No obstante habia dicho la verdad.
A. las tres de la tarde la señora Ievin con
su pequeño Jorge en brazos, entraba en el
aposento del moribundo, y retiraba, con su
dulce y conscladora voz , la maldicion que le
habia echado.
Hubiérase dicho que el desventurado mo-
nomaniaco no esperaba más que esta encanta-
dora vision para morir; á la vista de la señora
Irwin que tenia á su niño en brazos, la sonrisa
que se hubiera creido desterrada para siempre
de su descompuesto semblante reapareció en
sus labios, luego esos labios se abrieron para
dar paso á un suspiro.
Este suspiro era el último.
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1.
Ei
Hácia principios del año 1832 varios diarios
de Londres publicaron el siguiente anuncio:
«Si el señor Owen Lloyd , natural del país
de Gales, empleado como primer dependien-
te en un gran establecimiento de Inglaterra,
quiere enviar su direccion á sir X. Y.Z, enel
despacho de postas de San Martin el Grande,
sabrá una noticia tan ventajosa como inespe-
rada.»
Este misterioso anuncio , repetido en el Ti-
mes varios dias consecutivos, excitó vivamen-
te mi curiosidad.
Por curiosidad, entendámonos, no quiero
expresar el deseo pueril de inmiscuirme en. los
asuntos delos otros y ponerme al corriente de
hechos que no me importan , sino, al contra.-
rio, penetrar, en nombre de la seguridad pú-
blica, en los mativos de ese pacifico llama-
miento.
Desde el principio me pareció que este
anuncio ocultaba un lazo, y cuanto mas lo vi
repetido , mas aumentó mi certeza de que la
presencia de Owen L!oyd era vivamente espe-
rada en un tribunal criminal. Por otra parte,
pronto me confirmó en esta creencia el anun-
cio siguiente :
«El señor Watkins, abogado, pagará una
recompensa de cincuenta guineas al que dé
las señas de Owen Lloyd 4 sir X. Y. Z.»
Este segundo anuncio, á pesar de manifes-
tar gran interés por conocer estas señas, pues
que cincuenta libras debian ser la recompen-
sa de algunas palabras escritas en un peda-
cito de papel, fué tan imútil como el primero;
y al tropezar mis ojos por la décima yez con
el mismo anuncio, me dije:
—Vamos! vamos! Owen Lloyd es un zor-
ro viejo, y no se dejará coger por una galli-
na llena de paja.
26 MEMORIAS
Ocho dias despues, las gacetas contenian
un anuncio respecto del mismo individuo, pe-
ro que no estaba conforme en nada con los
que se habian publicado y sobre todo con el
primero.
Hé aquí este anuncio :
«Se darán treinta guineas á la persona que
proporcione el arresto de Owen Lloyd.»
Seguian la edad y las señas minuciosas del
individuo que era objeto de esa doble pesqui-
sa. ¿Los dos primeros anuncios habian sido
hechos por la misma persona que bacia el
tercero? ¡Se dirigian á ganarse un denuncia-
dor despues de perder la esperanza de atraer
á Owen en el lazo que se le habia tendido ?
Quedé tan convencido de que los tres anun-
cios procedian de la misma persona, que me
dirigí á casa de mi jefe, el superintendente,
con intencion de pedirle permiso para ocupar-
me de este negocio. Habia tomado afecto á *
mi profesion, y me consideraba feliz cuando,
en ciertas circunstancias, podia llegar á hacer
de ella una obra de arte. ,
En el momento en que empujaba la puerta
del gabinete del superintendente, este daba
justamente Órden de llamarme.
—¡Ah! á fe mia! me dijo, llegais á tiem -
po, señor Waters; os ruego que vayais al
instante á casa del señor Smith, director de
una de las casas mas fuertes de la Cité.
—¡ Con qué objeto? pregunté.
—Debcis sospecharlo; con el objeto de en-
contrar un criminal que se oculta. Teneis que
tratar con ese negociante de un gran robo
cometido en su casa particular, situada al
oeste de la Cité de Londres, Este robo se ve-
rificó hará unas dos Ó tres semanas. Creo que
el señor Smith ha pedido y conseguido las ór-
denes necesarias para el arresto de las perso-
nas sospechosas. Id pues á verle; tomad las
señas que os dé; volved aquí, y, á vuestro
regreso, mi secretario os entregará todos los
papeles que necesiteis,
Dirigime volando á casa del señor Smith;
un dependiente me hizo entrar en un pequeño
despacho que daba á los almacenes, rogán-
dome que esperase al dueño del establecimien-
to. Encima de la mesa, colocada al centro de
la pieza, habia el diario en que estaba inser-
to este último anuncio :
«Se darán treinta guineas de recompensa á
la persona que proporcione el arresto de Owen
Lloyd.»
—¡Ah! ¡ah! pensé, ¿será el señor Smith
el X. Y, Z. que desea tan ardientemente el
arresto de Owen Lloyd?
Al cabo de algunos instantes, como me lo
habia hecho esperar el dependiente, apareció
'el señor Smith. Mi atencion, vivamente exci-
tada hacia muchos dias, concentróse entera-
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