Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

E 
  
EUGUBRE. : 159 
mejillas de un pobre hombre que ha ayunado 
mucho. Una estera vieja, que no tiene mas 
que cuerdas, se pudre delante de la chime- 
nea. No se ven cortinas que velen las som- 
bras de la noche , pero la ventana está cerra- 
da, y por los dos agujeros que han practica- 
do en las dos hojas para dar paso á la luz, es 
Probable que el hambre acecha con hoscos 
ojes el espectro acostado en la cama. 
Sí, el procurador, que titubea en el dintel 
de la puerta, descubre sobre una mísera ca- 
ma cuyo tísico jergon está cubierto con una 
manta rota un hombre vestido con camisa y 
pantalon de lienzo del cual salen los piés des- 
calzos. 
A la moribunda luz de una vela que se ha 
derretido hasta el candelero y cuyo pábilo amo- 
tatado brilla aun sobre un monton de sebo 
que flota en torno suyo, se distingue la hor- 
tible palidez de aquel hombre, cuyos enma- 
rañados cabellos se confunden con la barba 
erizada. 
Seria imposible decir qué clase de vapor es 
el que llena el aposento y oprime el pecho, 
Pero en medio de este olor nauseabundo de 
Putrefaccion y de tabaco, llega á los labios 
de M. Tulkinghorn el sutil amargor del opio. 
—¡Hola, amigo! grita el procurador dando ' 
un golpe en la puerta con el candelero de 
hierro, 
Cree haber despertado al amigo porque re- 
para que tiene los ojos desmesuradamente 
abiertos.  * 
—¡Hola! repite M. Tulkinghorn alzando la 
voz, 
Pero mientras llama otra vez, la vela, que 
ha acabado de derretirse , se apaga repentina- 
Mente y le deja sumido en las tinieblas, don- 
de los hambrientos ojos pegados á los aguje- 
Tos de la ventana no han cesado sin duda de 
Mirar el mísero lecho en que descansa el es- 
Pectro. 
CAPÍTULO XI. 
Nuestro querido hermano. 
El procurador se estremece al sentir el con- 
tacto de una mano arrugada. : 
—¡ Quién va? dice, 
—Soy yo, murmura á su oido el viejo mer- 
cader de trapos viejos; ¡podeis despertarle? 
—No. 
—i Qué habeis hecho de la luz? 
—Se ha apagado, : 
El viejo toma el candelero de las manos del 
Procurador, se acerca á la chimenea y trata 
€ encender la vela, pero el fuego está apa- 
gado y son inútiles sus esfuerzos. Despues de 
-ponde el facultativo.: 
llamar en vano al escribiente, dice al procu- 
rador que baja á su almacen en busca de luz, 
M. Tulkinghorn va á esperarle á la puerta, 
la luz brilla muy pronto en la pared, y ej 
anciano sube lentamente la escalera, seguido 
de su gato de ojos verdes, 
—¡ Acostumbra tener el sueño tan pesado? 
pregunta el procurador. . 
—No lo sé , dice Krook moviendo la cabe- 
za y alzando las cejas; le trato muy poco, y 
por otra parte, nunca habla con nadie. 
Al resplandor de la vela los ojos que miran 
* por los agujeros de las ventanas se oscurecen 
y parecen cerrarse, pero siguen abiertos los 
del hombre acostado en la cama, 
—|Cielos! exclama el procurador, está 
muerto! ; 
- Krook suelta súbitamente la mano del escri- 
biente que habia cogido, 
—¡Pronto..... un médico! Llamad á miss 
Flitte..... vive en el tercer piso, dice Krook 
_ tendiendo sus manos descarnadas sobre el ca- 
- dáver como un gavilan que desplega las alas, 
M. Tulkinghorn corre al piso tercero gri- 
tando : : 
— ¡Miss Flitte ! ¡miss Flitte! Bajad al mo- 
mento! 
Krook le sigue con la mirada, y mientras 
el procurador llama á miss Flitte, se aprove- 
cha de la ocasion para acercarse á la maleta 
y volver á colocarse junto á la cama con di- 
simulo. E 
—Corred, Flitte, id 4 casa del médico mas 
inmediato, dice dirigiéndose á una mujer que 
desaparece con precipitacion y no tarda en 
volver con un médico que ha encontrado co - 
miendo y que reune á un acento escocés muy 
pronunciado un enorme labio superior cubier- 
to de tabaco. : 
—¡Pardiez! dice despues de un breve exá- 
men; está muerto, y bien muerto. 
- M. Tulkinghorn, que está en pié al lado de 
la vetusta maleta, pregunta si hace mucho 
tiempo que ha espirado, d 
—Probablemente unas tres horas , le res-. 
—Esa es tambien mi opinion, dice un jó-. 
ven moreno que se halla en el lado opuesto 
de la cama. 
— ¡Sois médico ? pregunta el primer doctor. . : 
—Sí, señor, dice el jóven. 
—En tal caso me retiro, porque mi presen- 
cia es aquí completamente inútil. 
Y dando término á su visita, ya á conti- 
nuar su interrumpida comida. : 
El jóven pasa Y vuelve á pasar la vela so- 
bre la cara del escribiente que justifica el 
nombre que se habia dado, porque ya no es 
nada en efecto. 
—Le conocia mucho de vista, dice el mé- 
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