mantes y una bolsita que contiene dos cartas.
Es la herencia de su madre.
-—¡ Vengan esas dos cartas! exclamó Ra-
mengo con voz de trueno. Sus ojos arrojaban
chispas. ¡ Dos cartas de Rosalía! ¡Dónde es-
tánt ¡Vengan , las quiero! quiero verlas.
Dádmelas pronto,
Los dos ancianos deliberaban si accederian
ó no á los deseos de aquel furioso, y durante
su indecision la Nena habia sacado del cofre
las dos cartas y acabó por entregárselas , di-
cióndole al mismo tiempo que le miraba con
ojos de desconfianza:
—Pero habeis de prometerme que me las
velvereis, — Antes de responder Ramengo le
habia arraneado los papeles de la mano y
cestiprimido el anillo con un temblor eonyul-
sivo: aquella sortija era la de sus nupcias con
Rosalía. Hizo un movimiento para acercarla
á sus habios, pero arrebatado por la cólera la
awrojó léjos de si; mientras que la Nena la
reeogia se puso á leef los dos pedazos de per-
gama no : y
« Pues que el destino de nuestra patria está
desidido, me alejó de tí y voy á combatir á
los imíieles. Mi único sentimiento es el apar-
taeme de ti á quien amo como á nadie en el
mundo; cinco dias me restan de que disponer
antes de mi partida; si puedes burlar la vigi-
lancia de tu marido, haz que pueda una yez
todavía verte y abrazarte. El criado que te
lleva esta carta volverá mañana á la noche
por la respuesta. Cualesquiera que sean los
riesgos á que deba exponerme, yo los arros-
traré con placer con tal que pueda decirte
cuénto te adora tu tierno hermano.»
Ramengo deseaba encontrar las pruebas de
ua crímen y solo veia las de la inocencia de
Rosalía, Quizá la otra carta le proporcionaria
lo que buscaba; pero era de la misma mano
y bé aquí su contenido :
«Todos estos dias he estado esperando inú-
tilmente al criado con la respuesta. ¡(Qué mis-
terio es este! Parto, pues, sin volverte á
ver, hermana querida; pero en cualquier lu-
gar donde me halle, cualquiera que sea “la
suquíe que me espera, siempre te llevaré gra-
bada en mi corazon y rogaré al Señor para
que te conceda la felicidad que yo no debo
esperar en este mundo. Adios, »
=— ¡ Con que era inocente! exclamó Ramen-
o eon una voz que hizo estremecer á la fa-
milia del molinero, y se puso á recorrer la
cesa á pasos precipitados, blasfemando y
arrojando gritos inarticulados: de repente hun-
dió de un puntapié la puerta de la cabaña y
salió precipitadamente.
La noche era tenebroza y negra como sus
peasamientos: la lluvia caia con violencia
aceuapañada de truenos y relámpagos, Ra
342 MARGARITA PUSTERLA.
mengo no veia ni escuchaba la lluvia ni el
viento, ni las iras del cielo. Donnino que le
siguió de léjos algun tiempo, le vió atravesar
á largós pasos la campiña: cuando le perdió
de vista volvió á la cabaña y recordaba con
admiracion las locuras y la agitacion del des-
conocido, exclamando :
—Ese hombre debe estar malo de la ca-
beza.
Entretanto, Ramengo que llevaba un in-
fierno en el corazon, continuó su marcha er-
rante, :
El haber muerto á una mujer inocente y
de aquella manera tán atroz justificaria sufi-
cientemente los arrebatos de aquella desespe-
racion én un alma menos criminal, Pero en la
_de Ramengo no eran los remordimientos los
que luchaban, sino,la cólera mas espantosa;
porque aquel corazon depravado no podia re-
solverse á reconocer sus faltas y encontraba
en sus propios crímenes un poderoso estimulo
para cometer otros nuevos. Cáliz corrompido '
donde el mismo rocío se corrompe : serpiente
cuyo seno convierte en ponzoña hasta la miel.
Y sin embargo, habia amado á aquella mujer
y le habia hecho experimentar las dulzuras
de un amor correspondido... pero á pesar de
todo la habia muerto y se habia privado de la
sola felicidad pura que gustára en este mun-
do. —¡Oh! si hubiera vivido ¡cuán diferente
se deslizara mi existencia tranquila en el se-,
no de mi familia! Yo hubiera sido el padre de
unos hijos adorados... ¡Padre! ¡ser padre!...
¡Oh ! yo he gozado de ese consuelo, pero so-
lamente lo preciso para poder sentir con mas
viveza la maldicion de verme privado de él
eternamente, Si ella hubiera vivido ¡qué me
importaba el orgullo de Margarita? ¡qué te-
nia yo que envidiar en la felicidad de Pus-
terla? ¡Pusterla!... ¿y quién ha causado to-
das estas desgracias sino él!,.. ¡Maldito sea !
él ha emponzoñado la copa de mi existencia...
¡Oh! pero si tú me has arrebatado las dulzu-
ras del amor, al menos me procurarás las de
la venganza!... ¡Rosalía! ¡Rosalía! yo te lo
juro; ¡serás vengada ! :
De este modo el sentimiento de su, crimen
le excitaba á cometer otros nuevos, semejan-
te á aquel que en la confusion de un incendio
arroja nuevos alimentos á la llama creyendo
de esta suerte sofocarla.
Calló de repente y prosiguió su carrera co-
mo un insensato al través de aquellos eriales
pantanosos ; hundiéndose en los charcos y sal-
tando los fosos. A veces abria la mano y mi-
raba los pedazos de aquellas dos cartas
que habia destrozado, — ¡Ay! exclamaba,
¡cuántas veces las habrá besado y cuántas ro -
ciado con sus lágrimas! ¡Ella habrá muerto
estrechándolas contra su corazon y pronun-
SA 2