/
PABLO FERROL.
Jnana la devoró con la mirada, y retorcién-
dose las manos bajo el chal que las cubria,
contestó con voz dulce, á costa de un violen-
to esfuerzo, á las palabras indiferentes que la
dirigieron. eo eE
— ¡Vendrá esta noche vuestro papá , seño-
rita? preguntó la patrona.
—Seguramente, replicó la jóven.
Y al marcharse la dueña de la casa, Juana
sintió un deseo intolerable, un ardiente fre-
nesí por ver á su padre; su corazon latió con
mas violencia, zumbóle la sangre en los oidos,
y abriendo la ventana por vigésima vez, in-
clinóse sobre el alfóizar.
Los coches rodaban por todas partes pro-
duciendo un ruido sordo; los transeuntes iban
y venian, y el gas iluminaba las casas que
se extendian ante su vista. De pronto detú-
vose un hombre para encender su cigarro;
dirigió la vista hácia la ventana donde estaba
la jóven, y atravesó la calle. Pocos momen-
10s despues oyó Juana que decian en voz baja :
— ¡Juana!
——Héme aquí, contestó la jóven inclinán -
dose mas.
— ¡Baja! la persecucion es de las mas en-
rcarnizadas. : :
Juana sintió renacer todo su valor; ya no
sufria, y la única cosa que la inquietaba era
salir de la casa sin que la viesen. Atravesó el
corredor, y bajando la escalera con el mayor
sigilo, abrió la puerta, que giró dulcemente,
cerrándose sin ruido; un momento despues
hallábase la jóven en la calle, donde se cogió
temblorosa al brazo de su padre.
Ferrol arrastró á su hija con paso rápido,
diciéndola que todos los buques del puerto,
como se debia esperar, eran objeto de la mas
activa vigilancia, y que estaba seguro de ha-
ber visto 4 varios de los agentes que le bus-
caban; pero que mas aliá del muelle habia
encontrado un bergantin español que iba á
hacerse á la vela, y cuyo capitan consintió
en retardar su salida para darle tiempo á que
volviese. Ferrol añadió que habia prometido
al capitan una suma considerable si los deja-
ba sanos y salvos en las costas de España 6
de Portugal, y que creia haberle interesado
bastante para que no se fuese sin ellos, á pe-
sar de haber trascurrido ya la hora convenida.
Habiendo encontrado Ferrol en la calle de
Oxford el coche que le esperaba, subió en él
con «*u hija, y el cochero, arreando á sus
caballos, les hizo partir á escape con direc-
cion á la Cité,
—Sin mí, padre mio, dijo Juana, ya esta-
riais en seguridad.
—Sin ti, contestó Ferrol, no valdria la
pena de salvarnos.
- Ni uno ni otro hablaron ya mas: embozóse
169
Ferrol en su capa, echándose en el fondo
del coche, y Juana , llena de impaciencia,
aguardó ansiosa el fin de la carrera. Su ima-
ginacion debilitada evocó el recuerdo de aquel
otro viaje que hizo cuando volviendo á la
Torre, pensaba referir á su madre todos los
detalles del baile donde habia estado; figuró -
sele que iba entonces á aquella fiesta, y atri-
buia su inquietud 4 un incidente cualquiera
respecto á su traje ó su peinado. Entonces,
despertábase en Juana el sentimiento de su
dolor... ¿No habia corrido su padre un horri-
ble peligro! Pero no .. Ferrol estaba allí sa-
no y salvo... Sin embargo, parecióle á la jó-
ven que aquel no era el mismo padre á quien
lord Ewyas recibió con tanto placer. Deseaba:
hablar y no se atrevia; no ignoraba que ha-
bia detrás de ellos una cosa leriibie yue Jes
óbligaba 4 huir.
La voz de Ferrel que mandó parar el co-
che, la sacó de aquella alucinacion.
— ¡Puedes andar, Juana! la preguntó su
padre; mucho temo que estés cansada , pero
la chalupa que debe conducirnos a! buan« se
halla cerca de aquí, pues creo que habrán te-
nido paciencia para »guardarnos.
—¡Oh! sí, dijo Juana, trataré de andar,
estad tranquilo, padre mio. ,
Ferrol tomó el brazo de su hija y la condu- -
jo al muelle. :
Juana que no podia sostenerse sola, estaba
poseida de un vértigo; parecióle Á los pocos
momentos que sus piés no tocaban el suelo y
que subia hasta las nubes; « salvadle, » gritó
entonces con voz ahogada. Despues, vióse al
borde de un abismo, y sintió que los brazos
de su padre la cogian de repente. Aquella
fué su última impresion; seguridad ó peligro,
amigos ó enemigos, sufrimientos pasados ó
presentes, nada conoció ya; y durante mu-
cho tiempo no tuvo conciencia de lo que pa-
saba á su alrededor.
Al fin, apoderóse de todo su sér una vaga
impresion de reposo y bienestar, una dulce
tranquilidad, que nada turbaba, un sueño
pacifico del cual no deseaba salir. Poco á po-
co fué adquiriendo la percepcion; abriéronse
sus ojos; y extendiendo los brazos, cenoció
que el soplo de la vida henchia su pecho. No
pudo reconocer dónde estaba; el aire era ti-
bio y perfumado; las ventanas estaban cubier-
tas de verdura, y le era completamente ex-
traño el cuarto donde se hallaba acostada.
Una mujer de bastante edad que llevaba
en la cabeza una mantilla de seda, se apro-
ximó á su lecho y la dijo algunas palabras,
que Juana no comprendió, pareciéndole sin
embargo que eran en español. Entonces , re-
cordó de pronto aquella noche helada y som-
bría en que perdiera el conocimiento.