cochero y se metió con su hija en el vehícu-
lo, dando las señas de una tienda de que se
acordó en aquel momento, Al llegar, Ferrol
tuvo la satisfaccion de oir que el cochero le
pedia para beber manifestando que él era de
la Citá y que solo por complacer al caballero
"se habia alejado tanto. :
Despues de darle una gratificacion, Ferrol
entró en la tienda, compró una bagatela y si-
guió su camino á pié, Juana iba á'su lado sin
decir una palabra , pero tantas emociones ha-
bian agotado sus fuerzas, y la fatiga empeza-
ba á triunfar de su valor. No habia estado
mas que una vez en Londres, y hacia por
cierto bien poco tiempo; la paz, la tranquili-
dad, la esperanza y la dicha de que gozara
entonces la producian hoy el efecto doloroso
que causa un rayo de sol al fijarse en unos
ojos fatigados; la idea de que no volveria á
ver todo lo que dejaba, agitábase tenaz en su
mente, y á su debilidad uníase el dolor para
causar el vértigo, tros
Sin embargo, no se quejó, y absorto Fer-
rol en sus propios pensamientos, olvidábase
completamente de los sufrimientos de su hija.
Al fin llegaron á la puerta de una casa donde
se alquilaban habitaciones, y penetraron en
ella con alegría.
Ferrol dijo 4 la patrona que acababan de
llegar á Londres, que habian ido á pié hasta
la calle de Baker para alquilar una habita-
cion, y que si les gustaba la que iban 4 ver,
enviarian á buscar sus equipajes. Cerróse el
trato bien pronto; Ferrol pagó por adelan-
tado.
Juana estaba al lado de su padre, cuya vis.
ta distraida no se fijó en la palidez de su hija,
pero habiéndole ofrecido la dueña de la casa
una silla para que descansara, Ferrol vió su
desfallecimiento, quedando sorprendido de la
alteracion de sus facciones.
El recuerdo de la hermosura y felicidad de .
la jóven, cuando radiante de alegría y espe-
ranza asistió al baile de lord Ewyas, cruzó
por la mente de Ferrol como un rayo,
— ¡0h! si, estás muy cansada, la dijo; es-
te viaje ha sido muy penoso. Echate en ese
divan hasta que yo vuelva, pues debo ir á
las oficinas del correo á recoger nuestros efec-
tos. Descansa, que yo volveré antes de la
noche. : :
— ¡Os vais? exclamó Juana levantándose;
dejadme ir con' yos, yo os lo ruego.
—No tengais miedo de quedaros conmigo,
dijo la dueña de la casa sonriendo; segura es-
toy que vuestro padre no tardará mucho,
Juana se echó á reir, y aquella expresion
de alegría tan poco natural, hizo comprender
á Ferrol mas que nada, cuánta era la debili-
dad y excitacion nerviosa de su hija, Despi -
OL.
dió á la patrona, encargándola una cosa cual-
quiera, hizo sentar de nuevo á su hija, colo-
cóse á su lado, y cogiéndola una mano, ha-
blóla con dulzura.
—Gracias á tí, Juana, la dijo, hemos lle-
gado aquí sanos y salvos, pero aun nos falta
embarcarnos en un buque que 'salga inmedia-
tamente, vaya donde quiera. Es indispensable
que estemos á bordo esta misma noche, pues
los que nos persiguen deben hallarse ahora en
Londres, Voy á tomar un coche de alquiler
que me conduzca al puerto; espérame y no
salgas de esta casa por ningun motivo, á me-
hos que sepas con seguridad lo que me ha
sucedido. Descansa, toma alguna cosa, y me
servirás así mejor que de otro modo.
Sintióse Juana desfallecer: parecíale que
perder de vista Á su padre era abandonarle
para siempre ; ocurrióle una observacion, pe-
ro no quiso hacerla, y acostumbrada á some-
terse á la voluntad de los demás, no volvió 4:
insistir.
Sin embargo, cuando Ferrol hubo salido de
la habitacion y oyó que sus pasos se aleja-
ban, experimentó Juana tan mortal angustía,
que no pudiendo dominarse por mas tiempo,
corrió á la escalera y vió á su padre que ba-
jaba cubriéndose el rostro con el pañuelo.
Quiso hablar y se detuvo; llamóle al fin en
el momento que iba á salir; pero Ferrol no
la oyó y la puerta se cerró tras él.
— ¡Papá! gritó con voz fuerte; ¡oh! se ha
marchado | ¡Le volveré yo á ver?
Al mirar á Juana, nadie hubiera dudado
que la fiebre devoraba su corazon. Dejóse
caer en un divan al oir que se acercaba la
dueña de la casa, y consintió en beber una
taza de té; despues, cogiendo un libro ma-
quinalmente, fijó la vista en una página, pe-
ro no pudo comprender las palabras. Habia cal-
culado cuánto tiempo necesitaria su padre pa-
ra ir y venir; puso media hora mas para no
engañarse en sus cálculos, y tomó la resolu- -
ción de no atormentarse mientras no trascur-
riera el tiempo necesario,
Pero al acercarse la hora, apoderóse de
ella la inquietud 4 pesar de todos sus esfuer-
zos, y cuando hubo pasado comenzó á creer
que ya no volveria, Sin embargo, esperaba
siempre, prestando atento oido al menor ru-
mor y haciéndose la ilusion de que venia su
padre,
En medio del silencio sintió ruido de pasos
en la escalera; contuvo el aliento y puso una
mano sobre su corazon para contener los la-
tidos, pero los pasos se alejaron bien pronto.
Despues llamaron á la puerta, mas tampoco
era su padre, y Juana esperó con impacien-
cia febril creyendo habrian traido alguna car-
ta para ella, Presentóse la dueña de la casa;
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