¡ARGARITA
hemos hablado, se terminó en la córte con un
espléndido banquete. e
El obispo Giovanni, todos los embajadores
de las ciudades, de los príncipes y de los
grandes señores asistian á este festin, y la
profusion fué tan grande que Grillincervello
que contemplaba con admiracion todo aquel
lujo, djole en voz baja á Luchino: — Amo
anio, ¿tratas de echar á alguno el anzuelo ?
Cada servicio era traido al son de trompas
y otros instrumentos por una porcion de pa-
jes ricamente vestidos. Grillincervello corria
entre ellos excitando la risa con sus chistes,
sus versos y sus canciones, y recibia en cam-
bio de los convidados los restos de los manja-
res que iba al mismo tiempo amontonando en
un escabel diciendo que bastarian para 'ali-
mentar por espacio de quince dias las nu-
merosas mujeres y niños que segun el uso 1i-
bertino de sus semejantes mantenía en su
casa,
La conversacion era mas animada entonces
entre los convidados que lo es hoy dia en las
mesas de los principes; lo cual era un nuevo
atractivo para elamor propio de Luchino, pues
que jamás la alegría del vino suscitaba pala-
bras que pudieran desagradar al principe. La
tranquila felicidad de los pueblos, los actos de
beneficencia, las proezas guerreras, la afrenta
de los enemigos y la chistosa aventura de algun
particular , suministraban extensa materia de
burlas y adulaciones. Tal vezse creerá quelos
convidados de Luchino debian eyitar cuidado-
samente le menor alusion á las turbulencias
del dia y á los desgraciados que gemian en
sus calabozos mientras que ellos se divertian
en palacio. Pero ¡ para qué si aquello era un
nueyo triunfo para Luchino? ¡no era aquel
un acto de pública justicia, UN peligro evita-
do ! El podestá y el capitan de justicia colo-
cados entre otros jurisconsultos , no tardaron
mucho en tomar estos acontecimientos por ob-
jeto de conversacion.
Apenas lo notó , Luchino dirigió la palabra
á Lucio y le dijo:
—Vos que conoceis á fondo las leyes y que
habeis interrogado á todos los oráculos de la
antigua sabidurla, ; qué pensais de los acon-
tecimientos que acabamos de presenciar 1
¡ Qué hubieran dicho á esto los romanos, nues-
tros ilustres abuelos ?
La calculada bajeza del capitan llegó á su
colmo'al ver la distincion de que acababa de
ger objeto en presencia de toda aquella no-
bleza, y respondió sin vacilar:
—¡ Puede dudarse un momento sobre el cas-
tigo de los traidores á la patria ? En cuanto á
mí , que estoy acostumbrado á sostener fran-
camente la justicia y 4 juzgar segun las leyes
cualesquiera que sean las consecuencias que
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sobrevenirme puedan , digo y sostengo que si
V. A. se opone al castigo de los culpables,
faltará á sus deberes y á la suprema autoridad
que el pueblo le ha confiado.
¡Qué bien suenan al oido de los tiranos esos
consejos que les presentan Como un deber su
crueldad y les incitan á satisfacer sus capri-
chos]
Los ojos de Luchino brillaron de gozo y
continuó dirigiéndose al capitan :
—Si; pero ¡cómo manejarse con esos hom-
bres astutos, tan amaestrados en el arte de
negar los hechos mas evidentes?
—Principe, enseñadme á vencer al enemi-
go; mas para hacer hablar á un rebelde:obs-
tinado , no necesito ir á la escuela:
De este modo , bajo la máscara de una rús-
tica franqueza , Lucio ocultaba las mas viles
adulaciones y disfrazaba su infamia, Alabóse
de haber conducido 4 buen fin los procesos
mas difíciles y de haber logrado convencer á
su modo 4 los mas obstinados en negar Su
erímen en asuntos que carecian enteramente
de prueba. La conversacion fué animándose
mas y mas y duró hasta mucho despues de le-
vantarse de la mesa. En fin, Luchino llaman-
do aparte al enpitan , le confió el cuidado de
dirigir el proceso, y concluyó en estos térmi-
nos - —Los Pusterla son señores muy Opu-
lentos: el tesoro tendrá en abundancia los
medios de recompensar maghíficamente É sus
fieles ministros. —Esto era lo mismo que dar de
espuelas 4 un buen caballo: Lueio se dedicó
desde entonces 4 urdir los hilos de su trama.
Además de la asamblea general en quien
residia la suprema autoridad , habia en Milan
un consejo particular compuesto de veinte
y cuatro ciudadanos, doce plebeyos y doce
nobles , los unos jurisperiti, es decir, letra-
dos y maestros en la ciencia de las leyes, y
los-otros morum periti ó prácticos en el dere-
cho consuetudinario y en los códigos. Su car-
go duraba dos meses, y SU tribunal se llama-
ba sociedad de justicia : 4 él pertenecia el co-
nocimiento de los delitos de lesa majestad.
El juez presidente ó capitan era el mismo
Lucio, quien se dió buena maña en formar
su consejo de hombres dóciles y dispuestos á
secundar sus miras. Sabia además que las
ventajas de la acusación son grandes en tales
procesos, y que el que sale de ella sano y
salvo debe ser un prodigio de inocencia. Y en
último resultado ¿no podia tambien recurrir
á los tormentos?
Despues de haber examinado bien y pesa-
do todas las cireunstancias de un proceso de
estado en que los acusadores, los testigos y
los jueces pueden captarse la voluntad del
príncipe sobrecargando sus acusaciones, Lucio
encontró que todo se preparaba á medida de