Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
PABLO FERROL. 
dose del mundo y sus costumbres, hasta que 
el carcelero fué á decirles que iba á cerrar las 
puertas. Ferrol frunció el entrecejo al oir es- 
tas palabras, y el abogado, despues de estre- 
charle la mano, se fué sin dejar de reirse. 
Como puede suponerse la multitud se opri- 
mia al dia siguiente en los alrededores del 
tribunal, mucho antes de abrirse la audien- 
cia; los unos querian presenciar la entrada 
del prisionero porque le conocian, y los otros 
porque nunca le habian visto. 
La situacion de un hombre que ha sufrido 
encarcelamiento siempre es humillante , y las 
consideraciones mismas que entonces se le 
dispensan prueban la compasion que inspiran 
las circunstancias degradantes en que se halla 
colocado. Aunque Ferrol iba rodeado de los 
amigos que le acompañaron desde la cárcel al 
tribunal para honrarle y probarle su aprecio, 
no por eso dejaria de tomar asiento en el 
banco de los criminales, contestar á sus jue- 
ces, y sufrir acaso una condenacion infamante. 
Terminada la lectura del acta de acusacion, 
el presidente dirigió la pregunta de costum- 
bre: 
— Sois Ó no culpable de la muerte de que 
se os acusa? 
— ¡No lo soy! contestó Ferrol con voz 
fuerte. 
Dejóse oir en el auditorio un murmullo de 
aprobacion, y habiendo procedido el tribunal 
á las formalidades acostumbradas en semejan- 
te caso, el abogado dela parte civil tomó en 
seguida la palabra. 
Despues de haber oido en la prision algu- 
nos trozos de aquel discurso lleno de elocuen- 
cia, formado por los dos amigos, no le cita - 
remos aquí con el desarrollo que tomó en la 
imaginacion de Harrowby. Diremos solo que 
fué pronunciado con el calor 'que un práctico 
consumado desplega en las grandes luchas 
oratorias, y en él empleó la mayor parte de 
las expresiones que en la noche anterior bus-. 
caron juntos ambos amigos. 
Al terminar todo lo que tenia que decir, el 
abogado , sobreexcitado al parecer, tomó 
asiento, enjugándose la frente, segun le pre- 
dijera Ferrol la noche anterior. Recordando 
entonces lo que pasara en la prision, lanzó 
utía rápida ojeada á su amigo, que le miraba 
con la sonrisa en los labios, y no fué necesa- 
rio mas para que el actor desapareciese de 
golpe, dejando su lugar al hombre. El ver- 
dadero Harrowby, cuya careta acababa de 
caer súbitamente, apenas tuvo tiempo para 
llevarse el pañuelo á la boca á fin de ahogar 
la risa; Ferrol hizo lo mismo, pero con mas 
desden , y el tribunal quedó escandalizado 
ante aquella muestra de buena inteligencia, 
nunca vista entre el acusador y el acusado. 
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Fuera de este incidente, la causa siguió su 
acostumbrada tramitacion sin que ocurriese 
nada digno de mencionar. 
Todos los testigos de cargo afirmaron que 
el palo de la víctima no podia ocasionar nin- 
guna herida grave; que las palabras y los ges- 
tos de Jaime Skenfrith probaban claramente 
que no llevaba malas intenciones; que la con- 
ducta de Ferrol por el contrario habia sido 
provocadora, y que no solo mató á Jaime 
Skenfrith sino que le asesinó deliberadamente. 
Los testigos contrarios probaron que el pe- 
ligro era inminente y criminales las intencio- 
nes de Jaime, y que Ferrol mostró demasia- 
da paciencia, no haciendo uso de su arma si- 
no obligado por la necesidad. Estas últimas 
declaraciones, mucho mas precisas que las 
otras, parecieron tener mucho mas peso en el. 
ánimo de los oyentes, y cuando ej presidente 
huto concluido de resumir los debates , nadie 
pudo dudar que el fallo seria absolver com- 
pletamente al acusado. 
Faltaba solo que el tribunal pronunciase 
sobre la causa que acababa de verse; las cin- 
co y media daban en el momento de ir á en- 
trar en la sala de deliberaciones; el presiden- 
te del tribunal sacó el reloj como para indicar 
su idea de suspender la sesion; pero el pre- 
sidente del jurado, creyendo que esto no se- 
ria necesario, pidió solamente algunos minu- 
tos, teniendo en cuenta que el veredicto no 
parecia encerrar ninguna contradiccion. 
Con la esparanza de verse pronto libre , el 
magistrado volvió á tomar asiento, preparán- 
dose á esperar pacientemente la respuesta de 
aquel. Entretanto Ferrol hojeaba un librito 
de memorias donde habia anotado los trozos 
caracteristicos y las palabras mas notables 
que oyó durante el curso de los debates ; los 
abogados se habian retirado excepto Harrow- 
by, que se acercó mas al acusado. Los ujieres 
del tribunal, acostumbrados á estar siempre 
de pié, permanecian inmóviles en la sala Ó 
recostados contra la pared, en medio de un 
silencio que iba prolongándose cada vez mas. 
Al fin el presidente del jurado hizo una se- 
ña al escribano, y entrando este para desem- 
peñar sus funciones , gritó en alta voz: 
—Señores del jurado, ¡estais acordes sobre 
el veredicto que vais á pronunciar ! 
—No hay avenencia, contestó el presidente. 
Estas palabras causaron en el auditorio la 
mayor sorpresa, pues la impresion favorable 
que produjeron los debates hacian esperar 
una completa absolucion. 
—En ese caso, contestó el presidente del 
tribunal, se suspende la sesion; el escribano 
de la audiencia esperará á que entren los 
señores del jurado, conduciendo despues al 
acusado á su prision. 
 
	        
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