceaba; llevaba un 
papel en la mano y este papel temblaba como 
la mano que le sostenia. 
Acercóse á la señora Irwin y le puso el pa- 
pel delante de los ojos. y 
—Supongo, dijo, que no os atrevereis á 
decir que no recordais esta cancion, ni que 
esas palabras escritas al márgen no están es- 
critas por vuestra mano, y si os atreveis, aquí 
estoy para sosteneros lo contrario, 
—Señor Rensgrawe, respondió la jóven 
con el valor que le inspiraba nuestra presen- 
cia, señor Rensgrawe, os juro que no conoz- 
co esta cancion; lo que me decis es verdade- 
ramente demasiado absurdo. Trece años atrás, 
apenas tenia yo nueve años, y ya veis que 
entonces no era mas que una niña, : 
—¡ Ah! persistis pues en vuestra negativa, 
corazon cruel! despues de todo lo que he su- 
 
	        
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