Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
E LA CASA 
Reinó un intervalo de silencio, y mi tutor 
añadió: 
—Pero veo que nos hemos apartado de 
nuestro asunto. Ricardo es un jóven aprecia- 
ble, un jóven de porvenir; pero ¡ qué vamos 
4 hacer de él! ¡ qué carrera le daremos?! 
¡ Qué confianza hacia de mí M. Jarudyce ! 
¡ Consultarme sobre un punto tan importan - 
te | ¡Qué habia hecho yo para merecer tanta 
consideracion? 
—Es preciso que siga una carrera, pero 
¿cuál? continuó mi tutor poniéndose las manos 
en el bolsillo y estirando las piernas. Sí, si le 
dejamos en el ocio, va á ser presa de los lo- 
bos de la cancillería. 
—No os entiendo, le dije. 
—Pues es muy Claro, Ester. Eduardo es 
pupilo de la cancillería, Kenge y Carboy le 
hablarán del pleito; el abogado, especie de 
sepulturero que desde el fondo de su despacho 
abre la huesa donde entierran el derecho y el 
buen sentido, le hablará tambien, y como las 
palabras de estos señores cuestan mucho di- 
nero, me temo que acumularán honorarios so- 
bre honorarios y acabarán por arruinarle com- 
pletamente. ¡Porqué aflige esta plaga á la hu- 
manidad* ¿Porqué falta fueron lanzados Ri- 
cardo y Eva en este abismo? Lo ignoro, pero 
es la verdad. 
Y frotándose la cabeza con violencia, 
M. Jarudyce se acordó del viento de levante, 
pero no queriendo afligirme , hizo un esfuerzo 
y su rostro recobró su expresion risueña y ca- 
Tiñosa, : / 
—Lo mas conveniente seria, respondi, pre- 
guntar á Ricardo qué carrera es la que segui- 
ria con mas gusto. 
—En efecto, repuso mi tutor; habla de este 
asunto con Eva y él, consulta su voluntad con 
tu tacto habitual, y veremos despues. 
No era esto lo que yo queria decir; creia que 
mi tutor seria el que hablaria á Ricardo, y 
senti por lo tanto cierto terror al ver la impor- 
tancia que se me daba y los numerosos debe- 
- res que iban á pesar sobre mi. No obstante, 
prometí cumplir como mejor pudiera, repitien- 
do que temia que se me supusiera una sagaci- 
dad que estaba muy distante de tener, ú lo 
cual contestó mi tutor con la carcajada mas 
amable que habia oido en toda mi vida, 
—Ya hemos charlado bastante hoy, dijo le- 
vantándose y separando el sillon, pero aun 
me falta hacerte una pregunta. ¡ Deseas saber 
algo mas, Ester? : 
Y fijó en mi sus ojos con tanta atencion que 
atrajo mi mirada y creí comprender su pen- 
samiento. 
—¡ Relativamente á mi? le pregunté. 
—$S1, contestó. | : 
—Nada, querido tutor, repuse poniendo mi 
mano en la suya que se puso de pronto maS 
trémula de lo que yo hubiera deseado; si exis- 
tiese algo que me precisara saber no tendria 
necesidad de suplicaros que me lo revelaseis, 
y habria de tener un corazon muy endureci- 
do si no me inspiraseis ya la mas completa 
confianza. No, tutor, nada mas deseo saber. 
Me dió el brazo, salimos. para ir á buscar 5 
Eva, y desde aquel momento me senti com- 
pletamente tranquila 4 su lado, muy feliz y 
sin desear saber mas acerca del misterio de 
mi existencia. 
La vida que llevábamos en la Casa lúgubre 
fué en un principio bastante activa; teniamos 
que entablar relaciones con las familias de las 
cercanias que se visitaban con M. Jarudyce, y 
Eva y yo reparamos que parecia conocer á 
todos los que son aficionados á aprovecharse 
del dinero ajeno. Un dia en que estabamos 
ocupadas en el cuarto de mi tutor en poner 
por Órden sus cartas y en contestar á algunas, 
quedamos asombradas al ver que la mayor 
parte de sus corresponsales no parecia tener 
mas ocupacion que formarse en comisiones 
para pedir dinero, las mujeres lo mismo que 
los hombres y tal vez mas aun que ellos. Ad- 
vertimos que desplegaban una actividad y una 
aficion extraordinarias en este negocio, y Nn08 
pareció que su vida no tenía mas objeto que 
echar en el buzon del correo esquelas de sus” 
cricion desde un sueldo hasta un soberano, que 
pedian sin cesar y tenian necesidad de todo, 
de ropa blanca, de carbon, de interés, de ali- 
mentos, de flanela, de autógrafos, de dinero 
y de todo lo que tenia ó6 no tenia M. Jarudyce. 
Sus proyectos eran tan variados como sus pe- 
ticiones; tenian que construir un nuevo edifi- 
cio, que terminar otro sobre el cual se debia y 
era preciso pagar, que establecer la cofradia 
de Maria de la Edad Media, construccion pin- 
toresca cuya fachada estaba grabada en una 
lámina adjunta á la carta, y que mandar pin- 
tar el retrato al óleo del secretario de su co- 
mision para regalárselo á su suegra cuyo cari- 
ño hacia un yerno tan apreciable era conocido 
por todo el mundo. En una palabra, sentizB 
la necesidad de erigirlo todo en el reino uni- 
dol, desde un hospital hasta un sepulcro de 
mármol, de regalarlo todo, desde. una renta 
de cien mil libras esterlinas hasta una cafeter2 
de plata, y tomaban una infinidad de titulo» 
llamándose las mujeres de Inglaterra, las hijaS 
de la Gran Bretaña, las hermanas de la 10%» 
de la caridad, de la esperanza y de todas las 
virtudes del mundo; se ocupaban continua” 
mente en intrigar y elegir, y nuestra deb! 
cabeza se confundia al pensar tan solo en 2 
vida febril, inquieta y azarosa que debian lle- 
var aquellas filantrópicas señoras. Cierta mi” 
tress Pardiggle era la que mas Se distingui2 
  
 
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.