Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

   
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Su voz sonora no habia temblado sino en 
el momento de hablar de su mujer, y la mul- 
titud siempre voluble en sus impresiones co- 
menzaba á pronunciarse en favor del acusado ; 
pero la justicia que no se deja enternecer no 
podia menos que condenar. Nunca se habia 
presentado una cuestion mas despejada; las 
formalidades judiciales se hallaban reducidas 
á su mas simple expresion; no era necesario 
pedir mas pruebas ni sostener mas debates ;. 
la confesion del acusado hacia inútiles hasta las 
deliberaciones del tribunal. 
El presidente expresó en pocas palabras el 
horror que le inspiraba el crimen cometido ; 
y manifestando cuán pernicioso seria dejarse 
infiuir por la posicion del culpable, pronun- 
ció la sentencia fatal quese reserva á los ase- 
sinos 
Ferrol escuchó impasible la sentencia que 
le condenaba á muerte, pues tenia demasiado 
dominio sobre si mismo para revelar la menor 
emocion por una cosa que esperaba hacia 
tanto tiempo. 
En el momento de salir de la audiencia 
para volver á su calabozo, sus ojos trataron 
de descubrir alguna persona entre la multi- 
tud, y su mirada penetrante se detuyo al fin 
en el jóven Bartlett, 4 quien vió en uno de 
los rincones mas retirados de la sala. El ros- 
tro de Hugues expresaba un dolor tan pro- 
fundo, que Ferrol cuya intencion no fué mas 
que ver si estaba se quedó contemplándole al- 
gunos instantes. Apercibióse de ello el jóyen, 
y con una señal imperceptible de cabeza dió 
á entender que comprendia la alusion de 
aquella mirada Aun no habia trascurrido el 
plazo de un mes que le fijara Ferrol. 
—i¡ Pobre Juana | murmuró el jóven. 
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y que- 
riendo evitar los comentarios de los que esta- 
ban á su alrededor, abrióse camino á través 
de la multitud y se halló en la calle en el mo- 
mento en que el acusado entraba en su cala- 
bozo. ; 
De todos los que padecieron en aquel terri- 
ble dia, Hugues era seguramente el que mas 
habia sufrido. En el momento en que el de- 
seo de toda su vida llegaba á ser una espe- 
ranza, y en que creia en la próxima realiza- 
cion de sus mas ardientes deseos ,- abando- 
nándose á la felicidad con todo el fuego de la 
juventud y de la pasion, sus esperanzas se 
hundian de un golpe; su amor y sus ensue- 
ños no eran mas que ilusiones para el presen- 
te y el porvenir. Aquella á quien adoraba no 
habia cambiado, pero el crimen de que era 
inocente la envolvia como en un sudario, se-' 
parándola de él para siempre. 
En todas partes se hablaba de la sentencia 
de Ferrol, y Hugues supo que se ejecuta- 
PABLO FERROL. 
ria al dia siguiente, El jóven salió de la ciu- 
dad sin hablar á nadie, y llegó á su casa des- 
pues de haberse detenido mucho tiempo en 
frente de la Torre donde iba á llegar bien 
pronto la terrible noticia, Hugues encontró 
en la puerta del Parque á su hermana , que 
habia llorado mucho, y cuyas lágrimas brota- 
ron de nuevo al ver á su hermano 
— ¡Pobre Elinor ! murmuró la jóven sollo- 
zando. $S e 
—¡ Cómo está 1? preguntó Hugues. 
—¡Ha muerto! contestó su hermana, 
Eran demasiado jóvenes y demasiado feli- 
ces para considerar la muerte como el favor 
mas grande que pudiera concedérseles. 
—Es preciso que tú 6 mi madre vayais á 
ver á Juana , replicó el jóven con vivacidad. 
— Bien quisiera si pudiese ser útil en algo, 
pero he ido á la Torre con la señorita Har- 
den, y me han dicho que Juana estaba en el 
cuarto de su madre, donde M. M...., se ocu- 
paba en preparar los funerales, y que no se 
hallaba en estado de recibirme. 
—¡ No ha dicho mi madre que iria? 
- No; ha dicho que Juana vendria aquí, 
donde terminado el proceso, podria venir su 
padre á buscarla, : 
—¡ A buscarla! ¡ cómo, si es culpable! 
—Mamá no quiere creerlo; dice tan solo 
que es tan extraño que un hombre sea acusa- 
do de asesinato dos veces en su vida, que 
debe haber en todo eso alguna cosa extraor- 
dinaria. i 
—Si, algo mas doloroso de lo que se pu- 
diera creer nunca. ¡Y mi pobre Juana, no 
harán nada por ella ? 
—No ereo que sea posible hoy; á todo lo 
que la ha preguntado la doncella, ha respon - 
dido solo: «Os ruego que me dejeis sola com 
mi madre,» + : : 
Hugues volvió la cabeza para cubrirse el 
rostro con las manos; toda la familia partici- 
pava de su tristeza, y aquel largo dia termi- 
nó penosamente, Llegada la hora de comer, 
todos se sentaron á la mesa por mera.fórmu- 
la , y cuando su madre y sus hermanas salie - 
ron del comedor, Hugues tomó su sombrero 
y se fué, Aunque no sabia á dónde ir, dirigió 
sus pasos por el sitio acostumbrado encon- 
trándose al poco tiempo frente á la Torre. 
Empezaba á oscurecer y las sombras se ex- 
tendian ya sobre la antigua morada envolvién- 
dola en un fúnebre velo, Tódo estaba lo mis- 
mo en el jardin, donde las flores vertian sus 
perfumes en el silencio de una hermosa no- 
che de primavera; y en el estanque situado 
en medio del prado deslizábanse lentamente 
los cisnes, que el dia antes eran aun para 
Juana y su madre un objeto de interés. 
La imaginacion sobrexcitada se impresiona 
  
  
 
	        
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