PABLO FERROL.
— ¡Quiénes son esas personas?
—Conozco algunas, pero jamás he visto á
las otras. El señor Bartlets, mi antiguo amo,
es siempre el primero; se sienta á mi lado y
él es quien me manda escribir 4 milady, dic-
tándome la carta siempre en los mismos tár-
minos. Le he conjurado cien veces á que me
diga si venia del paraíso ó del infierno; pero
en vez de contestarme sacude lentamente lau
cabeza.
—Eso podria dar lugar á tristes conjeturas,
repuso Ferrol; pero ¿sabeis ahora quién es el
que me lo ha dicho todo? z
—Lo supongo, y por eso me extraña, pues
yo no le he visto jamás cuando habia álguien
conmigo, excepto hoy. Juan y Enrique esta-
ban á mi lado, pero él permaneció invisible
para ellos, y como no queria que le oyesen me
hizo una seña. Entonces me prosterné al pié
de mi cama tocando él suelo con la frente, y
oré hasta que'me pareció que me abandonaba
la existencia
— ¡ Pobre hombre! dijo lord Ewyas.
—No me compadezcais, milord; es una
gran cosa estar en comunicacion con los espí-
ritus puros, y 08 aseguro que nunca he sido
tan feliz como durante las dos horas que aca-
bo de pasar en oracion. La prueba es que he
obtenido el permiso de obrar.
—Y habeis venido , como hombre pruden-
te, á pedirnos consejo, contestó Ferrol. Segun
lo que me ha dicho á mi vuestro antiguo amo,
creo que os engañais; ¡ha empleado hoy las
mismas expresiones que otras veces?
—No; sus palabras fueron mas terribles.
—Eso no me extraña; yo he visto espiritus
que han cometido enormes torpezas; en cuan-
to á las órdenes que se os han dado.....
—No me prchibais que las cumpla, porque
no podria escucharos.
— ¡Por qué?
—Porque ya está hecho.
—¡El qué! exclamó lord Ewyas.
—He prendido fuego al castillo, contestó
el mayordomo.
Levantóse lord Ewyas para precipitarse
fuera ; pero Didley, lanzándose á la puerta,
contra la cual se apoyó fuertemente, exclamó:
—Mi obra debe consumarse; nadie apaga-
rá las llamas que yan á consumirlo todo; yo
sabia bien..... ,
Antes que hubiese concluido la frase, Fer»
rol se precipitó sobre el maniático para tratar
de abrirse paso, y cogiendo el brazo de su
adversario, que acababa de sacar un enorme
cuchillo oculto en sus vestidos, exclamó:
— ¡Es así como tratais á los amigos de
vuestro amo?
— ¡No es amigo suyo quien se opone á sus
Ordenes! gritó Didley furioso y tratando de
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desprenderse de la mano que le oprimia eF
brazo. Aa
La fuerza natural del mayordomo triplica-
da por su' exaltacion, se aumentaba con la.
cólera, y el cuchillo con que trataba de he-
rir al caballero, hacia'la lucha demasiado-
desigúal para que Ferrol pudiese esperar ob-
tener la victoria,
—Vamos, dijo, teneis razon; soltadme y
no me opóndré á que cumplais vuestra mision.
—Juradlo, exclamó el maniático.
—Lo juro.
— ¡Otra vez! ¡otra vez!
—Lo juraré cuantas veces querais; y ade-
más todo ya bien; ¿no sentis ya el olor del
humo?
—Es verdad , repuso el mayordomo vol -
viéndose hácia el sitio que le designaba el ca-
ballero. t
Lord Ewyas quiso aprovechar la ocasion:
para salir y se lanzó hácia la puerta.
— ¡ Faltais á vuestro juramento! gritó
Didley, blandiendo su arma y estrechando
con mas fuerza á Ferrol; pero poco importa,
mi amo ....
— ¡Bondad divina! héle ahi, exclamó el
caballero, abandonando de pronto la resis-
tencia que oponia al mayordomo y fijando sus.
ojos en la puerta.
_— ¡Dónde ? preguntó el loco soltando por
un momento á su adversario.
Pero este momento bastó 4 Ferrol para-
derribar á Didley y desarmarle con ayuda de
lord Ewyas. Habiendo acudido al mismo tiem -
po dos criados, consiguióse por fin sujetar al
loco.
—Ahora, milord, dijo Ferrol, al fuego?!
al fuego! |
Y ambos se lanzaron hácia el lugar del in-
cendio , envueltos por el humo que se levan-
taba en el interior del castillo.
—1Id al salon, yo os lo ruego, milord, dijo
Ferrol; enviad al jardin á lady Bartlett y á
sus niños, pues aunque no creo sea peligroso
permanecer en el castillo, podrian asustarse
y gritar como locos. Tened tambien la bon-
dad de decir en voz baja á mi esposa que
venga á reunirse conmigo inmediatamente.
Y sin aguardar á su señora , seguro de que
ya le encontraria, dió las Órdenes necesarias
para apagar el incendio, y registró todos los
sitios para ver si habia otra parte donde Did-
ley hubiese pegado fuego.
—Estoy sano y salvo, dijo á la señora Fer-
rol apenas la vió; tengo mucho que hablaros,
pero no me es posible hacerlo ahora; mirad
por todas partes, querida Elinor , con vues-
tra penetracion femenina, y ved si descubris
llamas 6 humo. Ese pobre Didley=ha perdido
la razon, como ya os dije; él es quien ha