Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
  
A LA LUNA. 477 
fil luces de gas salian de otros tantos revól- 
veres agrupados en forma de arañas, comple- 
tando tan espléndido alumbrado girándulas 
de pistolas y candelabros hechos con haces de 
fusiles. Los modelos de cañones, las muestras 
de bronce, los blancos acribillados 4 balazos, 
las planchas rotas por las balas del Club del 
Cañon, los surtidos de atacadores y escobi - 
llones, los rosarios de bombas, los collares 
de proyectiles, las guirnaldas de granadas, en 
suma . todos los útiles del artillero sorpren- 
ian los ojos con su peregrina disposicion y 
daban á pensar que su verdadero destino era 
mas decoratiyo que mortífero. 
En el sitio de honor veíase, debajo de un 
espléndido cristal, un pedazo de culata roto y 
torcido al ímpetu de la pólvora: preciosa re- 
liquia del cañon de J. T. Maston. 
¡sn el testero del salon el presidente asisti- 
tido de cuatro secretarios ocupaba una ancha 
explanada. Su asiento, elevado sobre una cu- 
reña esculpida, afectaba en su conjunto las 
poderosas formas de un mortero de treinta y 
dos pulgadas; estaba abocado bajo un ángulo 
de noventa g ados y suspendido con muño- 
mes, de suerte que el presidente podia impri- 
mirle, como á los rocking-chairs (sillas con. 
báscula usadas en los Estados Unidos), un 
balanceo muy grato en los grandes, calores. 
Encima de la mesa, vasta plancha de palas- 
tro que descansaba sobre seis caronadas, 
gallardeábanse un tintero de exquisito gusto, 
hecho de una bala de cañon primorosamente 
cincelada, y un timbre de trueno que en 
tiempo oportuno resonaba como un revólver. 
Durante las discusiones acaloradas aquella 
campanilla de nuevo género. apenas bastaba 
para ahogar las voces de aquella legion de 
artilleros sobrexcitados. 
Delante de la mesa unas banquetas , dis- 
puestas en vaiven como las circunyalaciones 
de un atrincheramiento, formaban una série 
de baluartes y cortinas donde tomaban asien- 
te los individuos del club, y aquella noche 
puede decirse que habia gente en la muralla, 
Conocíase bastante al presidente para sa- . 
ber que no habria molestado á sus consocios 
sin motivo gravísimo. 
Impey Barbicane era un sugeto de cuaren- 
ta años, de ademan reposado, frio, austero, 
de genio altamente serio y concentrado, exac- 
to como un cronómetro, de un temperamento 
á toda prueba, de un carácter firmisimo; po- 
co caballeresco, pero aventurero de ideas 
prácticas hasta en sus empresas mas temera- 
rias; el hombre por excelencia de la Nueva 
Inglaterra,' el nordista colonizador, el des- 
cendiente de aquellas Cabezas redondas tan 
funestas 4 los Estuardos, y el implacable 
enemigo de los gentlemen del Sur , antiguos ' 
caballeros de la madre patria. En resúmen, 
un yankee de tomo y lomo, 
Barbicane habia adquirido gran caudal en 
el tráfico de maderas; nombrado director de 
artillería durante la guerra, mostróse fértil 
en invenciones; audaz en sus ideas, contri- 
buyó eficazmente á los adelantos de esta arma 
y dió un incomparable empuje á las investi- 
gaciones experimentales. 
Era un personaje de regular estatura y 
por una excepcion rara en el Club del Cañon,, 
conservaba enteros todos los miembros. Sus 
marcadas facciones parecian como trazadas 
con escuadra y tiralíneas, y si es cierto que 
para adivinar los instintos de un hombre se 
deba mirarle de perfil, Barbicane, visto así, 
ofrecia seguros indicios de energía, audacia 
. y serenidad de ánimo. : 
En aquel momento permanecia inmóvil en 
su sillon, mudo, absorto, mirando de ojos 
adentro, guarecido por su sombrero de alta 
copa, cilindro de seda negra que parece co- 
mo clavado en los cráneos americanos. 
Sus colegas hablaban recio en torno suyo 
sin distraerle; interrogábanse, lanzábanse al 
campo de las conjeturas, examinaban al pre- 
sidente, y en balde se esforzaban para despe- 
jar la incógnita de su imperturbable fisono- 
mía. 
* Cuando dieron las ocho en el reloj fulmi- 
nante del salon, enderezóse de súbito Barbi- 
cane como á impulsos de un muelle; siguióse 
un silencio general, y el orador, en ton)» al- 
go enfático, tomó la palabra en estos térmi- 
nos: 
—Apreciables colegas, mucho, sobrado 
tiempo há que una paz infecunda vino á re- 
ducir á los socios del Club del Cañon á una 
deplorable ociosidad. Tras un periodo de al- 
gunos años, tan nutrido de incidentes, fué 
forzoso abandonar nuestros trabajos y dete- 
nernos en la senda del progreso. Sin temor 
lo proclamo en alta voz: toda guerra que vol- 
viese á ponernos las armas en la mano seria 
recibida con gozo... 
—¡Sí, la guerra! exclamó el impetuoso 
Maston. 
—¡Atencion, atencion ! clamaron los oyen- 
tes, , 
—Pero la guerra, prosiguió Barbicane , la 
guerra es imposible en las presentes circuns- 
tancias, y cualesquiera que sean las esperan- 
zas de mi apreciable interruptor, todavía 
trascurrirán largos años antes de que nues- 
tros cañones retumben en un campo de bata- 
la. Es necesario pues resignarse y buscar en 
otro órden de ideas un pábulo á la actividad 
que nos devora. 
La asamblea conoció que el presidente iba 
Pa 
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