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un traje nuevo para la ceremonia, se reunie-
von al sonido de una trompeta que tocaba' un
hombre con mejor voluntad que talento, y
que á pesar de la eficacia de sus esfuerzos,
pues todos los maceros se hallaban reunidos á
su alrededor, continuaba soplando á pulmon
lleno, juzgando sin duda que toda aquella
pompa no se celebraba sino con el objeto de
oirle, >
—¡Basta de trompeta ! ¡ basta de trompe-
ta ! le gritaron algunos ; el sheriff ya á partir
y 0s quedareis atrás. >
Detúvose el buen hombre, abrió los ojos
desmesuradamente, y viendo que en efecto
se hallaba ya á cierta distancia la escolta que
d-:bia conducir, sacudió la saliva que contenia
su instrumento y fué á tomarel puesto que le
correspondia.
El sherif, acompañado de su capellan, que
vestia de gran gala, se hallaba ya en el co-
che, y sus cuatro caballos nuevos, montados
por dos postillones tambien nuevos, partieron
casi en seguida. Lord Ewyas, sir Amyas y
Mr. Dixon le siguieron cada uno cn su coche,
y los demás, entre los que se hallaba Ferrol,
montaron inmediatamente á caballo.
"En el moménto de poner aquel el pié en el
estribo, salió un hombre de entre la multitud
y se dirigió hácia él, diciendo : .
—Yo me llamo James Skenfrith, caballero,.
y quisiera hablaros.
— ¡No sois yos quien tuvo el cólera en el
distrito de Olly ? preguntó Ferrol; recuerdo
muy bien vuestro hombre; en cuantoá vues-
tro semblante, ha cambiado mucho desde
que no Os he visto.
—Y es á mi pobre hijo, caballero, á quien
mandasteis dar algunas patatas.
—No lo he olvidado, replicó el caballero
sonriendo; ¿qué ha sucedido desde aquella
época!
- —Yl no ha muerto nf yo tampoco, señor;
pero he perdido cuanto tenia. Mis negocios
irian bien si'el acreedor no se hubiese apode-
rado de todo.
—Probablemente le deberiais algo, replicó
Ferrol. :
—No por eso es menos vergonzoso echar
á un hombre de su casa, mucho mas habién-
dole pagado todos los recibos, repuso Sken-
frith.
—Veo que no habrá mas remedio que da-
ros media corona, dijo Ferrol sacando del bol-
sillo algunas monedas.
Guardóse Skenfrith la media corona con
alegría, y despues de dar gracias 4 Ferrol
prosiguió :
—No es esto lo-que tenia que deciros, se-
ñor; habeis sido bueno para mí, y vengo 4
daros un consejo en cambio de todas vuestras
/
PABLO FERROL.
bondad+s. No vayais con esos lores, señor;
creedme, dejadlos con sus criados.
—i¡ Por qué +
—Porque habeis de saber que estamos re-
sueltosá no permitir que los trajes negros to--
quen á los prisioneros. ,
—Probablemente habreis tomado esa reso-
lucion despues de perder vuestra cabaña.
—¡ Y no es eso bastante para incomodar á
un hombre? replicó Skenfrith.
—No digo lo contrario; pero por-la misma
razon el incendio de su fábrica ha. exaspe-
rado á lord Ewyas y todos participamos de
su exasperacion. 44
—Los que la han quemado necesitalfan pan,
replic Skenfrith; se verterá mucha sangre
antes de que toquen á la cabeza de los prisio-
Neros, pero no será la vuestra, señor Ferrol.
—Gracias, Jaime, contestó el caballero;
desgraciadamente no puedo haceros lá misma
promesa, pues si uno de vosotros es tan ne-
cio que se atreva á emplear la violencia, se-
ré uno de los primeros que os pague en la
misma moneda. Adios, Jaime.
Y Ferrol se alejó
El cortejo tenia que recorrer mas de dos
millas para encontrarse en- el sitio donde es-
peraban los magistrados; llegados que fueron
al lugar de la cita, el sherif recibió á los jue-
ces en su carroza, que dando media Vuelta
dirigióse despues hácia Bewdy, semejante por
detrás á un brillante cometa y por delante á
una botella de agua gaseosa cuyo tapon aca-
ba de saltar.
En el interior de la carroza, la conversacion
era muy poco animada: los jueces, «muy in -
quietos por las disposiciones de la multitud,
dirigieron con aquel motivo algunas preguntas
embozadas, informándose con un interés mu-
cho menos sincero de la salud de la esposa del
sherif y de si tenia muchos hijos.
El sherif trató de desyanecer los temores
',de los magistrados enseñándoles con orgullo
la importancia de su escolta; añadió con aire
doloroso que su esposa estaba enferma, y
confesó ruborizándose que no tenia hijos.
El capellan describió el aspecto feroz de
los grupos por entre los que habia eruzado
para llegar al palacio donde se daba el almuer-
zo, y la atencion de los jueces dejó de ocu-
parse de la enfermedad de la esposa del she-
rif para pensar en el número de constábles
que encerraba la ciudad y en los recursos de
que podian disponer aquellos encargados de
la seguridad pública para reprimir el motin.
La animacion iba en aumento : algunos ca-
ballos impacientes, obedeciendo á la espuela
de los ginetes, y deseando probar su vigor,
caracoleaban y hacian corvetas, algunas de
las cuales terminábanse con la caida de los