Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

  
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DE LA TIERRA - BR 
la zona de las primaveras, la zona de los es- 
tios, la zona de los 'otoños y la zona de los 
inviernos perpétuos; cada joviano puede es- 
coger el clima que le place y resguardarse 
para toda la vida de las variaciones de la tem- 
peratura, Desde luego convendreis en esa su- 
perioridad de Júpiter sobre nuestro planeta, 
¡sin hablar de sus años de doce años cada 
uno! Además, es evidente para mi que, bajo 
tales auspicios y en tan maravillosas condi- 
ciones de existencia, los habitantes de aquel 
dichoso mundo son seres superiores ; que los 
sabios son alli mas sabios , los artistas mas 
artistas , los malos menos malos y los buenos 
mejores. ¡ Ah! ¿qué falta á nuestra esferói- 
de para alcanzar esa perfeccion? ¡Poca cosa! 
Un eje de rotacion menos inclinado sobre el 
plano de su órbita, 
—|¡ Pues bien, exclamó una voz impetuosa, 
unamos nuestros esfuerzos, inventemos má- 
quinas y enderecemos el eje de la tierra! 
Una tempestad de aplausos estalló á esa pro- 
posicion, cuyo autor era y no podia ser sino 
3. T. Maston. Es probable que los instintos 
de ingeniero del fogoso secretario le habian 
llevado á aventurar tan atrevida proposicion. 
Empero , cumple decirlo en honor de la ver- 
dad, muchós la apoyaron con sus bravos y 
vitores, y á buen'seguro que si tuvieran los 
americanos el punto de apoyo reclamado por 
Arquimedes, hubieran construido una palanca 
capaz de levantar el mundo y enderezar su 
eje. Mas ello es queá tan temerarios mecánicos 
les faltaba el punto de apoyo. 
No por eso dejó de tener extraordinarísima 
aceptacion aquelia idea eminentemente prácti- 
ca. Suspendióse la discusion durante un lar- 
go cuarto de hora, y mucho tiempo, mucho 
tiempo se habló en los Estados-Unidos de 
América de la proposicion tan enérgicamente 
formulada por el secretario perpetuo del Club 
del Cañon. 
CAPITULO XX, 
Ataque y respuesta, 
Parecia que aquel incidente debia terminar 
la discusion Era ¡la expresion final, y no se 
hubiera encontrado otra mejor. Sin embargo 
cuando se hubo calmado la agitacion, oyé- 
ronse estas palabras pronunciadas cón voz ré- 
cia y severa: 
—Ahora que el orador ha satisfecho larga- 
mente la fantasía, ¿se dignará yolver á su 
asunto , hacer menos teorías y discutir la par- 
te práctica de su expedicion ? 
“ 
Todos los ojos se convirtieron al personaje 
que de tal modo hablaba, 
Era un hombre flaco, cenceño, de rostro 
enérgico y poblada barba cortada á la ameri- 
cana. Prevaliéndose de las varias agitaciones 
producidas en la concurrencia, habia llegado 
poco á poto á la primera fila de los especta- 
dores, y allí, cruzados los brazos , brillantes 
y atrevidos los ojos, miraba imperturbable 
al héroe del meeting. Despues de formular su 
peticion, calló y permaneció tranquilo á pe- 
sar de los miles de miradas que conyergian 
hácia él y del murmullo reprobador excitado 
por sus palabras, Cansado de esperar la res- 
puesta, reiteró su pregunta con la misma cla- 
ridad y precision , añadiendo : 
— Aquí estamos para ocuparnos de la luna 
y ho de la tierra. 
—Teneis razon , caballero, respondió Mi- 
guel Ardan; la discusion se ha extraviado, 
Volvamos á la luna, 
—Caballero, repuso el desconocido, vos 
pretendeis que nuestro satélite está habitado. 
Bien. Pero si existen selenitas, de seguro vi- 
ven sin respirar, pues (por vuestro bien os lo 
advierto) no hay la menor molédula de aire 
en la superficie de la luna. 
A esa afirmación irguió Miguel Árdan su 
roja melena, comprendiendo que iba á tra- 
barse la lucha con aquel hombre sobre lo vi- 
vo de la cuestion. Miróle fijamente á su vez y 
dijo: 
—¡ Ah! ¡no hay aire en la luna! Y ¡quién 
lo pretende, si os place? da. 
—Los sabios. 
— ¡ De veras? 
—Si, señor, 
—Dejémonos de chanzas, caballero, repli= 
“có Miguel; aprecio muchísimo á los sabios 
que saben , pero profeso un profundo desden 
á los sabios que no saben. 
—; Conoceis alguno que pertenezca á esa 
última categoria? 
—Particularmente. En Francia hay uno 
que sostiene que matemáticamente el pájaro 
no puede volar, y otro cuyas teorias demues- 
tran que el pez no está hecho para viyir en 
el agua. 
—No se trata de esos tales, caballero, y 
en apoyo de mi proposicion pudiera citar nom- 
bres que no recusariais. 
—En tal caso, caballero, pondriais en du- 
“ro aprieto á un pobre ignorante, Que por otra 
parte solo desea instruirse, A 
—¡Por qué pues abordais las cuestiones 
científicas si no las habeis estudiado? pregun- 
tó el incógnito con bastante aspereza. 
—;¡Por qué? respondió Ardam. Porque 
aquel es siempre valiente que no sospecha el 
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