Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
   
á 
  
como la piedra de una honda cuya cuerda 
se rompe de súbito, hubieran ido 4 formar 
al rededor del sol varios anillos concéntricos 
semejantes al de Saturno, A su vez estos añi- 
llos de materia cósmica, girando en torno de 
la masa central, se habrian roto y descom- 
puesto en nebulosidades de segundo órden, es 
á saber, en planetas. 
Si en seguida el observador hubiera con= 
centrado su atención en esos planetas, habría- 
los visto obrar exactamente como el sol y pro- 
ducir uno Óó varios anillos cósmicos, origenés 
de los astros de órden inferior que denomina - 
mos satélites, 
Así, pues, pasando del átomo á la molé- 
cula, de la molécula á la masa nebulosa, de 
la masa nebulosa á la nebulosa, de la ne- 
bulosa á la estrella principal, de la estrella 
principal al sol, del sol al planeta y del pla- 
neta al satélite, tenemos toda la série de las 
trasformaciones sufridas por los cuerpos ce- 
lestes desde los primeros dias del mundo. 
El sol parece eomo perdido en las inmensi- 
dades del mundo sideral, y sin embargo per- 
tenece á la nebulosa de la Via láctea, segun 
las actuales teorías de la ciencia. Centro de 
ua mundo, y por mas diminut> que parezca 
en medio de las regiones etéreas, es empero 
enorme , pues su tamaño es de un millon 
euatrocientas veces el de la tierra. En tórno 
suyo gravitan ocho planetas, salidos de sus 
mismas entrañas en los primeros tiempos de 
la creacion, y son, comenzando por órden 
de proximidad al sol, Mercurio, 'Vénus, la 
Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y 
Neptuno. Además, entre Marte y Júpiter cir- 
culan regularmente otros cuerpos menos con- 
siderables , quizá restos errantes de otro. as- 
tro roto en varios millares de pedazos, de los 
cuales el telescopio ha reconocido hasta hoy 
ochenta y dos (1). : 
De esos servidores que el sol mantiene en 
su Órbita elíptica por la gran ley de la gra- 
vitacion, algunos poseen tambien satélites. 
Urano tiene ocho, Saturno ocho, Júpiter cua- 
tro, Neptuno tres quizá, y la Tierra uno. Es- 
te último, uno de los menos importantes del 
mundo solar, se llama Luna, y es el mismo 
que el genio audaz de los americanos preten - 
dia conquistar. 
El astro de la noche, por su proximidad 
relativa y el espectáculo rápidamente repro - 
ducido de sus diversas fases, ha compartido 
siempre con el sol la atencion de los habita- 
  
(1) Algunos de esos asteroides son bastan- 
¡te pequeños para que se les pueda dar vuel- 
ta en una sola jornada andando al paso gim- 
nástico. $ 
184 DE LA TIERRA 
. 
y 
dores de la tierra ; pero el sol cansa la vista; 
y los resplandores de su luz obligan á sus 
contempladores á bajar los ojos. 
La rubia Febea, mas humana y mas com- 
placiente, se deja mirar en su modesta gracia: 
es grata á la vista, poco ambiciosa, y sin ent- 
bargo á veces se permite eclipsar á su her* 
mano el refulgente Apolo, 'sin ser nunca por 
él eclipsada. Los mahometanos comprendie- 
ron el agradecimiento que debiañ'á esa leal 
amiga de la tierra, y ajustaron suá meses á 
la revolucion de la luna (1). a 
Los pueblos primitivos rindieron “un culto 
particular á' esa casta diosa. Los egipcios la 
llamaban Isis, los fenicios Astarté; los grie- 
gos la adoraron con el nombre de Febea, hija 
de Latona y Júpiter, y explicaban sus eclip- 
ses con las misteriosas” visitas de Diana al 
hermoso Endimion. Segun la leyenda mitoló- 
gica, el leon de Nemea recorrió los campos de 
la luna añtes de aparecer enla tierra, y el 
poeta Agesianax, citado por Plutarco , cele- 
bró en sús versos aquellos plácidos ojos, aque- 
lla nariz encantadora y aquella graciosa boca 
formadas por las partes luminosas de la he- 
Chicera Selene, 
Empero si los antiguos comprendieron bien 
el carácter, el temperamento, en una pala- 
bra, las calidades morales de la luna en el 
órden mitológico , los mas sabios fueron muy 
ignorantes en selenografía. : 
Sin embargo, varios astrónomos de remotas 
épocas descubrieron ciertas particularidades 
confirmadas hoy por la ciencia. Si los arca- 
dios pretendieron haber habitado la tierra en 
una época en que no existia aun la luna; si 
Simplicio la creyó inmóvil y ligada 4.la eris- 
-talina esfera ; si Tacio la consideró como un 
fragmento desprendido del discó solar; si 
Clearco , disc pulo de Aristóteles, la supuso 
un espejo terso en que se reflejaban las imá- 
genes del Océano; si otrós en fin no vieron 
en ella mas que un conjunto de vapores 'ex- 
halados por la tierra, ó un globo mitad fue- 
gó y mitad hielo que giraba sobre sí mismo; 
algunos sabios , por medio de sagaces obser- 
vaciones á falta de instrumentos ópticos, sos- 
pecharon la mayor parte de las leyes que ri- 
gen el astro: nocturno. 
Táles de Mileto, por ejemplo, 460 años an- 
tes de J. C. emitió la opinion de que la luna 
era iluminad: por el sol. Aristarco de Samos 
dió la verdadera explicacion de sus fases. Cleó- 
menes enseñó que brillaba con luz reflejada. 
El caldeo Beroso descubrió que la duracion 
de su movimiento de rotacion era igual 4 la 
  
(1) Veinte y nueve dias y medio á corta 
diferencia, 
  
  
  
 
	        
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