Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

j 
Í 
Á 
Y 
| 
| 
| 
Ñ 
Ñ 
| 
A 
| 
| 
  
    
Ñ 
peligro. Cierto que no sé nada; pero precisa- 
mente en mi debilidad está mi fuerza. 
—Vuestra debilidad pica en insensatez, 
exclamó el desconocido en tono de mal hu- 
mor. 
—¡Mejor que mejor, replicó el francés , si 
mi insensatez me lleya hasta la luna! 
Barbicane y sus colegas devoraban con los 
ojos al intruso que con tanta audacia venia á 
estorbar la empresa. Nadie le conocia , y algo 
desasosegado el presidente sobre las resultas 
de una discusion tan francamente entablada, 
miraba á su nuevo amigo con cierta apren- 
sion. La asamblea estaba atenta y un poco in- 
quieta, pues aquel debate conducia á llamar 
su atencion. sobre los riesgos Ó las imposibili- 
dades de la expedicion aérea. : 
—Caballero, repuso el adversario de Mi- 
guel Ardan, son numerosas é indiscutibles las 
razones que prueban la ausencia de toda atmós- 
fera en torno de la luna, y aun diré d priori 
que si alguna vez ha existido tal atmósfera, 
ha debido ser absorbida por la de la tierra. 
Pero prefiero combatiros con hechos irrecusa- 
bles. 
—Combatid , caballero , respondió Miguel 
Ardan con perfecta galantería. Combatidme 
con tantos como gusteis. 
—Ya sabeis, dijo el incógnito, que cuando 
los rayos luminosos atraviesan un medio como 
el aire, se desvian de la línea recta, Ó en 
otros términos , sufren refraccion. Pues bien, 
cuando las estrellas son ocultadas por la luna, 
al rasar sus rayos los bordes del disco lunar 
nunca han padecido la menor desviacion ni 
dado el mas leve indicio de refraccion. De 
aquí la clara consecuencia de que ninguna at- 
mósfera envuelve la luna. 
Miraron todos al francés , pues una vez ad- 
«mitida la observacion , las consecuencias eran 
,Igurosas. 
—En efecto , respondió Miguel Ardan , ese 
es vuestro mejor argumento , por no decir el 
único, y un sabio tal vez no acertara á res- 
ponder; yo solamente os diré que ese argu- 
mento no tiene un valor absoluto, porque su- 
pone el diámetro angular de la*luna perfec- 
tamente determinado, y no hay tal cosa. Pe- 
ro sigamos adelante, y decidme, caballero de 
mi alma, si admitís la existencia de volcanes 
en la superficie de la luna. 
—Volcanes apagados , sí; inflamados, no. 
—Dejadme creer empero,. y sin traspasar 
los límites de la lógica, que aquellos volca- 
“mes estuvieron en actividad durante cierto 
periodo. : 
No lo niego ; mas.como podian suminis- 
¿rar ellos mismos el oxigeno necesario á la 
ombustion , el hecho de su erupcion no prue- 
e 
899 DE LA TIERRA 
ba de ningun modo la presencia de una at- 
mósfera lunar. 
—Adelante pues, respondió Miguel Ardan, 
y demos de mano á este género de argumen- 
tos , para llegar á las observaciones directas. 
Os advierto que voy á citar autoridades. 
— Citad. ' 
—Cito. En 1715 los astrónomos Louville y 
Halley, observando el eclipse de 3 de mayo , 
notaron ciertas fulminaciones de extraña na- 
turaleza. Aquellos raudales de luz, rápidos y 
con frecuencia repetidos, atribuyéronlos ellos 
á las tempestades que estallaban en la atmós- 
fera de la luna. 
—En 1715, replicó el desconocido, los as- 
trónomos Louville y Halley tomaron por fe- 
nómenos lunares unos fenómenos puramente 
terrestres, como aerólitos ú otros, que se 
producian en nuestra esfera, Esto respondie- 
ron los sabios 4 la enunciacion de los hechos, 
y esto con ellos respondo, 
—Sigamos tambien adelante, respondió 
Ardan sin que le desconcertase la réplica. En 
1787 ¡no observó Herschell un gran número 
de puntos luminosos en la superficie de la 
luna? 
—Sin duda, pero sin explicarse sobre el 
orígen de aquellos puntos luminosos ; Hers- 
chell mismo no infirió de su aparicion la nece- 
sidad de una atmósfera lunar. - 
—Bien contestado, dijo Miguel Ardan cum- 
plimentando 4 su contrario; veo que estais 
muy instruido en selenografia. - 
—Mucho, caballero, y añadiré que los mas 
hábiles observadores, los que han estudiado 
mejor el astro nocturno, MM. Beer y Maed- 
ler , están contestes sobre la falta absoluta de 
aire en su superficie. 
Notóse cierto movimiento en el auditorio ,. 
impresionado al parecer por los argumentos de 
aquel singular personaje. : 
—Adelante, adelante, respondió Miguel 
Ardan con la mayor calma; lleguemos ahora 
á un hecho importante. Un hábil astrónomo 
francés, M. Laussedat , observando el eclip- 
se de 18 de julio de 1860 , notó que los cuer - 
nos del creciente solar eran romos y trunca- 
dos. Ese fenómeno , pues, solo puede produ- 
cirlo una desviacion de los rayos del sol al tra- 
vés de la atmósfera lunar y no tiene otra ex- 
plicacion posible. 
—Pero ¡es cierto el hecho? preguntó con 
viveza el incógnito. 
— ¡Absolutamente cierto l 
Un movimiento inverso inclinó de nuevo á 
la asamblea en favor de su héroe favorito, 
cuyo adversario guardó silencio. Volvió Ar- 
dan á tomar la palabra, y sin envanecerse de 
su última ventaja, dijo sencillamente : 
—Ya veis pues, caballero, que procederia 
  
 
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.