>
—Sin duda, respondió este; pero no será
pública.
—¡ Cómo que no! ¿No abrireis las puertas
del recinto á todos los que vengan ?
—Me guardaré muy bien de hacerlo , Mas-
ton ; la fundicion de la columbiad es una ope-
racion delicada, por no decir peligrosa, y
prefiero que se efectue á puerta cerrada. Al
disparo del proyectil, haya tanta fiesta como
se quiera; pero hasta entonces , no
Razon tenia el presidente : la operacion po-
dia ofrecer peligros imprevistos, á los cuales
impidiera subvenir una grande afluencia de
espectadores, Convenia conservar la libertad
de los movimientos, A nadie pues se admitió
en el recinto, excepto una delegacion de los so-
cios del Club del Cañon que se trasladó á Tam-
pa-Town, y en la cual figuraban el despierto >
Bilsby, Tom Hunter, el coronel Blomsber-
ry, el mayor Elphiston, el general Morgan,
y tutti quanti para quienes la fundicion de la
columbiad venia á ser un asunto personal.
Maston se habia constituido su cicerone; no
les dispensó de ninguna minuciosidad ; acom-
pañóles á todas partes, á los talleres, á las má-
quinas , y hasta les obligó á visitar uno tras
otro los mil doscientos hornos. A la mildo-
centésima visita estaban algo cansaditos,
La fundicion debia tener lugar á las doce
del dia en punto. La víspera habíanse echado
en cada horno ciento catorce mil libras de me-
tal en barras, dispuestas en pilas cruzadas
para que entre ellas circulase libremente el
aire caldeado. Desde la madrugada las mil
doscientas chimeneas arrojaban al aire sus
torrentes de llamas , y el suelo se agitaba con
sordas trepidaciones. Tantas eran las libras
de metal por fundir, cuántas las de hulla por
quemar, y por consiguiente sesenta y ocho
mil toneladas de carbon tendian delante del
disco solar una espesa cortina de negro hu-
mo. E
Pronto fué inaguantable el calor en aquel
circulo de hornos cuyos ronquidos semeja-
ban el fragor retumbante del trueno; podero-
sos ventiladores soplando continuamente sa-
turaban de oxigeno los encendidos hornos.
Para que la fundicion tuviese buen éxito
debia efectuarse prestamente. A la señal da-
da por un cañonazo cada horno debia verter
el metal liquido y vaciarse del todo,
Tomadas esas disposiciones , jefes y opera-
rios esperaron el momento prefijado con una
impaciencia no exenta de emocion. Ya no ha-
bia nadie en el recinto, y cada capataz fun-
didor estaba en su puesto junto á los agujeros
de derrame.
Barbicane y sus colegas asistian á la opera-
cion desde una altura vecina. Delante de ellus
310 DE LA TIERBA
habia una pieza de artillería pronta á hacer”
fuego á una seña del ingeniero.
Algunos minutos antes de medio dia empe-
-zaron á derramarse las primeras gotitas del me-
tal; llenáronse poco á poco los receptáculos,
y cuando el hierro fué enteramente liquido ,.
dejáronlo reposar algunos instantes para fa-
cilitar la segregación de las sustancias extra-
ñas.
Dieron las doce.
Resonó de improviso un cañonazo lanzand>
al aire su rojo resplandor.
Abriéronse de: consuno mil doscientos agu-
, jerog de derrame, y otras tantas culebras de
fuego se arrastraron hácia el pozo central des-
arrollando sus encendidos anillos. Allí se des-
peñaron con espantoso estruendo á una pro-
fun tidad de novecientos piés,
¡ Conmovedor y magnífico espectáculo !
Temblaba el suelo en tanto que aquellos:
torrentes de metal, arrojando al cielo torbe-
lliaos de humo, volatilizaban al propio tiem-
po la humedad del molde y la despedian por
los respiraderos del revestimiento de piedra en:
forma de impenetrables vapores. Estas nubes
facticias extendian sus densas espirales. su-
biendo al cenit hasta una altura de quinientas
toesas.
Algun salvaje errante allende los límites de?
horizonte hubiera podido creer en la forma-
cion de un nuevo cráter en el seno de la Flo-
rida , y sin embargo aquello no era erupcion,
ni tromba, ni borrascas, ni lucha de elemen-
tos , ni uno de esos terribles fenómenos que
la naturaleza produce.
¡No!
Soulo el hombre habia creado aquellos va-
pores rojizos, aquellas gigantescas llamas dig-
nas de un volcan, aquellos fragorosos temblo-
res semejantes á las sacudidas de un terremo-
to, aquellos rugidos rivales de los huracanes
y de las tempestades, y su mano era la que
precipitaba en un abismo por ella abierto' todo-
un Niágara de metal en fusion.
CAPITULO XVI.
La columbiad.,
¡ Habia salido bien la fundicion ?
Todo se reducia á megas conjeturas.
Sin embargo era de creer en el éxito, pues
el molde habia absorbido la masa entera del
metal liquidado en los hornos.
Como quiera que sea, debia pasar largo
tiempo antes de averiguarlo directamente,
En efecto, cuando el mayor Rodman fun-
dió su cañon de ciento sesenta mil libras, fue-