Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
  
  
PABLO FERROL. 
— ¡Quiénes son esas personas? 
—Conozco algunas, pero jamás he visto á 
las otras. El señor Bartlets, mi antiguo amo, 
es siempre el primero; se sienta á mi lado y 
él es quien me manda escribir 4 milady, dic- 
tándome la carta siempre en los mismos tár- 
minos. Le he conjurado cien veces á que me 
diga si venia del paraíso ó del infierno; pero 
en vez de contestarme sacude lentamente lau 
cabeza. 
—Eso podria dar lugar á tristes conjeturas, 
repuso Ferrol; pero ¿sabeis ahora quién es el 
que me lo ha dicho todo? z 
—Lo supongo, y por eso me extraña, pues 
yo no le he visto jamás cuando habia álguien 
conmigo, excepto hoy. Juan y Enrique esta- 
ban á mi lado, pero él permaneció invisible 
para ellos, y como no queria que le oyesen me 
hizo una seña. Entonces me prosterné al pié 
de mi cama tocando él suelo con la frente, y 
oré hasta que'me pareció que me abandonaba 
la existencia 
— ¡ Pobre hombre! dijo lord Ewyas. 
—No me compadezcais, milord; es una 
gran cosa estar en comunicacion con los espí- 
ritus puros, y 08 aseguro que nunca he sido 
tan feliz como durante las dos horas que aca- 
bo de pasar en oracion. La prueba es que he 
obtenido el permiso de obrar. 
—Y habeis venido , como hombre pruden- 
te, á pedirnos consejo, contestó Ferrol. Segun 
lo que me ha dicho á mi vuestro antiguo amo, 
creo que os engañais; ¡ha empleado hoy las 
mismas expresiones que otras veces? 
—No; sus palabras fueron mas terribles. 
—Eso no me extraña; yo he visto espiritus 
que han cometido enormes torpezas; en cuan- 
to á las órdenes que se os han dado..... 
—No me prchibais que las cumpla, porque 
no podria escucharos. 
— ¡Por qué? 
—Porque ya está hecho. 
—¡El qué! exclamó lord Ewyas. 
—He prendido fuego al castillo, contestó 
el mayordomo. 
Levantóse lord Ewyas para precipitarse 
fuera ; pero Didley, lanzándose á la puerta, 
contra la cual se apoyó fuertemente, exclamó: 
—Mi obra debe consumarse; nadie apaga- 
rá las llamas que yan á consumirlo todo; yo 
sabia bien..... , 
Antes que hubiese concluido la frase, Fer» 
rol se precipitó sobre el maniático para tratar 
de abrirse paso, y cogiendo el brazo de su 
adversario, que acababa de sacar un enorme 
cuchillo oculto en sus vestidos, exclamó: 
— ¡Es así como tratais á los amigos de 
vuestro amo? 
— ¡No es amigo suyo quien se opone á sus 
Ordenes! gritó Didley furioso y tratando de 
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desprenderse de la mano que le oprimia eF 
brazo. Aa 
La fuerza natural del mayordomo triplica- 
da por su' exaltacion, se aumentaba con la. 
cólera, y el cuchillo con que trataba de he- 
rir al caballero, hacia'la lucha demasiado- 
desigúal para que Ferrol pudiese esperar ob- 
tener la victoria, 
—Vamos, dijo, teneis razon; soltadme y 
no me opóndré á que cumplais vuestra mision. 
—Juradlo, exclamó el maniático. 
—Lo juro. 
— ¡Otra vez! ¡otra vez! 
—Lo juraré cuantas veces querais; y ade- 
más todo ya bien; ¿no sentis ya el olor del 
humo? 
—Es verdad , repuso el mayordomo vol - 
viéndose hácia el sitio que le designaba el ca- 
ballero. t 
Lord Ewyas quiso aprovechar la ocasion: 
para salir y se lanzó hácia la puerta. 
— ¡ Faltais á vuestro juramento! gritó 
Didley, blandiendo su arma y estrechando 
con mas fuerza á Ferrol; pero poco importa, 
mi amo .... 
— ¡Bondad divina! héle ahi, exclamó el 
caballero, abandonando de pronto la resis- 
tencia que oponia al mayordomo y fijando sus. 
ojos en la puerta. 
_— ¡Dónde ? preguntó el loco soltando por 
un momento á su adversario. 
Pero este momento bastó 4 Ferrol para- 
derribar á Didley y desarmarle con ayuda de 
lord Ewyas. Habiendo acudido al mismo tiem - 
po dos criados, consiguióse por fin sujetar al 
loco. 
—Ahora, milord, dijo Ferrol, al fuego?! 
al fuego! | 
Y ambos se lanzaron hácia el lugar del in- 
cendio , envueltos por el humo que se levan- 
taba en el interior del castillo. 
—1Id al salon, yo os lo ruego, milord, dijo 
Ferrol; enviad al jardin á lady Bartlett y á 
sus niños, pues aunque no creo sea peligroso 
permanecer en el castillo, podrian asustarse 
y gritar como locos. Tened tambien la bon- 
dad de decir en voz baja á mi esposa que 
venga á reunirse conmigo inmediatamente. 
Y sin aguardar á su señora , seguro de que 
ya le encontraria, dió las Órdenes necesarias 
para apagar el incendio, y registró todos los 
sitios para ver si habia otra parte donde Did- 
ley hubiese pegado fuego. 
—Estoy sano y salvo, dijo á la señora Fer- 
rol apenas la vió; tengo mucho que hablaros, 
pero no me es posible hacerlo ahora; mirad 
por todas partes, querida Elinor , con vues- 
tra penetracion femenina, y ved si descubris 
llamas 6 humo. Ese pobre Didley=ha perdido 
la razon, como ya os dije; él es quien ha 
 
	        
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