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fué acompañada de lágrimas y amargas que-
jas.
—Soy hija única de un mercader de Lon-
dres, que se arruinó gastado locamente. Mi
padre no pudiendo sobrellevar la pérdida de
su crédito, de su honor y desu fortuna, mu-
rió. Poco tiempo antes de la deplorable pér-
dida que me privó de mi único sosten, habia
conocido á Juan Grey , hijo único de un rico
mercader de las Indias orientales , el cual era
un hombre interesado y avaro.
—¡ Hablais del señor Ezequiel Grey? pre-
gunté.
—Si, caballero; su hijo me amaba, y Co-
mo hubiera side inútil pedir el consentimien -
to del señor Grey para el lazo que querlamos
formar ante los hombres despues de haberlo
formado ante Dios, sabiendo perfectamente
que nos lo hubiera negado, nos casamos diez
meses despues de la muerte de mi padre. El
abogado Gates, que en aquella época ocupaba
una posicion honrosa y que era conocido de
mi marido, y Ana Crawtfort, mi criada, fue-
ron testigos de nuestro casamiento, que se Ce-
lebró en la iglesia de S. Gil.
Vivimos pobremente, no teniendo para
subsistir mas que la pequeña pension que su
padre daba 4 Juan. Nueve años trascurrieron
así, y hace quince meses que, habiendo el
señor Grey determivado enviar á su bijo Á
Bombay para concluir un asunto que hacia
mucho tiempo estaba en litigio, decidió mi
marido, antes de partir, que me fuese, mien-
tras durase su ausencia, $ la isla de Guer-
nesey, tanto por la salud de nuestro hijo co -
mo por economía. El señor Gates quedó en-
cargado de manúarme las cartas y el dinero
de que mi esposo pudiese disponer, Cuatro
meses despues de la partida de Juan para
Bombay, murió su padre repentinamente,
mientras yo esperaba de dia en dia la llegada
de mi esposo, Una mañano llegó el señor Ga-
tes 4 Guernesey anunciándome el prematuro
fin de mi pobre Juan. Las maneras del testigo
de nuestro casamiento fueron extrañas é inso-
lentes ; dióme claramente á entender que, sin
su asistencia, mi hijo y yo podíamos vernos
reducidos al mayor extremo de pobreza, y
me declaró que de todos modos debia renun-
ciar á su proteccion si no consentia en casar-
me con él. Anonadada por el pesar, y llena
de vagas aprensiones, tomé la determinacion
de partir inmediatamente para Londres.
Gates se habia procurado uba copia del tes-
tamento de mi suegro; este testamento de-
claraba á Juan legatario universal de todos
sus bienes, pasando estos bienes, en el caso
de morir Juan sin dejar hijo varon, al sobrino
de su mujer, el señor Shelton.
4 MEMORIAS
—¡ Es el señor Shelton, de Knight-Brid-
ge? pregunté 4 la señora Grey.
—Sí, caballero, y si Juan, casado y con
hijos, viniese á recoger la herencia, debia dar
al señor Shelton cinco mil libras esterlinas.
Yo pensaba naturalmente que mi hijo hereda-
ria los bienes de su abuelo; pero Gates me
dijo con descaro que á menos de consentir en
casarme con él, me seria imposible probar
que yo era madre del hijo de Juan y su es-
posa legítima. «El nombre que llevais, aña-
dió el miserable, de nada os servirá; este
nombre es muy comun en el registro de San
Gil, y los testigos de vuestro casamiento, el
uno yace en la tumba y el otro será mude. »
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Pasé á casa del señor Shelton para implorar su
piedad, y me echaron ignominiosamente, tra-
tándome de impostora. En fin, despues de ha-
ber vendido, para alimentarme y alimentar
£ mi hijo, joyas y trajes, encontrándome
reducida al último extremo, consenti en dar la
mano 4 Gates, animada con la promesa que -
me hizo de devolverme en seguida una com-
pleta libertad.
La jóven se detuvo, sofocada por sus su-
llozos.
-—Valor, señora, le dije, valor! Veo bri-
llar un rayo de esperanza en ese oscuro labe-
rinto, Gates se ha aventurado á un juego au-
daz; pero estad segura que quedará cogido
en sus mismas redes.
El liamador de la puerta de entrada, agita-
do por Gates, interrumpió nuestra conversá-
cion.
—Silencio, señora ; os encargo discrecion.
Prometed á Gates cuanto quiera. Hasta ma-
ñana. ;
Bajé al piso de Roberts, y Gates entró sin
sospechar mi presencia en la casa,
Al dia siguiente por la mañana , Jackson
vino á verme; habia sabido por Rivers que
Gates habia recibido de una casa de la India
un pagaré de quinientas libras esterlinas, y
que él, Rivers, lo habia cambiado en el banco
de Inglaterra por billetes á la vista. El paque-
te contenia, además del pagaré, un reloj y
varios otros objetos.
—Mi querido Jackson, dije á mi cofrade
estrechándole las manos, esto basta para ha-
cer desterrar 4 William Gates, esquire.
Dirigíme corriendo á casa del superintenden-
te de policia, y le conté con brevedad y tan
claramente como pude el asunto de la señora
Grey.
—Es de suma importancia , señor Waters,
me dijo mi jefe, no perder de vista los pasos
del señor Shelton.
—Ya habia pensado vigilarle, respondí
sonriendo,
Hice que mi mujer fuera en busca de la