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vantado una botella de tinta , algunas plumas
de ave y varios anuncios de teatro rasgados y
mugrientos. ; '
—¿Qué haceis en este aposento ? le pre-
guntó mi tutor.
—Aprendo á leer y escribir sin maestro ,
respondió M. Krook.
—i¡ Y aprendeis algo 1
—No mucho, repuso el viejo con aire de
«descontento : es muy dificil á mi edad.
—¡¿ Y porqué no tomais un maestro ?
—Porque no estoy seguro de encontrar un
buen maestro, respondió M. Krook cuyos ojos
se clavaron con expresion de sospecha en mi
tutor. He perdido mucho por no saber leer,
pero no quisiera perder mas enseñándome á
leer al revés,
—;¡ Y quién os enseñaria 4 leer al revést
preguntó mi tutor sonriendo.
—No lo sé , señor Jarudyce, repuso el vie-
jo encogiéndose de hombros y frotándose las
manos. No supongo que nadie querria... pero
es preferible que cada cual cuente consigo y
no se fie en los demás,
Todo esto era tan extraño que al salir con
M. Woodcourt mi tutor le preguntó si M,
Krook estaba loco como decia su inquilina, El
_ médico contestó que no'tenia motivo alguno
para creerlo, que M. Krook era exresiva-
mente desconfiado como todas las personas
ignorantes, y por otra parte, estaba casi
“siempre bajo la influencia del aguardiente del
que hacia un consumo enorme, como había-
mos podido advertir por el olor que exhalaba
su tienda y especialmente su persona , pero
que nada veia en él hasta ahora que indicara
la locura. ]
Por el camino me eoncilié de tal modo el
afecto de Pepe comprándole un pequeño mo-
lino de viente con dos sacos de harina, que
fué preciso colocarle á mi lado en la mesa, y
su hermana se sentó junto á Eva. La pobre
Carolina estaba radiante ; su alegría nos ani-
maba, y mi tutor estaba tan alegre como nos-
Otras.
Por la noche Carolina se retiró á su casa
en un coche de alquiler con Pepe, á quien
habian llevado al carruaje profundamente dor-
mido pero sin soltar de la mano su pequeño
molino de viento. :
_ Meolyidaba de decir, y si no lo he olvida-
do, esto segura de no haberlo dicho, que
M. Woodcourt, el médico de miss Flitte , era
el jóven moreno que habíamos encontrado en
casa del doctor Bayham Badger, que M. Ja-
rudyce le convidó á comer con nosotros, que
aceptó, y que al partir, habiendo dicho á
Eva: «Señorita, hablemos de Ricardo ,» ella
3e puso á reir y me dijo. . Pero ¡de qué ser-
yiria repetir lo que me dijo la hermosa Eva?
LA CASA
¡ Era tan divertida ! ¡Le gustaba tanto reir
y hacer broma!
CAPÍTULO XV.
Bell Sard,
Durante nuestra permanencia en Londres
M. Jarudyce se vió constantemente asediado
por esa multitud de señoras y caballeros cuyas
acciones y maneras nos habian causado siem-
pre tanto asombro.
Algunos dias despues de nuestra llegada
vino á visitarle M. Quale, Nunca habia sido
mayor la exaltacion de este caballero; se hu-
biera dicho que queria proyectar las promi-
nencias lustrosas de su frente y de sus sienes
en todo lo que encontraba en su camino, y
que sus cabellos echados con violencia hácia
atrás aspiraban á volar de su cráneo en el
ardor inextinguible de una filantropía insa-
ciable. i
Todas las comisiones le gustaban sin excep-
cion y su inteligencia universal le hacia pro-
pio para todo ; sin embargo, se sentia parti-
cularmente destinado á la organizacion de los
testimonios del reconocimiento público en fa-
vor de cualquiera empresa ó persona. Sus fa-
- cultades admirativas parecian haber absorbi-
do la mayor parte de la fuerza de su alma y
pasaba largas horas bañándose las sienes con
delicia en las oleadas de luz que esparcia en
torno suyo cualquiera antorcha. Le habia vis-
to abismado en tanta admiracion por mistress
Jellyby que habia supuesto que esta señora
era el objeto exclusivo de su culto , pero muy
pronto reconocí mi error al ver que era el
panegirista, heraldo y pregonero entusiasta
de una legion de individuos.
acompañó un dia 4 mistress Pardiggle,
que venia á yer á mi tutor con motivo de no
só qué monumento , y nos elogió las perfec-
ciones de aquella valerosa mujer con el mis-
mo entusiasmo con que nos habia detallado
las de mistress Jellyby.
Algunos dias despues mistress Pardiggle
escribió á mi tutor recomendándole á M, Gus-
her, su elocuente amigo, que se presentó
- muy pronto acompañado de M. Quale. Era un
caballero obeso, colorado y cuyos ojos, de -
masiado pequeños para su cara de luna llena,
parecian haberse hecho para otra persona.
sin embargo, apenas se sentó cuando 4 des-
pecho de su exterior nada agradable ni sim-
pático, M. Quale nos preguntaba á Eva y ó
mi si admirábarnos la belleza moral que bri-
llaba en toda la persona de M. Gusher, si D05
llamaba la atencion la forma de su cabeza, €
desarrollo de su frente, etc., etc., y nos ha-