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este muchacho le ha visto hablar muchas ye-
ces ).
2 juez pregunta si este muchacho está en
la audiencia.
- —No señor, contesta el bedel.
—Id á buscarle y traedlo , dijo el magistra-
do que durante la ausencia del activo é inte--
ligente Mooney traba conversacion con M.
Tulkinghorn. -
— Aqui está , señor.
Y en efecto , el muchacho se presenta sucio
“yy cubierto de harapos,
—'¡ Cómo es eso! ¿Va á tomarse declaracion
áun muchacho andrajoso y descalzo?
Así dicen algunos de los circunstantes.
e nombre , pregunta el juez.
—Jo.
—¡ Cómo? E
—Jo , repite el muchacho.
Nunca ha tenido otro y ni siquiera sabe que
cada cual tiene un nombre y un apellido. No
sabe tampoco que Jc es un diminutivo y le
arece aun bastante largo para él.
— ¡Sabeis leer y escribir? '
No, nunca ha estado en la escuela; no tie-
ne padre ni madre, amigos, patria ni hogar;
sabe que una escoba es una escoba, y que no
se debe mentir, no recordándose de quién se
lo ha dicho, pero lo sabe. Ignora lo que será
de él despues de muerto, pero cree que si
miente le castigarán, y está resuelto á decir
siempre la verdad. :
-—Era completamente inútil enviarle á bus-
car, dice el juez moviendo la cabeza con me- .
lancolía.
- —¡ No creeis que el tribunal puede recibir
su declaracion? pregunta uno de los jurados.
—¡ Para qué ? ¡No le habeis oido! Su de-
“elaracion seria un cúmulo de necedades indig-
nas de figurar en un proceso. Bedel, mandad
que se retire,
La órden se cumple inmediatamente con
aprobacion de la concurrencia, en particular
del pequeño Swills, el gran cantor cómico.
—¡Hay otros testigos ? :
—No señor. e
—Muy bien, dice el juez. Señores, un des-
conocido habituado á tomar opio en gran can-
tidad hace unos diez y ocho meses al menos,
“segun se ha comprobado, se ha encontrado
muerto á consecuencia de una dosis exagera -
da de dicho veneno. ¡Ha sido un suicidio 6
una muerte casual! Habeis oido las declara-
ciones de los testigos y dareis el fallo segun
vuestra conviccion y consultando tan solo vues-
tra conciencia. A
El jurado decide que la muerte ha sido ca-
sual y no un suicidio, e
—Señores, hemos terminado. ¡Buenos dias!
Mientras el juez se abotona el gaban, in-
LA CASA
terroga junto con M. Tulkinghorn al testigo
que ha sido desechado.
El desgraciado no sabe nada; cuenta única-
mente que el difunto cuyo rostro pálido y ca-
bellos negros acaba de reconocer, era perse-
guido algunas veces por los muchachos, y que
una noche de invierno en que hacia mucho
frio, hallándose temblando en un portal de la
calle que está encargado de barrer, aquel
hombre pálido y moreno volvió la cabeza, le
vió, se acercó á él, le hizo algunas pregun-
tas, y al saber que no tenia amigo alguno en
el mundo, le habia dicho: «Tampeco yo ten-
go ninguno,» y le dió dinere para cenar; que
desde entonces le hablaba con frecuencia y le
preguntaba si dormia bien, si padecia mucha
sed y hambre, si alguna vez habia deseado
la muerte y otras cosas por el estilo; que cuan-
do no tenia dinero le decia: «Hoy soy tan po-
bre, como tú,» pero cuando tenia, le daba siem-
pa «Era tan bueno para mí, continua el pobre
o enjugándose las lágrimas con la haraposa
manga, que quisiera que hubiese podido oir -
me cuando le he visto tendido allí no ha mu-
cho, y habria dicho que no mentia y que era
muy bueno para mi.»
Encuentra en la escalera á M. Suagsby
que se ha parado para oirle y que le pone una
moneda de plata en la mano.
—No me hables cuando me veas con mi
«mujer, le dice el papelero llevándose el dedo
á la punta de la nariz para dar mas fuerza á
su recomendacion, ;
Los jurados forman grupos durante algu-
nos minutos en la puerta de las Armas de
Apolo y se dispersan poco á poco. Sin em-
bargo, seis se quedan en medio del humo de
tabaco que sale del interior del café. Dos de
ellos se dirigen por fin hácia Hampstead, y
los otros cuatro acuerdan pasar la noche en el
teatro y cenar ostras al salir para coronar la
fiesta. : :
El pequeño Swills es obsequiado por dife-
rentes personas y contesta á los que le pidel
su parecer sobre la sesion del jurado, que h2
sido una « verdadera farsa.» El dueño de la5
Armas de Apolo, al ver la popularidad de
Swills, hace un pomposo elogio del cómico,
y añade que en el canto de caricato no conoce
otro igual , sin contar que este hábil artist2
tiene trajes suficientes para llenar un carro.
Espira el dia, y la sombra vela cada veZ
mas las Armas de Apolo que desaparecen
para brillar un instante despues bajo oleada$
de gas.
Ha llegado la hora del concierto; el direc”
tor de orquesta ocupa su asiento , y el peque”
ño Swills está en frente de él, rodeado de
numerosos amigos que han acudido á soste-