462 PABLO FERROL .
—Haced solo que no muera así, replicó la
jóven.
— ¡ Vuestra pobre madre! exclamó Hugues o
tratando de apartar de Juana aquel horrible
pensamiento.
—Es muy feliz, replicó la jóven, pues no
tenia mas que morir para encontrar la calma
y el reposo; pero yo... yo no lo he compren-
dido todo hasta que he visto que eso la ha
costado la vida...
Así diciendo penetraron ambos jóvenes en
la habitacion contigua, aproximándose al le-
cho donde yacia en el reposo de la ruuerte
aquella mujer tan hermosa y tan amada. Jua-
ma habia hablado de su madre con voz tran-
quila, pero cuando acompañada de Hugues
estuvo cerca de aquel cuerpo inanimado, hin-
chóse su pecho, desbordándose sus lágrimas,
y cayendo junto 4 la cama, sollozó amarga-
mente llamando á la que ya no podia escu-
charla.
—Juana, dijo Hugues despues de unos mo-
mentos de silencio y cuando se hubo serena -
do; será preciso ocuparse de ciertas cosas;
¿no os han dicho lo que debeis hacer?
—No , contestó la jóven, pero Él ha escri-
to y la carta está ahí. Decia á mí madre que
abriese cierto cajon, y como la suplicaba que
no dejara de hacerlo por amor suyo, cumplió-
se su deseo, pero mi madre estaba ya mori-
bunda. er
- —— ¡Y qué habeis encontrado?
—Nada mas que dinero
: —Era para ella; vuestro padre tuyo pre-
seríte lo que podria suceder.
—Sin duda, contestó Juana; ¿quereis mi-
rar si hay otra cosa?
Abrieron el cajon.y se encontraron dos pa-
quetes, en uno de los cuales leíanse estas pa-
labras que al parecer se habian escrito hacia
mucho tiempo: «Para lo que se debe. »
Hugues abrió el paquete y en él se encon-
tró la suma necesaria para pagar á los eria-
dos y para cubrir los demás gastos corrientes
Te la casa cuya nota detallada estaba adjun-
ta. El otro paquete contenia oro y billetes de
banco por varios miles de libras esterlinas.
—Tomo todo esto, Juana, dijo Hugues, y
si algo puede hacerse, estad segura que lo
haré, ¡Qué nos falta aun?
Al decir esto abrió varias cartas llegadas
la mañana y que nadie habia tocado aun:
una de ellas era de Harrowby, que escribia
í Elinor diciéndola en pocas palabras que ha-
Bia llegado el momento de eumplir la prome-
sa que hiciera á su esposo de prestarla auxi-
fio cuando lo necesitara, y que tenia el en-
cargo de poner en su conocimiento que hacia
ya muchos años se hallaba impuesta á su fa-
vor en los Estados Unidos una suma muy
considerable y que €l la facilitaria medios pa-
se ponerse en camino dentro de muy pocos
ias.
Abrióse despues otra carta de letra muy
extraña; era del doctor Larotte, que anun-
ciaba su visita y que debia llegar al dia si-
guiente á Bewdy en el coche de la mañana.
Juana se retorció las manos al pensar en la
época en que era feliz, y Hugues se guardó
la carta del doctor diciendo que podria serle
únL- ;
—Y ahora, Juana, añadió el jóven, dor-
mid una hora Ó dos, porque estais muy fati-
gada ; echaos en ese divan, yo os abrigaré,
y ya vereis como el sueño os hace bien.
—Probaré, repuso Juana con dulzura, y
os doy gracias por haber sido tan bueno para
mi. Yo creí que ya nadie me manifestaria
afecto.
Amargas lágrimas brillaron en los ojos de
Juana cuyas miradas revelaban su vergúenza.
Arrodillóse Hugues sin poder hablar, é impe-
lido por la necesidad de manifestarla el mas
profundo respeto en medio de su humilla-
cion, eogió la punta del manto de Juana y lo
besó repetidas veces. Levantándose despues,
salió de la habitacion para dirigirse al Par-
que.
Juana permaneció echada durante algunos
minutos, con los ojos abiertos, el corazon
palpitante y el pecho oprimido; pero no la fué
osible soportar por mas tiempo aquella in-
movilidad. Levantóse, atravesó la habitacion
sin hacer ruido, como si temiese turbar el
sueño de su madre, y aproximándose”al le-
cho donde yacia el cadáver, arrodillóse para
elevar sus pensamientos al Señor. Pero ¿có-.
mo podia orart De las dos personas mas ye-
neradas para ella, una ya no existia, y la
otra, que era su orgullo, su gloria, ¡dónde
estaba!
Sin embargo, aquel mudo llamamiento á
Dios debió sin duda ser oido, pues mientras
estaba de rodillas, apoderóse el sueño de su
turbado espiritu, inclinóse su frente, y se
quedó dormida con la cabeza apoyada en: el
borde del lecho de su madre.
Hugues no entró en su easa mas que para
mandar que preparasen sus caballos, y para
decir á lady Bartlett, que esperaba su vuel-
ta, que debiendo ir á Bewdy para despachar
unos asuntos importantes de la familia Fer-
rol, iba 4 partir inmediatamente; lo cual hizo
en efecto , llevando consigo el dinero encon-
trado en la Torre.
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