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DE UN AGENTE DE POLICÍA. 47.
tar un testigo importante de cuya deciaracion
era preciso asegurarse para el dia del pro-
ceso, .
Esta demanda me fué necesariaménte con-
cedida; la sumaria se prorogó á los dias si-
guientes, y el tribunal se separó.
Al acompañar al señor Bristowe hasta el
coche que estaba en la puerta para conducirle
de nuevo á la cárcel, no pude menos que de-
cirle quedito:
—Tened valor, caballero, y creedme, desem-
brollaremos este misterio. ;
Lanzó ne una rápida é interrogadora mira-
da; luego, s'n otra respuesta que un cordial
apreton de mano, se metió en el coche.
Yo le mirá alejarse; despues, cuando hubo
desaparecido en el ángulo de la calle, recordé
el billete de Barnes, y me apresuré á correr
á la fonda en donde me daba la cita.
Estaba solo en un aposent> del cual me ha -
bia dado el número. Subí rápidamente, abrí
la puerta, y despues, cerrándola y asegurán-
dome de que estábamos solos :
—Y bien! Barnes, exclamé, ¡qué habeis
descubierto !
—He descubierto que los asesinos de Sarah
King están allá abajo en el meson en donde me
dejaste's ayer.
—Bravo! no esperaba menos segun yues-
tro billete; pero ¿cuáles son las pruebas que
podeis ofrecer para sostener esta asercion!
—Hélas aqui. Confiados en mi embriaguez,
dejaron escapar de cuando en cuando en mi
presencia, algunas frases que me convencie-
ron, no solamente de que eran los culpables,
sino de que habian venido para lleyarse la ya-
jilla de plata que. han escondido en un bosque
de estos alrededores. Esta noche deben ir por
ella,
—i Y despues! ¡Hay algo mas! decid.
—Sí. Ya sabeis que soy un buen ventrilo-
cuo;, y que me he ganado durante algun tiem-
po la vida ejerciendo esta industria y la de po-
lichinela. Pues bien ! presentóse la ocasion de
ejercitar mi habilidad. El mas jóven de esos
tres pícaros, el que estaba sentado cerca del
señor Bristowe, y que subió al imperial en la
noche del segundo dia, porque el calor del in-
terior le incomodaba... :
Yo interrumpi á Barnes.
—¡ AR! por vida mia! exclamé, lo recuer-
do: ¡ cuán imbécil he sido de no acordarme de
esta circunstancial Pero continuad, conti-
nuad
—Pues bien! estábamos solos en la sala,
hace cosa de tres horas; como comprendereis,
la borrachera me duraba aun y estaba como
una cuba. De repente, gracias á mi ciencia,
el picaro con el cual deseaba hacer un experi-
mento oyó, sin embargo de hallarse al otro
extremo de-la sala, la voz de la pobre Sarah
King que gritaba á su oido: «¡Quién está ahi,
en el aposento de la plata? » Si hubieseis vis-
to, caballero, el estremecimiento de horror que
recorrió todo su cuerpo, el salto que dió, el
' terror que conmovió todo su ser y de qué mo-
do miraba con ojos extraviados alrededor del
aposento, no hubierais conservado la menor
duda sobre los autores del crimen.
—Eso, para entre los dos , mi querido Bar-
nes, prueba que sois un excelente ventrilocuo;
pero creedme, es insuficiente para convencer
al tribunal. Sin embargo, tal vez podremos sa-
car partido de esta circunstancia. Aquel con
quien habeis tenido particularmente que ha-
béroslas ¿no es delgado, alto y rubio, de la es-
tatura á poca diferencia del señor Bristowe!
—Sí.
—Pues bien! tal vez esas circunstancias
nos serán de provecho. Volved inmediatamen-
te á vuestro puesto, por la noche iré á reu-
nirme con vos con mi primer disfraz,
Barnes partió.
Para cumplir con la palabra que le habia da-
do, óÓó mas bien que me habia dado á mí mis-
mo, por la noche, tempranito, entré en el
meson de la carretera, que se llamaba el me-
son Talbot, y me senté en la sala comun.
Alli estaban nuestros tres truhanes y tam-
bien Barnes.
Dirigíme derecho al grupo.
—¡Está todavía beodo ese hombre ? pregun-
tó á uno de ellos señalando á Barnes. .
. —¡Ah! voto á brios! si, desde anteayer no
ha hecho mas que beber, tenderse en esa silla
y roncar. Despues de medio dia ha desapare-
cido para irse á acostar, á lo que parece; pero:
no me parece que haya aprovechado mucho el
sueño.
Yo me encogí de hombros y fui á sentarme
en un rincon.
A la primera ocasion que tuve de hablar
con Barnes en particular, le pregunté qué ha-
bian hecho nuestros tres compadres,
Uno de ellos se habia ausentado para ir á
Kendal, y habia vuelto de allí con un carro
tirado por un caballo, Los tres iban á partir
dentro de una hora, bajo pretexto de llegar 8
una ciudad, que distaba catorce millas, en
donde pensaban pasar la noche,
Formé en seguida mi plan y lo puse en eje-
cucion, Entré en la sala de la cual habia sali-
do para hablar á Barnes. La casualidad nos
sirvió á las mil maravillas; mijóven alto y ru-
bio, aquel á quien el ventriloquismo de Barnes.
' habia sobrexcitado los nervios, estaba aparte,
cerca de la estufa, leyendo un diario.
Ya he dicho que ese hombre era un antiguo
conocido, y que habíamos tenido algo que ar-
reglar los dos.
in
ul
¡N
Ñ
AS