Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
a 
LUGUBRE. 
en tanto y mira 4 M. Suagsby como para de- 
cirle : «¡ Qué apóstol !» 
M. Chadband tiene el rostro brillante de 
humildad y de aceite de ballena. Es uno de 
sus hábitos, y hasta podria decirse una de sus 
pretensiones, tener siempre que arreglar al- 
guna cuenta y hacerlo en público aunque sea 
por los negocios mas vulgares. 
— Amigos mios, continua, ocho peniques 
forman una cantidad insignificante, y hubie- 
ran podido pedirme un chelin y cuatro peni- 
ques y hasta media corona; ¡regocijémonos! 
¡ regocijémonos! : 
Y al pronunciar estas palabras se dirige 
hácia la mesa, y antes de sentarse , levanta 
la mano para reclamar la atencion. 
—;¡ Qué vemos en esta mesa! dice. Nume- 
ros>s manjares. ¡Tenemos necesidad de co- 
mer, amigos mios? Indudablemente , me di- 
reis. ¡ Y por qué tenemos esta necesidad ! os 
preguntaré. Porque somos mortales, porque 
somos concebidos en pecado, porque pertene- 
cemos á la tierra, porque no somos hijos del 
aire. ¡ Podemos volar , amigos mios ? No, es 
Imposible. ¿ Y porqué no podemos volar? 
M. Suagsby , animado con el buen éxito 
que ha obtenido su amen, se aventura á con- 
testar con aplomo : Porque no tenemos alas ; 
pero le hace callar inmediatamente una mira- 
da de su mujer. : 
—Pregunto, continua el hombre del santo 
ministerio sin hacer caso de la observacion de 
M. Suagsby, pregunto por qué no podemos 
volar. Porque hemos sido criados para andar. 
Ahora bien , amigos mios, ¡podemos andar 
sin ser fuertes? No, nada podemos sin la 
fuerza. Las piernas se negarian á llevarnos, 
las rodillas flaquearian , los tobillos se dislo - 
carian y caeriamos antes de dar un paso. ¡De 
donde procede pues esa fuerza que necesitan 
nuestros miembros ? ¡De dónde la sacamos en 
la tierra, amigos mios? Del pan bajo todas 
sus formas , continua M, Chadband dirigiendo 
Una mirada á la mesa, de la manteca que se 
hace con la leche que nos da la vaca, de los 
huevos que ponen las gallinas , del jamon, de 
la lengua, del salchichon y de otros alimentos 
semejantes. Tomemos pues nuestra parte de 
las buenas cosas que tenemos ante huestros 
oos, : 
Los adversarios de M. Chadband niegan 
Obstinadamente que esta facilidad que tiene el 
Santo varon de amontonar frases sobre frases 
Sea un favor del cielo, pero es una prueba de 
la determinacion que han tomado de perseguir- 
le á toda costa, porque es público y notorio 
Que el estilo de M. Chadband es el mas gene- 
talizado y el que gusta generalmente. 
Sea lo que quiera , despues de terminar su 
discurso se sienta 4 la mesa y come á dos car- 
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rillos. La facultad de convertir en grasa los 
alimentos que absorbe es tan inherente á la 
constitucion de este navío ejemplar, que, des- 
de el momento en que M. Chadband princi- 
pia á comer, puede decirse que no es más 
que un molino de aceite operando en grande 
escala, y precisamente en la tarde en que 
nos hallamos funciona tan bien en casa del pa- 
_pelero de Cursitor-Street, que parece haber 
llenado su almacen, y por eso se para la má- 
quina. : 
Gunter, que no ha vuelto aun en sí de su 
primera torpeza y que ha continuado come- 
tiendo otras, como por ejemplo hacer resonar 
los platos sobre el cráneo del reverendo y coro- 
narlo despues con un pan, se acerca entonces 
á M. Suagsby y le dice en voz baja que pre- 
guntan por él. 
—Espero que me perdonareis, dice M, 
Suagsby á sus huéspedes; preguntan por mí, 
y estaré de vuelta dentro de un minuto. 
El papelero baja á la tienda y encuentra á 
los dos aprendices con los ojos fijos en un 
agente de policía que arrastra del brazo £ un 
muchacho vestido de harapos. 
—¡ Qué sucede? pregunta M, Suagsby. 
— Que este individuo , responde gl agente, 
se niega á dejar libre el paso aunque se lo he 
mandado varias veces. : 
—Siempre dejo libre el paso, exclama el 
desgraciado enjugándose los ojos con la man- 
ga ; ¡es posible que lo'deje mas libre ? 
—Se niega completamente , añade el agen- 
te, es obstinado como un hereje. 
—Pero ¡A dónde quereis que vaya? dice 
el desventurado miesándose los cabellos con 
desesperacion y pateando el suelo con sus piés 
descalzos. : 
—Responde con menos orgullo 6 te llevo 4 
la cárcel, dice el agente con aire impasible. 
Mi consigna es que nadie interrumpa la circu- 
lacion del público, como te he dicho cien veces. 
Así pues , no admito excusas. 
—Pero ¿4 dónde he deir? 
—En verdad, señor agente, dice M. Suags- 
by haciendo oir detrás de la mano su tos de 
“incertidumbre, que no sé 4 donde puede ir. 
—Mis instrucciones no me lo dicen, respon- 
de el agente, pero tengo órden para que este 
muchacho deje libre el paso. e 
¿Oyes, Jo? De nada os sirve átini 4 tus 
semejantes invocar en esta ocasion el ejemplo 
que os han dado los astros del cielo parlamen- 
tario que hace algunos años han quedado in- 
móviles, pues se aplica en vosotros el gran 
principio del movimiento. ¡1d! ¡andad! hé. 
aquí el objeto de vuestra existencia. Dejad li- 
bre el paso y no ceseis de andar, pero no 
huyais de este mundo, porque las grandes lum- 
breras del firmamento parlamentario de que 
  
 
	        
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