Full text: 2.a série, tomo 7 (1866) (1866,7)

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fué acompañada de lágrimas y amargas que- 
jas. 
—Soy hija única de un mercader de Lon- 
dres, que se arruinó gastado locamente. Mi 
padre no pudiendo sobrellevar la pérdida de 
su crédito, de su honor y desu fortuna, mu- 
rió. Poco tiempo antes de la deplorable pér- 
dida que me privó de mi único sosten, habia 
conocido á Juan Grey , hijo único de un rico 
mercader de las Indias orientales , el cual era 
un hombre interesado y avaro. 
—¡ Hablais del señor Ezequiel Grey? pre- 
gunté. 
—Si, caballero; su hijo me amaba, y Co- 
mo hubiera side inútil pedir el consentimien - 
to del señor Grey para el lazo que querlamos 
formar ante los hombres despues de haberlo 
formado ante Dios, sabiendo perfectamente 
que nos lo hubiera negado, nos casamos diez 
meses despues de la muerte de mi padre. El 
abogado Gates, que en aquella época ocupaba 
una posicion honrosa y que era conocido de 
mi marido, y Ana Crawtfort, mi criada, fue- 
ron testigos de nuestro casamiento, que se Ce- 
lebró en la iglesia de S. Gil. 
Vivimos pobremente, no teniendo para 
subsistir mas que la pequeña pension que su 
padre daba 4 Juan. Nueve años trascurrieron 
así, y hace quince meses que, habiendo el 
señor Grey determivado enviar á su bijo Á 
Bombay para concluir un asunto que hacia 
mucho tiempo estaba en litigio, decidió mi 
marido, antes de partir, que me fuese, mien- 
tras durase su ausencia, $ la isla de Guer- 
nesey, tanto por la salud de nuestro hijo co - 
mo por economía. El señor Gates quedó en- 
cargado de manúarme las cartas y el dinero 
de que mi esposo pudiese disponer, Cuatro 
meses despues de la partida de Juan para 
Bombay, murió su padre repentinamente, 
mientras yo esperaba de dia en dia la llegada 
de mi esposo, Una mañano llegó el señor Ga- 
tes 4 Guernesey anunciándome el prematuro 
fin de mi pobre Juan. Las maneras del testigo 
de nuestro casamiento fueron extrañas é inso- 
lentes ; dióme claramente á entender que, sin 
su asistencia, mi hijo y yo podíamos vernos 
reducidos al mayor extremo de pobreza, y 
me declaró que de todos modos debia renun- 
ciar á su proteccion si no consentia en casar- 
me con él. Anonadada por el pesar, y llena 
de vagas aprensiones, tomé la determinacion 
de partir inmediatamente para Londres. 
Gates se habia procurado uba copia del tes- 
tamento de mi suegro; este testamento de- 
claraba á Juan legatario universal de todos 
sus bienes, pasando estos bienes, en el caso 
de morir Juan sin dejar hijo varon, al sobrino 
de su mujer, el señor Shelton. 
4 MEMORIAS 
—¡ Es el señor Shelton, de Knight-Brid- 
ge? pregunté 4 la señora Grey. 
—Sí, caballero, y si Juan, casado y con 
hijos, viniese á recoger la herencia, debia dar 
al señor Shelton cinco mil libras esterlinas. 
Yo pensaba naturalmente que mi hijo hereda- 
ria los bienes de su abuelo; pero Gates me 
dijo con descaro que á menos de consentir en 
casarme con él, me seria imposible probar 
que yo era madre del hijo de Juan y su es- 
posa legítima. «El nombre que llevais, aña- 
dió el miserable, de nada os servirá; este 
nombre es muy comun en el registro de San 
Gil, y los testigos de vuestro casamiento, el 
uno yace en la tumba y el otro será mude. » 
1 14 4 - . 
Pasé á casa del señor Shelton para implorar su 
piedad, y me echaron ignominiosamente, tra- 
tándome de impostora. En fin, despues de ha- 
ber vendido, para alimentarme y alimentar 
£ mi hijo, joyas y trajes, encontrándome 
reducida al último extremo, consenti en dar la 
mano 4 Gates, animada con la promesa que - 
me hizo de devolverme en seguida una com- 
pleta libertad. 
La jóven se detuvo, sofocada por sus su- 
llozos. 
-—Valor, señora, le dije, valor! Veo bri- 
llar un rayo de esperanza en ese oscuro labe- 
rinto, Gates se ha aventurado á un juego au- 
daz; pero estad segura que quedará cogido 
en sus mismas redes. 
El liamador de la puerta de entrada, agita- 
do por Gates, interrumpió nuestra conversá- 
cion. 
—Silencio, señora ; os encargo discrecion. 
Prometed á Gates cuanto quiera. Hasta ma- 
ñana. ; 
Bajé al piso de Roberts, y Gates entró sin 
sospechar mi presencia en la casa, 
Al dia siguiente por la mañana , Jackson 
vino á verme; habia sabido por Rivers que 
Gates habia recibido de una casa de la India 
un pagaré de quinientas libras esterlinas, y 
que él, Rivers, lo habia cambiado en el banco 
de Inglaterra por billetes á la vista. El paque- 
te contenia, además del pagaré, un reloj y 
varios otros objetos. 
—Mi querido Jackson, dije á mi cofrade 
estrechándole las manos, esto basta para ha- 
cer desterrar 4 William Gates, esquire. 
Dirigíme corriendo á casa del superintenden- 
te de policia, y le conté con brevedad y tan 
claramente como pude el asunto de la señora 
Grey. 
—Es de suma importancia , señor Waters, 
me dijo mi jefe, no perder de vista los pasos 
del señor Shelton. 
—Ya habia pensado vigilarle, respondí 
sonriendo, 
Hice que mi mujer fuera en busca de la 
  
  
  
 
	        
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