Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
410 PABLO FERROL. 
Levantóse al decir estas palabras, sacudió 
su toga para deshacer los pliegues, sin guar- 
dar la misma dignidad que observara por la 
mañana, y salió de la sala disimulando un 
bostezo. 
—El acusado será conducido de nuevo 4 la 
prision, dijo Ferrol á su amigo; este juego 
comienza á ser ya fastidioso, y la broma se 
va prolongando demasiado. ,Quereis hacer, 
me el fayor de ir á noticiar esto á Elinor, ro- 
gándola que venga á verme á mi celda?! 
Harrowby, mas atemorizado de lo que 
creia, salió para ir á desempeñar aquella co- 
mision; los caballeros que habian permaneci- 
do en la audiencia hasta aquella hora avan- 
zada, rodearon á Ferrol, y con aire inquieto 
y pálido el semblante á pesar de sus esfuer- 
zos, consideraron aquelia dilacion como un 
incidente sin importancia. 
El mismo Ferrol, fatigado ya, experimen- 
taba el deseo de que cesasen las incomodida- 
des de su situacion y de recobrar la libertad; 
pero demasiado orgulloso para dejar conocer 
nada, pudo dominarse y salió de la sala con 
el aire tranquilo que tuvo siempre en la pros- 
peridad. Sin jugar con el peligro ni retroce- 
der ante él, aceptábalo no á título legal sino 
como simple subordinado. 
— | Qué pálida estás, amor mio! dijo á su 
esposa cuando volvió á verla en la prision; 
veo que has llorado al encontrarte sola. ¡Por 
qué te afliges asi, Elinor mia? 
— ¡Qué importan mis lágrimas cuando sois 
vos el que sufre? ¡Oh! Pablo! ¡cuándo aca- 
bará esto? 
—Es fastidioso , replicó Ferrol; se ha he- 
cho la defensa con tal claridad, que nadie 
comprende qué es lo que puede hacer vacilar 
á los jueces Probablemente los imbéciles que 
han declarado ante el magistrado que habia 
asesinato, son tambien del jurado; pero de 
un modo ú otro, preciso será que esto con- 
cluya. ' 
Elinor se estremeció. 
— ¡Crees tú que me mandarán ahorcar? 
preguntó Ferrol, 
—¡Ohk! por Dios! no pronuncieis jamás 
esas horribles palabras; vos mirariais sin pes- 
tañear la boca de un cañon; pero yo no pue- 
do hacerlo! 
— ¡Vamos! ángel mio..... no creas que 
hay verdadero peligro; yo te aseguro que es- 
Caparemos bien. 
Los miembros del tribunal, mas fatigados 
que aquel cuya suerte tenian entre las manos, 
deliberaban en una habitacion mas triste y 
lúgubre que la celda del prisionero; sin fue- 
go durante una noche helada, sin mas luz 
que la lámpara suspendida encima de la puer- 
ta, aquellos doce individuos experimentaban 
un verdadero tormento. : 
Acostumbrados á la comodidad , á comer 
bien junto á un buen fuego, á repantigarse en 
una magnífica butaca ó en el mullido lecho 
que les esperaba todas las noches despues del 
trabajo del dia, estas comodidades habian lle- 
gado á ser para ellos una segunda naturaleza; 
y eran pocos los que soportaban con pacien- 
cia el frio y el cansancio de aquella triste no- 
che de marzo. 
Once de dichos individuos reconocian la 
completa inocencia del acusado, pero el duo- 
décimo, hombre por demás testarudo, persis- 
tia en declararle culpable sin que nada le hi- 
ciese variar su opinivn. Segun él, Ferrol ha- 
bia cometido la muerte, no para defenderse, 
sino porque Jaime era un hombre del pueblo; 
y todo lo que los abogados, los testigos y los 
jueces manifestaron sobre aquel punto no pu- 
do destruir ni por un instante su íntima con- 
viccion. 
—El resúmen del presidente no deja sin 
embargo la menor duda sobre la inocencia del 
acusado, dijo M. Ranhelme por la vigésima 
vez. 
—El presidente no puede ser buen juez en 
este asunto , replicó M. Holmes con obstina- 
cion, porque Ferrol le ha salvado la vida y 
naturalmente es necesario que hable en su 
favor, 
— i Admitís, pues, que sin la intervencion 
de Ferrol el juez hubiera sido asesinado? 
—|No!..... yo no me he servido de la pa- 
labra asesinado; además nadie tiene el dere- 
cho de matar á un hombre para impedirle que 
haga daño á otro. 
—Es cierto; pero si yo os dispertase en 
medio de la noche y os pusiera un puñal al 
pecho, os defenderiais. 
—Pero la víctima no llevaba mas que un 
palo; eso está probado; la declaracion de 
Isaac Smith hace fuerza. El vió á Jaime cor- 
tar aquel palo de una estacada, y le oyó de- 
cir: «esto es todo lo que necesito ; » recordad 
las declaraciones. 
—Si, era todo lo que necesitaba para ma- 
tar al juez y á lord Ewyas; con un garrote se 
les podia muy bien romper la cabeza 
-—No digo lo contrario; el morrillo de la 
chimenea podria muy bien romperles el crá- 
neo si tuviera la facultad de moverse. 
— Eso es una sutileza, 
—No por eso dejará de sostener que el acu- 
sado es culpable. 
Trascurrió media hora, y la situacion iba 
haciéndose cada vez mas penosa. Aumentaba 
el frio con la aproximacion del dia y los tor- 
mentos del hambre se unian á las demás in- 
comodidades que sentian los jueces. La gra- 
  
  
 
	        
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