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DE LA TIERRA - BR
la zona de las primaveras, la zona de los es-
tios, la zona de los 'otoños y la zona de los
inviernos perpétuos; cada joviano puede es-
coger el clima que le place y resguardarse
para toda la vida de las variaciones de la tem-
peratura, Desde luego convendreis en esa su-
perioridad de Júpiter sobre nuestro planeta,
¡sin hablar de sus años de doce años cada
uno! Además, es evidente para mi que, bajo
tales auspicios y en tan maravillosas condi-
ciones de existencia, los habitantes de aquel
dichoso mundo son seres superiores ; que los
sabios son alli mas sabios , los artistas mas
artistas , los malos menos malos y los buenos
mejores. ¡ Ah! ¿qué falta á nuestra esferói-
de para alcanzar esa perfeccion? ¡Poca cosa!
Un eje de rotacion menos inclinado sobre el
plano de su órbita,
—|¡ Pues bien, exclamó una voz impetuosa,
unamos nuestros esfuerzos, inventemos má-
quinas y enderecemos el eje de la tierra!
Una tempestad de aplausos estalló á esa pro-
posicion, cuyo autor era y no podia ser sino
3. T. Maston. Es probable que los instintos
de ingeniero del fogoso secretario le habian
llevado á aventurar tan atrevida proposicion.
Empero , cumple decirlo en honor de la ver-
dad, muchós la apoyaron con sus bravos y
vitores, y á buen'seguro que si tuvieran los
americanos el punto de apoyo reclamado por
Arquimedes, hubieran construido una palanca
capaz de levantar el mundo y enderezar su
eje. Mas ello es queá tan temerarios mecánicos
les faltaba el punto de apoyo.
No por eso dejó de tener extraordinarísima
aceptacion aquelia idea eminentemente prácti-
ca. Suspendióse la discusion durante un lar-
go cuarto de hora, y mucho tiempo, mucho
tiempo se habló en los Estados-Unidos de
América de la proposicion tan enérgicamente
formulada por el secretario perpetuo del Club
del Cañon.
CAPITULO XX,
Ataque y respuesta,
Parecia que aquel incidente debia terminar
la discusion Era ¡la expresion final, y no se
hubiera encontrado otra mejor. Sin embargo
cuando se hubo calmado la agitacion, oyé-
ronse estas palabras pronunciadas cón voz ré-
cia y severa:
—Ahora que el orador ha satisfecho larga-
mente la fantasía, ¿se dignará yolver á su
asunto , hacer menos teorías y discutir la par-
te práctica de su expedicion ?
“
Todos los ojos se convirtieron al personaje
que de tal modo hablaba,
Era un hombre flaco, cenceño, de rostro
enérgico y poblada barba cortada á la ameri-
cana. Prevaliéndose de las varias agitaciones
producidas en la concurrencia, habia llegado
poco á poto á la primera fila de los especta-
dores, y allí, cruzados los brazos , brillantes
y atrevidos los ojos, miraba imperturbable
al héroe del meeting. Despues de formular su
peticion, calló y permaneció tranquilo á pe-
sar de los miles de miradas que conyergian
hácia él y del murmullo reprobador excitado
por sus palabras, Cansado de esperar la res-
puesta, reiteró su pregunta con la misma cla-
ridad y precision , añadiendo :
— Aquí estamos para ocuparnos de la luna
y ho de la tierra.
—Teneis razon , caballero, respondió Mi-
guel Ardan; la discusion se ha extraviado,
Volvamos á la luna,
—Caballero, repuso el desconocido, vos
pretendeis que nuestro satélite está habitado.
Bien. Pero si existen selenitas, de seguro vi-
ven sin respirar, pues (por vuestro bien os lo
advierto) no hay la menor molédula de aire
en la superficie de la luna.
A esa afirmación irguió Miguel Árdan su
roja melena, comprendiendo que iba á tra-
barse la lucha con aquel hombre sobre lo vi-
vo de la cuestion. Miróle fijamente á su vez y
dijo:
—¡ Ah! ¡no hay aire en la luna! Y ¡quién
lo pretende, si os place? da.
—Los sabios.
— ¡ De veras?
—Si, señor,
—Dejémonos de chanzas, caballero, repli=
“có Miguel; aprecio muchísimo á los sabios
que saben , pero profeso un profundo desden
á los sabios que no saben.
—; Conoceis alguno que pertenezca á esa
última categoria?
—Particularmente. En Francia hay uno
que sostiene que matemáticamente el pájaro
no puede volar, y otro cuyas teorias demues-
tran que el pez no está hecho para viyir en
el agua.
—No se trata de esos tales, caballero, y
en apoyo de mi proposicion pudiera citar nom-
bres que no recusariais.
—En tal caso, caballero, pondriais en du-
“ro aprieto á un pobre ignorante, Que por otra
parte solo desea instruirse, A
—¡Por qué pues abordais las cuestiones
científicas si no las habeis estudiado? pregun-
tó el incógnito con bastante aspereza.
—;¡Por qué? respondió Ardam. Porque
aquel es siempre valiente que no sospecha el
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