Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
MARGARITA 
tó poniendo mano á la espada. Pero quiso la 
Casualidad que en aquel mismo instante entra- 
se el capitan Lucio con aire de triunfo á anun- 
ciar á Luchino como Pusterla y su hijo habian 
sido conducidos á. la ciudadela de la puerta 
Romana. 
La presencia del soldado fué interpretada 
como un acto de celo para anunciar al princi- 
pe la aproximacion del recien venido, y de 
consiguiente , no recayó sobre Alpinolo ¡nin- 
guna sospecha. Pero el mas horrible de los 
suplicios no hubiera igualado el tormento que 
experimentó al oir aquella cruel noticia y ver 
el abominable gozo de Luchino y del capitan 
de justicia que se dijeron al despedirse :— 
Ahora haremos marchar el asunto con 'mas 
rapidez. Mañana á Milan... y dentro de poco 
será negocio concluido, 
¡ Quién podrá pintar el furor de Alpinolo 1 
Desde aquel momento solo pensó en librar 
aquellos desventurados. 
No le fué dificil hacer que le encargasen la 
guardia de las prisiones de la puerta Romana. 
Nuestros lectores saben ya cómo ganó al car- 
celero y á qué precio le prometió Macaruffo 
dejar escapar á los tres presos. 
- CAPÍTULO XIX. 
Fuga. 
Tomadas estas medidas, Alpinolo se deci- 
dió 4 confiar su proyecto á Buonvicino y se di- 
rigió al convento. El monje estaba en su cel- 
da sentado con la cabeza inclinada y las ma- 
mos cruzadas sobre sus rodillas. Al ver las 
arrugas precoces que surcaban su frente , 
aquellas mejillas descarnadas y pálidas y 
aquellos ojos hundidos en sus órbitas, cual- 
quiera hubiera dicho: —Para ese hombre es 
un tormento el pensar. —Pero su dolor no 
provenia del desaliento; podiase adivinar en 
€l una esperanza Ó tal vez un recuerdo, 
Buonvicino no reconoció á primera vista á 
Alpinolo, Su traje, su barba , y la alteracion de 
sus facciones, le disfrazaban aun á los ojos de 
un amigo de su infoncia, Pero así que Alpi- 
nolo dijo su nombre, el monje le abrazó reite- 
radamente con toda la efusion de un padre que 
yuelve á ver á su hijo despues de largos años 
«de ausencia, y le preguntó cómo se hallaba 
en Milan á pesar de la suerte que allí le aguar- 
daba si llegaba 4 ser descubierto, 
Entonces Alpinolo, con el acento del odio 
mas profundo y sin pensar en justificarse á si 
mismo, le contó el origen de sus infortunios, 
la parte que habia tenido en la desgracia de 
Pusterla, y la traicion de Ramengo. Pero 
esta narracion no explicaba 4 Buonvicino la 
PUSTERLA. 359 
presencia de Alpinolo en Milan. Interrogóle 
sobre este punto y el jóven le respondió que 
era un secreto que habia jurado no revelar. 
Sin embargo, no le fué dificil al monje pene- 
trar sus designios y le aconsejó, y aun le or- 
denó, que no se dejase arrebatar por sus pa- 
siones hasta el extremo de cometer un Crí- 
men.— Padre mio, le respondió Alpinolo, 
vuestras reconvenciones son inútiles, porque 
no he tenido valor para cumplir mi juramen- 
to. Vuestra imágen, profundamente grabada 
en mi alma, me ha repetido con mas elocuen- 
cia aun que la que hubiera empleado vuestro 
labio mismo , aquellos sabios consejos que en 
otro tiempo prodigabais á mi infancia. No es 
eso, pues , lo que ahora me detiene en Milan: 
es necesario salvar á Pusterla ; ¡quereis ayu- 
darme á llevar á cabo este proyecto! 
Y entonces le reveló sus planes; cómo ha- 
bia ganado á precio de oro al carcelero de la 
puerta Romana, y cómo á favor de su disfraz 
de soldado confiaba llevar á cabo con buen 
éxito un proyecto de evasion. Pero no basta- 
ba sacar 4 Pusterla y á Margarita de la pri- 
sion; era necesario, para seguridad de aquellos 
desventurados, que se les proporcionasen los 
medios de dejar inmediatamente un pais donde 
tantos peligros les amenazaban. Explicó 4 
Buonvicino cuánto le repugnaba el hacer entrar 
4 un tercero en la confidencia de su designio 
y los inconvenientes que esto podia ofrecer 
para el buen éxito de su empresa. Y final- 
mente, le propuso que se encargase él mismo 
de todo lo que pudiera favorecer la fuga de 
los Pusterla así que hubiesen atravesado los 
umbrales de la puerta Romana. 
Luchando entre su razon, que le manifestaba 
los inconvenientes de semejante empresa, y el 
deseo que tenia de que se llevase á cabo fe- 
lizmente; vacilando entre los consejos de la 
prudencia y las emociones de una amistad tan 
viva como dispuesta á los mayores sacrificios, 
Buonvicino hizo desde luego algunas objecio- 
nes, temiendo agravár la suerte de los Pus- 
terla si su proyecto fracasaba y precipitar la 
ruina de unos seres á quienes hubiera que- 
rido salvar á trueque de su vida. Pero el pa- 
je le hizo ver cuán insensato era creer un 
momento en la indulgencia del amante pode- 
roso y despreciado de Margarita; le manifes- 
tó que Re paca desgraciados no podian espe- 
rar sino la muerte y que para librarlos del 
último suplicio debia arrostrarse todo por te- 
merario y peligroso que fuese. Medio persua- 
dido por estas razones , é impelido sobre todo 
por el deseo de salvar á sus mas caros ami- 
gos, Buonvicino manifestó que 86 prestaba á 
los proyectos del paje y quedó convenido entre 
ellos que todas las noches junto á un nogal lla- 
mado el nogal de Quadronno, que estaba en 
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