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todos estamos expuestos al error, pero es una
rezon mas para que no vuelva á suceder, y!lle-
garé á ser un legista como hay pocos, si real-
mente, añadió cayendo otra vez en la incer-
tidumbre , creeis que vale la pena el cambiar.
Le repetimos con tanta insistencia y grave-
dad como pudimos dar 4 nuestras. palabras
todo lo que acabábamos de decirle, y le ins-
tan:os con tanto empeño á hablar sin tardan -
za á mi tutor, que entramos inmediatamente
en su cuarto, y le confesó el estado de las
cosas con toda la franqueza que le era natu-
ral.
- —Podemos, le dijo M. Jarudyce, hacer
una retirada honrosa, y no debemos vacilar,
pero por amor á Eva, Ricardo , ten cuidado
de no volver á equivocarte. Por eso soy de
parecer de no obrar con precipitacion, y de
hacer cierto noviciado antes de entrar en la
nueva carrera, >
Obedeciendo siempre al impulso del mo-
mento' con una energía tanto mas viva cuan-
to mencs perseverante era, Ricardo hubiera
querido por el contrario ir inmediatamente á
casa de M. Kenge y firmar en el acto el
compromiso. Sin embargo , se sometió á las
observaciones de mi tutor, y sentándose á
nuestro lado, principió á hablar de sú nueva
profesion como si nunca hubiera tenido mas
deseofque estudiar el procedimiento.
Mi tutor se mostró con él benévolo y cor-
dial, pero conservó un semblante bastante
grave para que por la noche, en el momento
de retirarnos á nuestro cuarto, Eva le dijera :
—Primo John, ¡estais enojado contra Ri-
cardo ?
—No, hija mia , contestó M. Jarudyce.
—Es muy natural que se haya equivocado,
¡No le sucede 4 todo el mundo ?
—Sí, hija mia ; no te dé cuidado eso; vete
á la cama,
-—¡ Oh! no me da cuidado, primo John,
dijo Eva sonriendo y poniendo la mano sobre
el hombro de mi tutor, pero seria muy des-
graciada si estuvierais enfadado con Ricardo.
—Solo podria estar enojado con él, hija
mia , respondió mi tutor, si un dia hubieras
de padecer por su culpa, y aun entonces lo
estaria mas bien conmigo por haberos hecho
amigos, Pero todo eso no vale la pena; es jó-
vea y tiene porvenir. No, hija mia, no estoy
enfadado con él ni tú tampoco.
—¡ Estar enfadada con él, primo John!
Me seria imposible aunque todo el mundo le
censurase ; por el contrario, seria una razon
de mas para amarle con pasion.
- Pronunció estas palabras con una dulzura
y una calma angélicas, con las dos manos
apoyadas en el hombro de mi tutor á quien
miraba con ojos radiantes de franqueza.
a
4
LA CASA S
—¡ Debe estar escrito en alguna parte, di--
jo M. Jarudyce dirigiendo á Eva una mirada
pensativa, que las virtudes de las madres se:
perpetuarán en sus hijos lo mismo que las fal--
tas de sus padres? Buenas noches, Eva; bue-
nas noches, Ester. Dormid bien y tened sue-
ños de ángeles. ¡
Por vez primera vi su mirada benévola en-
tristecerse al fijarse en Eva, y recordé la que:
habia dirigido á ella y 4 Ricardo el dia de su
llegada, mientras Eva cantaba el resplandor
vacilante de la llama de la chimenea. Poco
tiempo habia trascurrido desde el dia que les
habia seguido con la vista cruzando la sala in-
mediata inundada de luz y desapareciendo em»
la sombra, pero su mirada no era ya la mis-
ma, y la que me dirigió al verla alejarse no
tenia la calma y la confianza que expresaba en
otro tiempo. ;
Cuando estuvimos en nuestro cuarto, Eva
me hizo el elogio de Ricardo con mas insis-
tencia que nunca, No se quitó para acostarse:
el brazalete que le habia ragitáto , y creo que
soñaba con él cuando una hora despues la dí
con tiento un beso en la mejilla. ¡ Estaba tam»
tranquila y tenia una fisonomía tan alegre !
Yo no tenia sueño y me puse á trabajar.
Circunstancia muy poco importante en sí, pero:
no tenia sueño y estaba como hastiada. No sé:
porqué. Creo al menos que no sé porqué... Ó
si lo sé, no vale la pena de decirlo.
Sea lo que quiera, resolví trabajar con tan-
to ardor como sí no tuviese tiempo pata en-.
tregarme á mi tristeza, y era hora ya, porque,
mirándome en el espejo, vi que estaba á pun--
to de llorar.
—¡ Cómo , Ester! exclamé, ¿tú triste y
desgraciada cuando todo parece contribuir á
tu felicidad ? ¡ Qué ingrata eres |
Y sacando del canastillo la alfombra que
bordaba , prometi trabajar hasta el momento-
en que se me cerrasen los ojos vencidos por el
sueño.
Muy pronto me distrajo la labor, pero ha-
bia dejado uno de los ovillos de seda en el ga-
binete de M. Jarudyce, y no pudiendo con-
tinuar sin él, tomé una luz y bajé de punti-
llas á buscarlo. Con gran sorpresa encontré ú-
«mi tutor cerca de la chimenea, mirando la ce-
niza y abismado en profunda meditacion. Te-
nia á su lado el libro cerrado , los cabellos le
caian por la frente, estaba muy pálido, y me
hubiera retirado sin hablarle 4 no haberme:
visto.
—¡Ester ! exclamó estremeciéndose.
Le dije el objeto que me llevaba á su ga-
binete. E
—¡ Tan tarde trabajas, hija mia ?
—No hubiera podido dormir y he preferido:
no acostarme. Pero tambien vos velais, que-
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