E LA CASA
Reinó un intervalo de silencio, y mi tutor
añadió:
—Pero veo que nos hemos apartado de
nuestro asunto. Ricardo es un jóven aprecia-
ble, un jóven de porvenir; pero ¡ qué vamos
4 hacer de él! ¡ qué carrera le daremos?!
¡ Qué confianza hacia de mí M. Jarudyce !
¡ Consultarme sobre un punto tan importan -
te | ¡Qué habia hecho yo para merecer tanta
consideracion?
—Es preciso que siga una carrera, pero
¿cuál? continuó mi tutor poniéndose las manos
en el bolsillo y estirando las piernas. Sí, si le
dejamos en el ocio, va á ser presa de los lo-
bos de la cancillería.
—No os entiendo, le dije.
—Pues es muy Claro, Ester. Eduardo es
pupilo de la cancillería, Kenge y Carboy le
hablarán del pleito; el abogado, especie de
sepulturero que desde el fondo de su despacho
abre la huesa donde entierran el derecho y el
buen sentido, le hablará tambien, y como las
palabras de estos señores cuestan mucho di-
nero, me temo que acumularán honorarios so-
bre honorarios y acabarán por arruinarle com-
pletamente. ¡Porqué aflige esta plaga á la hu-
manidad* ¿Porqué falta fueron lanzados Ri-
cardo y Eva en este abismo? Lo ignoro, pero
es la verdad.
Y frotándose la cabeza con violencia,
M. Jarudyce se acordó del viento de levante,
pero no queriendo afligirme , hizo un esfuerzo
y su rostro recobró su expresion risueña y ca-
Tiñosa, : /
—Lo mas conveniente seria, respondi, pre-
guntar á Ricardo qué carrera es la que segui-
ria con mas gusto.
—En efecto, repuso mi tutor; habla de este
asunto con Eva y él, consulta su voluntad con
tu tacto habitual, y veremos despues.
No era esto lo que yo queria decir; creia que
mi tutor seria el que hablaria á Ricardo, y
senti por lo tanto cierto terror al ver la impor-
tancia que se me daba y los numerosos debe-
- res que iban á pesar sobre mi. No obstante,
prometí cumplir como mejor pudiera, repitien-
do que temia que se me supusiera una sagaci-
dad que estaba muy distante de tener, ú lo
cual contestó mi tutor con la carcajada mas
amable que habia oido en toda mi vida,
—Ya hemos charlado bastante hoy, dijo le-
vantándose y separando el sillon, pero aun
me falta hacerte una pregunta. ¡ Deseas saber
algo mas, Ester? :
Y fijó en mi sus ojos con tanta atencion que
atrajo mi mirada y creí comprender su pen-
samiento.
—¡ Relativamente á mi? le pregunté.
—$S1, contestó. | :
—Nada, querido tutor, repuse poniendo mi
mano en la suya que se puso de pronto maS
trémula de lo que yo hubiera deseado; si exis-
tiese algo que me precisara saber no tendria
necesidad de suplicaros que me lo revelaseis,
y habria de tener un corazon muy endureci-
do si no me inspiraseis ya la mas completa
confianza. No, tutor, nada mas deseo saber.
Me dió el brazo, salimos. para ir á buscar 5
Eva, y desde aquel momento me senti com-
pletamente tranquila 4 su lado, muy feliz y
sin desear saber mas acerca del misterio de
mi existencia.
La vida que llevábamos en la Casa lúgubre
fué en un principio bastante activa; teniamos
que entablar relaciones con las familias de las
cercanias que se visitaban con M. Jarudyce, y
Eva y yo reparamos que parecia conocer á
todos los que son aficionados á aprovecharse
del dinero ajeno. Un dia en que estabamos
ocupadas en el cuarto de mi tutor en poner
por Órden sus cartas y en contestar á algunas,
quedamos asombradas al ver que la mayor
parte de sus corresponsales no parecia tener
mas ocupacion que formarse en comisiones
para pedir dinero, las mujeres lo mismo que
los hombres y tal vez mas aun que ellos. Ad-
vertimos que desplegaban una actividad y una
aficion extraordinarias en este negocio, y Nn08
pareció que su vida no tenía mas objeto que
echar en el buzon del correo esquelas de sus”
cricion desde un sueldo hasta un soberano, que
pedian sin cesar y tenian necesidad de todo,
de ropa blanca, de carbon, de interés, de ali-
mentos, de flanela, de autógrafos, de dinero
y de todo lo que tenia ó6 no tenia M. Jarudyce.
Sus proyectos eran tan variados como sus pe-
ticiones; tenian que construir un nuevo edifi-
cio, que terminar otro sobre el cual se debia y
era preciso pagar, que establecer la cofradia
de Maria de la Edad Media, construccion pin-
toresca cuya fachada estaba grabada en una
lámina adjunta á la carta, y que mandar pin-
tar el retrato al óleo del secretario de su co-
mision para regalárselo á su suegra cuyo cari-
ño hacia un yerno tan apreciable era conocido
por todo el mundo. En una palabra, sentizB
la necesidad de erigirlo todo en el reino uni-
dol, desde un hospital hasta un sepulcro de
mármol, de regalarlo todo, desde. una renta
de cien mil libras esterlinas hasta una cafeter2
de plata, y tomaban una infinidad de titulo»
llamándose las mujeres de Inglaterra, las hijaS
de la Gran Bretaña, las hermanas de la 10%»
de la caridad, de la esperanza y de todas las
virtudes del mundo; se ocupaban continua”
mente en intrigar y elegir, y nuestra deb!
cabeza se confundia al pensar tan solo en 2
vida febril, inquieta y azarosa que debian lle-
var aquellas filantrópicas señoras. Cierta mi”
tress Pardiggle era la que mas Se distingui2