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placer y sobre todo un grande honor el ir 4
aqueila inesperada cabalgata; pero ¿no hacia
mal en faltar asi á la promesa que diera 1 Vis-
tióse mas intranquila que feliz, y cuando la
señora Parodi entró en su cuarto, encontróla
mirando por la ventana y con los ojos llenos
de lágrimas.
—¡Che ce? la preguntó la siguora,
Juana la explicó en el mejor italiano que
pudo encontrar, cuanto termia que Hugues se
enojase contra ella por no haberle cumplido
su promesa,
—i¡ Qué os importa? replicó el aya, que
temia siempre que se sospechase que anima-
ba las simpatías del jóven Bartlett hácia su
discipula, Suporgo que preferís la sociedad
de vuestros padres á la suya ?
—¡Oh! sí, exclamó Juana; ya sabeis
cuantas veces he deseado que me llevasen
consigo ; pero se ha mostrado tan amable
Hugues al sacrificarse en volver expresamen-
te del castillo de lord Ewyas para pasearse
con nosotras !
—Pero bien; ¡no ha vuelto para pasearse
con sus hermanas ?
—$in duda ; mas vendrán 4 buscarme,
—No os inquieteis por eso; yo contestaré
que el señor Ferrolos ha lleyado consigo.
—¡Oh ! gracias; ¡sereis tan amable, cara
signora? ¡ (Qué dia tan hermoso! ¡Si fuerais
al Parque!
—No, no, estoy ocupada; tengo que estu-
diar una nueva pieza de música, y no he ve-
nido aquí mas que para ver si teniais el cue-
llo bien puesto; pero bajaré hasta la puerta
cuando lleguen y les explicaré como ha pasa-
do la cosa. d
—Si mirais por la ventana, estoy segura
que los vereis.
—Es indudable; pero tranquilizaos, ya los
oiré llegar.
—Les hablareis, ¿no es cierto ?
—St, sí, descuidad; ahora bajad -pronto
para que no os esperen , pues ya están los ca-
ballos delante del vestíbulo.
Desde aquel dia ocurrió con mucha frecuen-
cia que ya por una circunstancia ya por otra
se frustraron los proyectos de Juana y el jó-
ven Bartlett, rompiéndose los compromisos
que ambos contrajeran,
Hugues comprendia que Ferrol le tratdba
sin consideracion, y que Juana se hallaba
completamente bajo la influencia de su padre.
Su pasion no Gejó Ge desarrollarse por eso;
pero comprendió cuántos obstáculos tendria
que vencer para conseguir su objeto, dado el
caso que lo consiguiera. Era evidente que si
Juana llegaba algun día Á ser su esposa, se-
ria á despecho de Ferrol, cuya mala vyolun-
tad hácia él era ya conocida.
PABLO FERROL.
Algun tiempo despues del día en que Juan?
paseó con sus padres, habiendo encontrado
Ferrol á su esposa en el jardin, la tomó del
brazo y se paseó algunos momentos en silen-
cio , disfrutando con delicia del aire tibio car-
gado de perfumes y de la luz que les rodeaba.
—¡ Qué carta es esa, Pablo ? preguntó Eli-
nor dirigiendo la vista 4 un billete que aquel
tenia en la mano.
—Para decirtelo te buscaba ; mira.
—¿, Del castillo de Harold 1
—Sí, y por cierto que pienso acudir al lla-
mamiento de lord Ewyas.
—¡ De veras?
— Y te ruego que te quedes aqui.
—Con mucho gusto.
—¡ Oh ! mala esposa !
—|¡ Pues me gusta ! contestó Elinor riendo;
¿Ro sois vos quien me lo propone ?!
—¡ Bien! bien! yo no pienso mas que en
mi y quiero ser el único que ocupe tu pensa-
miento: no dudo que mi marcha te entriste-
cerá, pero voy á decirte el motivo de ella.
Ya sabes que ahora se abren en Bewdy los
tribunales.
—Lo ignoraba completamente.
—En ese caso se me ha olvidado decírtelo,
pues no era mi intencion ir; mas parece que
lord Ewyas ba oido hablar de ciertos trastornos
bastante graves que tendrán lugar por causa
de los presos acusados de haber incendiado
sus construcciones de Oak-Park. Tiene mie-
do, y bajo pretexto de poner á salvo su digni-
dad, “cree necesario reunir los miembros de. su
partido á fin de conducirlos ante el sheriff para
que acompañen á los jueces.
—Teme algun peligro, contestó Klinor, y
quiere librarse de él exponiéndoos a vos!
—No es eso lo que me dice, contestó Fer-
rol sonriendo y enseñando la carta á su es-
posa.
—Si; pero no es por eso menos verdad ;
seguramente hay peligro, puesto que se 0s
necesita, y si...
— Recibo un golpe en la cabeza...
—¡ Oh ! no, no, no.
—Moriré entonces antés que tú, en el apo-
geo de mi felicidad. Pero ¡qué broma tan
pesada es hablar ahora de morirse! ¡Por
qué me haces pensar en eso? Voy á marchar
á Bewdy £ caballo con media docena de
hombres, y«volveré tan pronto como haya ter-
minado ese negocio. A eso se reducirá tan so-
lo este paseo heróico; pero es posible no obs-
tante que me vea obligadoá detenerme todo el
día, pues la sesion será borrascosa, y por
eso vengo á prevenirtelo. No estés inquieta
aunque tarde un poco.
—¡Bien ! no me separaré de ti hasta que