Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
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PABLO FERROL. 
Jnana la devoró con la mirada, y retorcién- 
dose las manos bajo el chal que las cubria, 
contestó con voz dulce, á costa de un violen- 
to esfuerzo, á las palabras indiferentes que la 
dirigieron. eo eE 
— ¡Vendrá esta noche vuestro papá , seño- 
rita? preguntó la patrona. 
—Seguramente, replicó la jóven. 
Y al marcharse la dueña de la casa, Juana 
sintió un deseo intolerable, un ardiente fre- 
nesí por ver á su padre; su corazon latió con 
mas violencia, zumbóle la sangre en los oidos, 
y abriendo la ventana por vigésima vez, in- 
clinóse sobre el alfóizar. 
Los coches rodaban por todas partes pro- 
duciendo un ruido sordo; los transeuntes iban 
y venian, y el gas iluminaba las casas que 
se extendian ante su vista. De pronto detú- 
vose un hombre para encender su cigarro; 
dirigió la vista hácia la ventana donde estaba 
la jóven, y atravesó la calle. Pocos momen- 
10s despues oyó Juana que decian en voz baja : 
— ¡Juana! 
——Héme aquí, contestó la jóven inclinán - 
dose mas. 
— ¡Baja! la persecucion es de las mas en- 
rcarnizadas. : : 
Juana sintió renacer todo su valor; ya no 
sufria, y la única cosa que la inquietaba era 
salir de la casa sin que la viesen. Atravesó el 
corredor, y bajando la escalera con el mayor 
sigilo, abrió la puerta, que giró dulcemente, 
cerrándose sin ruido; un momento despues 
hallábase la jóven en la calle, donde se cogió 
temblorosa al brazo de su padre. 
Ferrol arrastró á su hija con paso rápido, 
diciéndola que todos los buques del puerto, 
como se debia esperar, eran objeto de la mas 
activa vigilancia, y que estaba seguro de ha- 
ber visto 4 varios de los agentes que le bus- 
caban; pero que mas aliá del muelle habia 
encontrado un bergantin español que iba á 
hacerse á la vela, y cuyo capitan consintió 
en retardar su salida para darle tiempo á que 
volviese. Ferrol añadió que habia prometido 
al capitan una suma considerable si los deja- 
ba sanos y salvos en las costas de España 6 
de Portugal, y que creia haberle interesado 
bastante para que no se fuese sin ellos, á pe- 
sar de haber trascurrido ya la hora convenida. 
Habiendo encontrado Ferrol en la calle de 
Oxford el coche que le esperaba, subió en él 
con «*u hija, y el cochero, arreando á sus 
caballos, les hizo partir á escape con direc- 
cion á la Cité, 
—Sin mí, padre mio, dijo Juana, ya esta- 
riais en seguridad. 
—Sin ti, contestó Ferrol, no valdria la 
pena de salvarnos. 
- Ni uno ni otro hablaron ya mas: embozóse 
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Ferrol en su capa, echándose en el fondo 
del coche, y Juana , llena de impaciencia, 
aguardó ansiosa el fin de la carrera. Su ima- 
ginacion debilitada evocó el recuerdo de aquel 
otro viaje que hizo cuando volviendo á la 
Torre, pensaba referir á su madre todos los 
detalles del baile donde habia estado; figuró - 
sele que iba entonces á aquella fiesta, y atri- 
buia su inquietud 4 un incidente cualquiera 
respecto á su traje ó su peinado. Entonces, 
despertábase en Juana el sentimiento de su 
dolor... ¿No habia corrido su padre un horri- 
ble peligro! Pero no .. Ferrol estaba allí sa- 
no y salvo... Sin embargo, parecióle á la jó- 
ven que aquel no era el mismo padre á quien 
lord Ewyas recibió con tanto placer. Deseaba: 
hablar y no se atrevia; no ignoraba que ha- 
bia detrás de ellos una cosa leriibie yue Jes 
óbligaba 4 huir. 
La voz de Ferrel que mandó parar el co- 
che, la sacó de aquella alucinacion. 
— ¡Puedes andar, Juana! la preguntó su 
padre; mucho temo que estés cansada , pero 
la chalupa que debe conducirnos a! buan« se 
halla cerca de aquí, pues creo que habrán te- 
nido paciencia para »guardarnos. 
—¡Oh! sí, dijo Juana, trataré de andar, 
estad tranquilo, padre mio. , 
Ferrol tomó el brazo de su hija y la condu- - 
jo al muelle. : 
Juana que no podia sostenerse sola, estaba 
poseida de un vértigo; parecióle Á los pocos 
momentos que sus piés no tocaban el suelo y 
que subia hasta las nubes; « salvadle, » gritó 
entonces con voz ahogada. Despues, vióse al 
borde de un abismo, y sintió que los brazos 
de su padre la cogian de repente. Aquella 
fué su última impresion; seguridad ó peligro, 
amigos ó enemigos, sufrimientos pasados ó 
presentes, nada conoció ya; y durante mu- 
cho tiempo no tuvo conciencia de lo que pa- 
saba á su alrededor. 
Al fin, apoderóse de todo su sér una vaga 
impresion de reposo y bienestar, una dulce 
tranquilidad, que nada turbaba, un sueño 
pacifico del cual no deseaba salir. Poco á po- 
co fué adquiriendo la percepcion; abriéronse 
sus ojos; y extendiendo los brazos, cenoció 
que el soplo de la vida henchia su pecho. No 
pudo reconocer dónde estaba; el aire era ti- 
bio y perfumado; las ventanas estaban cubier- 
tas de verdura, y le era completamente ex- 
traño el cuarto donde se hallaba acostada. 
Una mujer de bastante edad que llevaba 
en la cabeza una mantilla de seda, se apro- 
ximó á su lecho y la dijo algunas palabras, 
que Juana no comprendió, pareciéndole sin 
embargo que eran en español. Entonces , re- 
cordó de pronto aquella noche helada y som- 
bría en que perdiera el conocimiento. 
  
  
  
 
	        
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