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Su voz sonora no habia temblado sino en
el momento de hablar de su mujer, y la mul-
titud siempre voluble en sus impresiones co-
menzaba á pronunciarse en favor del acusado ;
pero la justicia que no se deja enternecer no
podia menos que condenar. Nunca se habia
presentado una cuestion mas despejada; las
formalidades judiciales se hallaban reducidas
á su mas simple expresion; no era necesario
pedir mas pruebas ni sostener mas debates ;.
la confesion del acusado hacia inútiles hasta las
deliberaciones del tribunal.
El presidente expresó en pocas palabras el
horror que le inspiraba el crimen cometido ;
y manifestando cuán pernicioso seria dejarse
infiuir por la posicion del culpable, pronun-
ció la sentencia fatal quese reserva á los ase-
sinos
Ferrol escuchó impasible la sentencia que
le condenaba á muerte, pues tenia demasiado
dominio sobre si mismo para revelar la menor
emocion por una cosa que esperaba hacia
tanto tiempo.
En el momento de salir de la audiencia
para volver á su calabozo, sus ojos trataron
de descubrir alguna persona entre la multi-
tud, y su mirada penetrante se detuyo al fin
en el jóven Bartlett, 4 quien vió en uno de
los rincones mas retirados de la sala. El ros-
tro de Hugues expresaba un dolor tan pro-
fundo, que Ferrol cuya intencion no fué mas
que ver si estaba se quedó contemplándole al-
gunos instantes. Apercibióse de ello el jóyen,
y con una señal imperceptible de cabeza dió
á entender que comprendia la alusion de
aquella mirada Aun no habia trascurrido el
plazo de un mes que le fijara Ferrol.
—i¡ Pobre Juana | murmuró el jóven.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y que-
riendo evitar los comentarios de los que esta-
ban á su alrededor, abrióse camino á través
de la multitud y se halló en la calle en el mo-
mento en que el acusado entraba en su cala-
bozo. ;
De todos los que padecieron en aquel terri-
ble dia, Hugues era seguramente el que mas
habia sufrido. En el momento en que el de-
seo de toda su vida llegaba á ser una espe-
ranza, y en que creia en la próxima realiza-
cion de sus mas ardientes deseos ,- abando-
nándose á la felicidad con todo el fuego de la
juventud y de la pasion, sus esperanzas se
hundian de un golpe; su amor y sus ensue-
ños no eran mas que ilusiones para el presen-
te y el porvenir. Aquella á quien adoraba no
habia cambiado, pero el crimen de que era
inocente la envolvia como en un sudario, se-'
parándola de él para siempre.
En todas partes se hablaba de la sentencia
de Ferrol, y Hugues supo que se ejecuta-
PABLO FERROL.
ria al dia siguiente, El jóven salió de la ciu-
dad sin hablar á nadie, y llegó á su casa des-
pues de haberse detenido mucho tiempo en
frente de la Torre donde iba á llegar bien
pronto la terrible noticia, Hugues encontró
en la puerta del Parque á su hermana , que
habia llorado mucho, y cuyas lágrimas brota-
ron de nuevo al ver á su hermano
— ¡Pobre Elinor ! murmuró la jóven sollo-
zando. $S e
—¡ Cómo está 1? preguntó Hugues.
—¡Ha muerto! contestó su hermana,
Eran demasiado jóvenes y demasiado feli-
ces para considerar la muerte como el favor
mas grande que pudiera concedérseles.
—Es preciso que tú 6 mi madre vayais á
ver á Juana , replicó el jóven con vivacidad.
— Bien quisiera si pudiese ser útil en algo,
pero he ido á la Torre con la señorita Har-
den, y me han dicho que Juana estaba en el
cuarto de su madre, donde M. M...., se ocu-
paba en preparar los funerales, y que no se
hallaba en estado de recibirme.
—¡ No ha dicho mi madre que iria?
- No; ha dicho que Juana vendria aquí,
donde terminado el proceso, podria venir su
padre á buscarla, :
—¡ A buscarla! ¡ cómo, si es culpable!
—Mamá no quiere creerlo; dice tan solo
que es tan extraño que un hombre sea acusa-
do de asesinato dos veces en su vida, que
debe haber en todo eso alguna cosa extraor-
dinaria. i
—Si, algo mas doloroso de lo que se pu-
diera creer nunca. ¡Y mi pobre Juana, no
harán nada por ella ?
—No ereo que sea posible hoy; á todo lo
que la ha preguntado la doncella, ha respon -
dido solo: «Os ruego que me dejeis sola com
mi madre,» + : :
Hugues volvió la cabeza para cubrirse el
rostro con las manos; toda la familia partici-
pava de su tristeza, y aquel largo dia termi-
nó penosamente, Llegada la hora de comer,
todos se sentaron á la mesa por mera.fórmu-
la , y cuando su madre y sus hermanas salie -
ron del comedor, Hugues tomó su sombrero
y se fué, Aunque no sabia á dónde ir, dirigió
sus pasos por el sitio acostumbrado encon-
trándose al poco tiempo frente á la Torre.
Empezaba á oscurecer y las sombras se ex-
tendian ya sobre la antigua morada envolvién-
dola en un fúnebre velo, Tódo estaba lo mis-
mo en el jardin, donde las flores vertian sus
perfumes en el silencio de una hermosa no-
che de primavera; y en el estanque situado
en medio del prado deslizábanse lentamente
los cisnes, que el dia antes eran aun para
Juana y su madre un objeto de interés.
La imaginacion sobrexcitada se impresiona