Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
6 HISTORIA 
dirigió la señora de Saulnes contestó , apre- 
tando entre los labios el tubo de su pipa, con 
una enorme bocanada de humo, y luego re- 
torció en silencio un mechon de su espesa bar- 
ba gris, como si esperara que este movimien - 
to le inspirara alguna resolucion. La vista de 
una cadena de oro, que pendia del cuello de 
la señora de Saulnes, apaciguó los temores 
de su avaricia. 
* —¡Quereis cenar! dijo repentinamente en 
tono brusco. / 
—No, os lo agradezco, contestó dulcemen- : 
te la señora de Saulnes. 
- —¿Quereis una cama? 
—Una para mí y para mi hija y otra para 
mi hijo. : 
—Afortunadamente tengo ahí, contestó el 
generoso patriota, fascinado por la cadena de 
oro , tengo ahí en el armario una pierna de 
carnero que casi no se ha tocado, muy apeti- 
tosa, y podré añadir á ella una tortilla. Yo 
estoy aquí solo. Mi mujer se ba marchado y 
no tengo criada, Los sirvientes todos son unos 
ládrones. Yo tengo la ventaja de saber go- 
bernar por mí mismo mi casa y sé guisar con 
áseo y limpieza. : 
—Os3 doy de nuevo las gracias, replicó la 
señora de Saulnes, que tenia ya un pesar de 
haber entrado en aquella casa y quisiera ver- 
se fuera de ella. Solo os pido dos camas! Si 
no podeis proporcionármelas, me iré á otra 
posada. 
—Nada de eso, tranquilizaos, Aquí no hay 
otra Ha mejor que la mia, 
Al pronunciar estas palabras con el tono 
enfático, al que le habian habituado las aren- 
gas de los clubs, encendió una luz , subió por, 
una escalera y abrió la puerta de un grande 
aposento desmantelado en cuyas dos extremi- 
Es se veian solamente dos camas y dos si- 
as. d 
—Hé aquí lo que yo llamo un magnifico apo- 
sento. El año 11 de la República un enviado 
de la Conyencion durmió en una de esas Ca- 
mas y me dijo al dia siguiente que en su vida 
habia dormido tan bien. : 
Despues de haber recordado este glorioso 
acontecimiento, colocó la luz encima de un 
Sl y salió de la habitacion. 
a señora de Saulnes empezó por cerciorar- 
se de que el aposento no tenia otra salida que 
la puerta quedaba á la escaléra, la cerró 
dando doble vuelta á la llave, recitó en com- 
pañía de sus hijos la oracion de la noche, 
luego advirtió 4 Enrique que no se despojara 
de sus vestidos y se acostó con Clotilde prac- 
ticando lo mismo. 
Así terminaba el primer dia de su regreso 
á Francia, : 
CAPITULO II. 
El pasado, 
¡ Qué diferencia diez y nueve años atrás ! 
Diez y nueve antes de la época de nuestia 
historia, en una hermosa mañana del mes de 
junio, colocaban en la cabeza de la señora de 
Saulnes la corona nupcial. Hija única de M. de * 
Herserange, se desposaba con el baron Luis 
de Saulnes, único heredero y casi ya dueño 
de un considerable patrimonio á causa de la 
muerte de su padre, Ella tenia quince años y 
él veinte y tres. Este grande suceso hizo ol- 
vidar por algun tiempo en los créques, es de- 
cir en las tertulias Óó reuniones de invierno, 
los cuentos de viejas, las dramáticas historias 
de brujas y aparecidos y la crónica diaria de 
la aldea. iO 
—¡Qué novia tan linda! decia Juan Laval, 
uno de los principales narradores de consejas 
de Saulnes; cuando la he visto entrar en la 
iglesia, con su velo blanco y su ramillete de 
flores, me ha parecido que veia á la Virgen. 
—Y nuestro jóven señor! exclamó una ale- 
gre arrendadora, ¡no teneis con quien compa- 
rarle? Con su vestido de seda azul y la espada 
ceñida, parece un san Jorge que he visto 
bordado en una bandera. : 
—¡ Qué soberbio casamiento ! decian otros. 
¡Qué orquesta! jamás se ha visto reunido un 
número igual de violines y clarínetes, ni se han 
disparado tantos tiros Y el baile por la no - 
che, y la cena debajo de los castaños! ¡ Ah! 
M. de Harserange ha estado espléndido y hay 
mas de uno que ha vuelto á su casa haciendo 
eses por haber gustado con algun exceso el 
vino de Chaill y. 
Los arcianos tambien se complacian en re- 
cordar que en el caoamiento de la señorita 
Teresa de Herserange se habian observado. 
algunas de las antiguas costumbres del país. 
Por ejemplo, la mañana de su desposorio se 
habia puesto el vestido de su tatarabuela, 
conservado de generacion en generacion para 
tan solemne acto, y segun otra costumbre 
tradicional su doncella de honor le habia ata- 
do el anillo nupcial á la muñeca haciendo mu- 
chos nudos, para significar la indisolubilidad 
del lazo representado por aquella sortija. En 
virtud todavía de otra costumbre lorenesa, 
hubo su pequeño simulacro de combate entre 
los jóvenes de Herserange y de Saulnes, de- 
mostrando los unos que no querian permitir 
que partiera la que ellos llamaban reina de su 
aldea, para lo que intentaban quitar las ruedas 
de su coche y construir barricadas para im.. 
  
 
	        
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