A/LA LUNA. 529
dor natural hasta las reducciones microscópi-
cas de los sellos de correo. Cada cual podia
poseer á su héroe en todas las actitudes imagi-
nables, en cabeza, en busto, de pié, de fren-
te, de perfil, de medio perfil, de espaldas.
Tiróse mas de un millon y medio de ejempla-
ves, y era aquella para Ardan una buena oca-
sion de venderse en reliquias, pero no la apro -
vechó. Con solo despachar sus cabellos á do-
lar cada uno, quedábanle bastantes para en-
riquecerse,
Por decirlo todo, no le disgustaba tal popu-
laridad ; muy al contrario; poniase á disposi-
cion del público y carteábase con el universo
entero. Todos citaban sus dichos y agudezas,
y se divulgaban , particularmente los que no
eran suyos. Se los atribuian por no faltar á la
costumbre, y no habia que extrañarlo, pues
en este concepto era rico,
No solamente se granjeó la voluntad de los
hombres, sino que cautivó la de las mujeres.
¡ Qué número infinito de buenos partidos ha-
Vara, por poco que se le antojara tomar esta-
do! Las solteronas sobre todo, que hacia cua-
renta años que se consumian de impaciencia,
soñaban de dia y de noche contemplando sus
fotografías. »
De seguro hubiera encontrado compañeras
4 centenares, mas que les impusiese la con-
dicion de seguirle por los aires. Las mujeres
son intrépidas cuando no tienen miedo de to-
do. Pero Ardan no abrigaba la intencion de
fundar familia y trasplantar en el continente
lunar una raza'eruzada de franceses y ameri-
canos. Así que no quiso casarse,
—¡ Tr á representar allá arriba, decia, el
papel de Adan con una hija de Eva? ¡ Mu-
chas gracias! ¡Solo me faltaria encontrar ser-
pientes!
En cuanto pudo desembarazarse de las de-
licias harto repetidas del triunfo, fué con sus
amigos á visitar la columbiad. Bien le debia
esta atencion. Por lo demás, era ya muy en-
tendido en balística desde que vivia con Bar-
bicane, J. T, Maston y tutli quanti. Su ma-
yor placer consistia en repetir á estos buenos
artilleros que eran unos homicidas amables y
sabios. Sobre el particular nunca agotaba las
chanzas. El dia en que visitó la columbiad la
celebró muchisimo y bajó hasta el fondo del
alma del gigantesco mortero que dentro de po-
co debia dispararle hícia el astro nocturno.
—A lo menos, dijo, este cañon no hará
daño á nadie, lo cual es ya una gran cosa por
parte de un cañon. Pero por lo que hace á
vuestras máquinas que destruyen, incendian,
rompen y matan, ¡no me hableis de ellas, y
sobre todo no vengais nunca á decirme que
tienen alma , porque no os creeria]
T. VIL
Aqui conviene reproducir una propuesta re-
lativa 4 J. T. Maston.
Cuando el secretario del club oyó que Bar-
bicane y Nicholl aceptaban la proposicion de
Miguel Ardan, resolvió juntarse con ellos y
formar parte de la expedicion aérea. Un dia
solicitó que le agregasen á la partida, y Bar-
bicane tuvo el sentimiento de no acceder,
manifestándole*que el proyectil no podia Jle-
var tantos pasajeros. J. T. Maston afligido
acudió 4 Miguel Ardan, quien le invitó á re-
signarse á copia de argumentos ad hominem,
—Mira, Maston amigo , le dijo, no tomes
en mala parte mis palabras; pero en verdad,
aquí para entre nosotros, eres demasiado im-
completo para presentarte en la luna.
—¡Incompleto |! exclamó el valiente. invá-
do. A
—¡Sí, amigo de mi alma! Si por ventura
encontramos habitantes allá arriba , ¡tan tris-
te idea quisieras darles de lo que pasa acá
abajo, enterándoles de lo que es la guerra,
mostrándoles que los terricolas pierden un
tiempo precioso en deyorarse, en comerse, en
romperse brazos y piernas, y esto en un glo-
bo que podria sustentar á cien mil millones de
habitantes, y en el cual hay apenas xoil dos-
cientos millones? ¡Ay amigo! nos echarian .
de allá por culpa tuya.
—Es que si vosotros llegais en pedazos, re-
plicó Maston, sereis tan incompletos como yod
—Cierto, respondió Miguel Ardan; pero
no llegaremos en pedazos.
En efecto, un experimento preparatorio,
verificado á 18 de octubre, habia dado log
mejores resultados é infundido las mas legiti-
mas esperanzas.
Deseando Barbicane darse razon del efecto
del rechazo al tiempo de dispararse un pro-
yectil, dispuso que trajesen del arsenal de
Pensacola un mortero de á treinta y dos pul-
gadas (0'75 cent.), el cual fué colocado á la
orilla de: la rada de Hillisboro para que la
bomba cayese en el mar y se amortiguase la
caida. Solo se trataba de experimentar la sa-
cudida al disparo y no el choque á la llegada.
Preparóse con esmero un proyectil hueco
para tan curioso experimento, guarneciéndolo
interiormente de un espeso forro de seda ocal
aplicado sobre una red de muelles del mejor
acero. Era un verdadero nido delicadamente
acolchado. '
— ¡Qué lástima! ¡No poder meterme dentro!
exclamaba Maston sintiendo que su cuerpo na
le permitiese probar la aventura.
En aquella peregrina bomba , que se cerra-
ba por medio de una tapa con tornillo, me-
tieron primero un gatazo , y despues una ar-
dilla perteneciente al secretario perpétuo del
Club del Cañon, y á la cual profesaba Maston
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