Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
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un traje nuevo para la ceremonia, se reunie- 
von al sonido de una trompeta que tocaba' un 
hombre con mejor voluntad que talento, y 
que á pesar de la eficacia de sus esfuerzos, 
pues todos los maceros se hallaban reunidos á 
su alrededor, continuaba soplando á pulmon 
lleno, juzgando sin duda que toda aquella 
pompa no se celebraba sino con el objeto de 
oirle, > 
—¡Basta de trompeta ! ¡ basta de trompe- 
ta ! le gritaron algunos ; el sheriff ya á partir 
y 0s quedareis atrás. > 
Detúvose el buen hombre, abrió los ojos 
desmesuradamente, y viendo que en efecto 
se hallaba ya á cierta distancia la escolta que 
d-:bia conducir, sacudió la saliva que contenia 
su instrumento y fué á tomarel puesto que le 
correspondia. 
El sherif, acompañado de su capellan, que 
vestia de gran gala, se hallaba ya en el co- 
che, y sus cuatro caballos nuevos, montados 
por dos postillones tambien nuevos, partieron 
casi en seguida. Lord Ewyas, sir Amyas y 
Mr. Dixon le siguieron cada uno cn su coche, 
y los demás, entre los que se hallaba Ferrol, 
montaron inmediatamente á caballo. 
"En el moménto de poner aquel el pié en el 
estribo, salió un hombre de entre la multitud 
y se dirigió hácia él, diciendo : . 
—Yo me llamo James Skenfrith, caballero,. 
y quisiera hablaros. 
— ¡No sois yos quien tuvo el cólera en el 
distrito de Olly ? preguntó Ferrol; recuerdo 
muy bien vuestro hombre; en cuantoá vues- 
tro semblante, ha cambiado mucho desde 
que no Os he visto. 
—Y es á mi pobre hijo, caballero, á quien 
mandasteis dar algunas patatas. 
—No lo he olvidado, replicó el caballero 
sonriendo; ¿qué ha sucedido desde aquella 
época! 
- —Yl no ha muerto nf yo tampoco, señor; 
pero he perdido cuanto tenia. Mis negocios 
irian bien si'el acreedor no se hubiese apode- 
rado de todo. 
—Probablemente le deberiais algo, replicó 
Ferrol. : 
—No por eso es menos vergonzoso echar 
á un hombre de su casa, mucho mas habién- 
dole pagado todos los recibos, repuso Sken- 
frith. 
—Veo que no habrá mas remedio que da- 
ros media corona, dijo Ferrol sacando del bol- 
sillo algunas monedas. 
Guardóse Skenfrith la media corona con 
alegría, y despues de dar gracias 4 Ferrol 
prosiguió : 
—No es esto lo-que tenia que deciros, se- 
ñor; habeis sido bueno para mí, y vengo 4 
daros un consejo en cambio de todas vuestras 
/ 
PABLO FERROL. 
bondad+s. No vayais con esos lores, señor; 
creedme, dejadlos con sus criados. 
—i¡ Por qué + 
—Porque habeis de saber que estamos re- 
sueltosá no permitir que los trajes negros to-- 
quen á los prisioneros. , 
—Probablemente habreis tomado esa reso- 
lucion despues de perder vuestra cabaña. 
—¡ Y no es eso bastante para incomodar á 
un hombre? replicó Skenfrith. 
—No digo lo contrario; pero por-la misma 
razon el incendio de su fábrica ha. exaspe- 
rado á lord Ewyas y todos participamos de 
su exasperacion. 44 
—Los que la han quemado necesitalfan pan, 
replic Skenfrith; se verterá mucha sangre 
antes de que toquen á la cabeza de los prisio- 
Neros, pero no será la vuestra, señor Ferrol. 
—Gracias, Jaime, contestó el caballero; 
desgraciadamente no puedo haceros lá misma 
promesa, pues si uno de vosotros es tan ne- 
cio que se atreva á emplear la violencia, se- 
ré uno de los primeros que os pague en la 
misma moneda. Adios, Jaime. 
Y Ferrol se alejó 
El cortejo tenia que recorrer mas de dos 
millas para encontrarse en- el sitio donde es- 
peraban los magistrados; llegados que fueron 
al lugar de la cita, el sherif recibió á los jue- 
ces en su carroza, que dando media Vuelta 
dirigióse despues hácia Bewdy, semejante por 
detrás á un brillante cometa y por delante á 
una botella de agua gaseosa cuyo tapon aca- 
ba de saltar. 
En el interior de la carroza, la conversacion 
era muy poco animada: los jueces, «muy in - 
quietos por las disposiciones de la multitud, 
dirigieron con aquel motivo algunas preguntas 
embozadas, informándose con un interés mu- 
cho menos sincero de la salud de la esposa del 
sherif y de si tenia muchos hijos. 
El sherif trató de desyanecer los temores 
',de los magistrados enseñándoles con orgullo 
la importancia de su escolta; añadió con aire 
doloroso que su esposa estaba enferma, y 
confesó ruborizándose que no tenia hijos. 
El capellan describió el aspecto feroz de 
los grupos por entre los que habia eruzado 
para llegar al palacio donde se daba el almuer- 
zo, y la atencion de los jueces dejó de ocu- 
parse de la enfermedad de la esposa del she- 
rif para pensar en el número de constábles 
que encerraba la ciudad y en los recursos de 
que podian disponer aquellos encargados de 
la seguridad pública para reprimir el motin. 
La animacion iba en aumento : algunos ca- 
ballos impacientes, obedeciendo á la espuela 
de los ginetes, y deseando probar su vigor, 
caracoleaban y hacian corvetas, algunas de 
las cuales terminábanse con la caida de los 
  
  
  
 
	        
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