116 LA CASA
rioboulce-Gha, en la orilla izquierda del Ni.
et.
-Habiéndome mirado Eya sin decir nada,
me ví precisada 4 «contestar que el resultado
era muy satisfactorio. : :
-—Altamente satisfactorio, continuó mistress
Jellyby. Esta obra absorbe mi energia y to-
das: mis facultades intelectuales, pero ¿qué
importa? De dia en dia me parece mas seguro
el éxito, y me asombra en verdad, miss Sum-
merson, que no hayais pensado nunca en
estableceros en Africa.
Este apóstrofe me cogió tan desprevenida,
que no supe desde luego qué contestar.
*—El clima... le dije. :
—Es el clima mas hermoso de la tierra,
—No lo creia así , señora.
—No negaré que se deban tomar ciertas
precauciones , pero: si recorreis las calles de
Londres sin mirar por donde andais, os ex-
poneis ú ser aplastada por un carruaje. Sin
embargo, teneis cuidado, y vais y venís sana
y salva; lo mismo puede decirse del Africa,
—No lo dudo, respondí. ,
—Si quereis enteraros de las observaciones
que se han hecho sobre este punto ,. dijo mis-
tress Jellyby entregándome algunos impresos,
'og será muy fácil convenceros de ello mien -
_ tras acabo de dictar una carta que habia prin-
cipiado. Os presento á mi hija mayor, mi se-
cretario. y
'Saludamos á la pobre jóven «que: se inclinó
con expresion de humildad y resignacion.
- —Esperad un momento y habré terminado,
aunque á decir verdad mi trabajo no acaba
nunca, continuó mistress Jellyby sonriendo,
¿En dónde estábamos, hija mia?
—Saludo 4 M. Swalow y. le pido... repuso
la jóven.
—El permiso de informarle segun manifes-
tó desear relativamente al.proyecto de..: No,
Pepe, no puedo consentirlo,
El pobre niño:que interrumpia así la cor-
respondencia africana era el. que habia roda-
do por la escalera con estruendo algunos mo-
mentos antes; venía con la frente cubierta de
un emplasto, á enseñar sus rodillas desolladas
“que su madre se negaba a ver, y cuya sucie-
dad , no menos que sus contusiones, nos mo-
via 4 lástima. :
Déjame y aléjate de aquí, perverso, dijo
tan solo y sin perder su serenidad mistress
Jellyby que fijó nuevamente sus ojos en las
«playas africanas,
: El pobre niño: lloraba; le detuve al salir
del:aposento, y mientras su madre continua-
ba dictando le senté en mis :rodillas. Eva le
-dió un' beso, lo cual pareció sorprenderle, y
calmándose poco á poco, no tardó en dormir-
se, no haciendo oir mas que algunos prolon-
gados suspiros que á largos intervalos turba-
ban su sueño,
—¡ Las seis! dijo mistress Jellyby, y come-
mos á las cinco, aunque es verdad que por
regla general no tenemos hora fija. Carolina,
conduce á estas, dos señoritas á su cuarto,
pues creo que tendrán necesidad de quitarse
los sombreros. Supongo que me disimulareis...
¡estoy tan ocupada! Dejad en el suelo á ese
niño , miss Summerson; mirad que es muy
molesto,
Pedí por el contrario el permiso de llevár-
melo conmigo y le acosté en mi cama,
' Nuestros dos cuartos se comunicaban por
una puerta, y no he visto nada que pueda
comparárseles; las cortinas del uno estaban
sujetas á la ventana con un tenedor,
—i¡ Deseais tal vez agua caliente? nos pre-
guntó Carolina que buscaba una jarra de agua
y no la encontraba.
—$Si no os sirve de molestia... A
—¡ Molestiat de ningun modo, respondió
Carolina; la dificultad está en saber donde
puedo proporcionármela, :
Hacia frio, la humedad nos penetraba, y
confieso que me encontraba mal en aquel apo-
sento que parecia un pantano.
Eva casi lloraba, pero muy pronto nos rei-
mos de nuestra situacion, y hablábamos jo-
vialmente abriendo los baules cuando volvió
Carolina á decirnos que no habia agua calien-
te, que no se encontraba el carbon y que es-
taba agujereado el jarro que servia para ca-
lentarla. a
La. suplicamos que no se molestase é bici-
mos log mayores esfuerzos para encender fue-
go. '
Los niños habian subido , y miraban desde
la puerta el fenómeno que presentaba Pepe
durmiendo en la cama. Llamó nuestra aten-
cion cierto número de narices y de dedos que
se exponian á hacerse aplastar si álguien hu-
biera cerrado la puerta sin verles, pero no ha-
bia cerradura en la mia , y la llave de la de
Eva daba vueltas sin que se cenrase ni abriese,
.Invité 4 todos los niños á que entrasen, se
colocaron en derredor de la mesa, les conté
«la historia de la .caperuza encarnada mientras
me vestia, y se estuvieron quietos como ra-
tones en su agujero hasta que Pepe se des-
pertó en el momento en que llega el lobo,
Bajamos cuando acabé el cuento, y encon-
«tramos á guisa de lámpara en la ventana del
srellano una torcida humosa que flotaba en un
vaso en que estaban grabadas estas palabras:
«Recuerdo de los baños de Tunbridge. »
En el salon una jóven con la cara hinchada
y. cubierta de franela , se esforzaba en soplar
el fuego de la chimenea. que despedia tanto
humo , que estuvimos tosiendo y llorando con
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