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DE UN AGENTE DE POLICÍA . 55
señora Grey, y supe por esta última que Ga-
tez queria absolutamente que se celebrase el
matrimonio al dia siguiente. .
—Muy bien, le dije. Escribid al señor Ga-
tes que aceptais su proposicion, y que maña-
na á las nueve estareis dispuesta para seguir-
le á la iglesia. z
Dos horas despues , Jackson y yo llamába-
mos á la puerta del señor Shelton, y nos in-
trodujeron en seguida junto á él, quien al
verme entrar en el salon donde se encontraba
quedó pálido como un cadáver,
—Señor Shelton, le dije, por vuestra pali-
dez veo que adivinais el objeto de mi visita,
—No, dijo tartamudeando , no.
-— Perdonadme si os desmiento; yos y el
señor Gates habeis tramado una conspiracion
para arrebatar á la señora Grey y á su hijo
los bienes que les pertenecen, :
—¡ Dios mio ! exclamó Shelton , ¿qué que-
reis decir ?
—La señora Grey no tiene intencion de
trataros con rigor, pero para haceros digno
de esta clemencia tan poco merecida, es pre-
ciso que nos ayudeis á desenmascarar á Ga-
tes, En consecuencia, vais á darme en segui-
da los números de los billetes de banco que
Gatez ha obtenido en cambio de la letra reci-
bida, y además la carta que ha enviado el
agente de Bombay.
¿ — Con muche gusto, murmuró Shelton di-
rigiíndose al pupitre. Hé aquí la carta.
Despues de recorrerla rápidamente añadí :
—Siento un vivo placer, caballero, al yer
que los términos de esta carta no han podido
* daros á conocer que el dinero y los artículos
enumerados aquí los habia enviado un marido
moribundo á su viuda y á su hijo casi huérfa-
no, por medio del señor Gates que se los ha
apropiado.
:—Os aseguro, señor Waters, por lo que
hay de mas sagrado en el mundo, que lo he
ignorado hasta el momento que...
—(Que el señor Gates os ha persuadido que
tramaseis un complot con él. Pero trae entre
manos un doble juego, y mientras os entrete-
nia con esperanzas, se preparaba para casar-
se con la señora Grey, y eso, mañana por la
mañana.
: —¡ Es posible? exclamó Shelton.
—No hay duda; pero, entre tanto, vais á
tener la bondad de acompañarnos,
El señor Shelton consintió de muy mala
gana, y subimos al coche que nos condujo al
despacho de policía.
Al dia siguiente, Jackson, Shelton y yo nos
trasladamos á Sherrard street. Antes de rayar
el alba encontrábase ya la señora Grey vestida
con un espléndido traje de boda que le habia
enviado Gates. Estaba encantadora, y com-
prendí que debia ser una gran desgracia el
verse privado para siempre de una mujer tan
linda y una fortuna tan considerable. Para el
éxito de nuestra captura, importaba que la
apariencia del casamiento se llevase hasta ese
punto. A las ocho llegó Rivers trayendo algu-
nas joyas para la novia; ese era su último
adorno.
Despues del desayuno, instalé á la señora
Grey y á su hijo en su aposento habitual, y
me oculté con mis compañeros en una pieza
vecina.
Pronto se detuvo un coche delante de la
puerta” de la casa, y Gates, vestido como
para un baile, apareció en seguida. Presentó-
se delante de la hermosa señora Grey con aire
de triunfo y afectando unas maneras extrema-
damente elegantes. Sin duda iba á dirigir al-
gunos cumplidos á la jóven sobre su radiante
belleza, cuando se abrió suavemente la puer-
ta y penetré en el aposento, seguido de Jack-
son y del señor Shelton.
Gates dió un salto de terror, comprendiólo
todo y quiso huir; pero yo le detuve.
—El juego ha concluido, señor Gates, le
dije; os prendo por haber robado un reloj de
oro, un alfiler de diamantes y una letra de
cambio que fueron enviados á esta señora por
conducto vuestro.
La insolente altivez del miserable se trocó
en una vergonzosa cobardía. Arrojóse á los
piés de la señora Grey y le pidió perdon.
—Salvadme , señora! salvadme...
—¡ En dónde está Ana Crawford 1 le inter-
rumpí vivamente, deseando aprovechar el
terror del miserable; ¿en dónde está la que
fué testigo del casamiento de Juan Grey con
esta señora ?
—En Reamington, en Warnickshire, res-
pondió. ¿
—¡ Muy bien! .
—Señora Grey, hacedme el obsequio de
salir; es preciso que registremos á. este caba- *
Mero.
En los bolsillos de Gates encontramos el
reloj de Juan, en su corbata el alfiler de
diamantes, y en su cartera parte de los bille-
tes de banco de los cuales teníamos los nú-
meros. :
—Y ahora, caballero, dije , vamos á prac-'
ticar un registro en vuestra casa.
El pícaro contestó solamente con una mira-
da feroz. -
En su habitacion encontramos otros varios
valores que Juan habia enviado á su mujer, y
tres cartas de las cuales no tenia ella conoci-
miento alguno,
Despues de tres meses de cárcel preventi-
va , Gates fué condenado á siete años de des-
tierro.