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confidencias que me hacia todas: las noches ?
Habia en todo esto contradicciones perpetuas
que no podia comprender, Ó si algunas ve-
ces... pero es inútil continuar por ahora mis
reflexiones.
Estaba triste por la partida de mistress
Woodcourt y me sentia al mismo tiempo li-
bre de un gran peso desde que no estaba en
la Casa lúgubre , cuando la llegada de Caro-
lina vino á distraerme de mis cavilaciones,
Me dijo en primer lugar que era la mejor
consejera que habia existido jamás , á lo cual
contestó Eya que era una cosa sabida y con-
_testé yo que era una broma , y añadió que se
casaba dentro de tres semanas y se conside-
raria la mas feliz del mundo si consentíamos
en asistir 4 su boda,
Esto sí que era nuevo, y teníamos tantas
cosas que decirnos que creí que no ibamos á
cesar de hablar jamás.
Parecia que la quiebra de M. Jellyby se
habia arreglado amistosamente, que sus acree-
dores se habian compadecido de él, y que
despues de abandonarle todo lo que tenia
(muy poca cosa á juzgar por sus muebles),
habia salido del apuro sin comprenderlo, pero
dejando á cada interesado la íntima conyic-
cion de que habia hecho cuanto podia. Fué
enviado, pues, honrosamente á su oficina pa-
ra volyer á trabajar para sí y para sus acree-
dores.
¿Qué hacia en esta oficina * Nunca he po-
dido saberlo. Carolina pretendia que era di-
rector de alguna cosa en la aduana, y todo
lo que vi claramente en este asunto es que
cuando necesitaba dinero para atender á las
_ necesidades extraordinarias, iba á los docks
para pedirlo prestado y casi nunca lo encon-
traba. :
.. Luego que se tranquilizó su ánimo despo-
jándose completamente como un cordero que
esquilan , y se trasladó á una habitacion
amueblada en Hatton-Garden (donde encon-
tré á los niños la primera vez que fuí ocupa-
dos en arrancar la clin de los sillones para
hincharse las mejillas), Carolina le hizo. te-
_ner una conferencia con M. Turveydrop, y
M. Jellyby reconoció tan humildemente la su -
perioridad de las gracias y la distincion del
caballero que se hicieron amigos muy fnti--
mos.
M. Turveydrop , familiarizándose con la
idea del casamiento de su hijo, habia condu-
cido poco á poco sus sentimientos paternales
á considerar esta union como próxima , con-
sintiendo por fin graciosamente en que los jó-
yenes se casaran cuando quisiesen.
—¡Y qué os dijo M. Jellyby cuando le ha-
blasteis de vuestros proyectos? pregunté á
Carolina.
V
¿De
LA CASA :
— ¡Pobre papá ! Lloró diciendo que espe-
raba que seríamos mas felices de lo que ha-
bia sido él con mamá ; no lo dijo delante de
Principe sino á mi sola, y despues añadió :
« Pobre hija mia , no te han enseñado lo que
debe saber toda mujer casada, y si no tienes
-firme intencion de emplear todos tus esfuer-
zos para complacer á tu esposo, valdria mas
matarle que casarte con él si le amas real-
mente.»
— ¡Le tranquilizaste , Carolina ?
—Ya comprendereis que estaba muy triste
al oir decir á papá cosas tan terribles, de mo-
do que no hice mas que llorar con él, pero
le contesté que me esforzaria con toda mi al-
ma en aprender lo que ignoraba, que espera-
ba que vendria á vernos todas las noches,
que encentraria en nuestra casa consuelo y
bienestar, y que Pepe viviria conmigo. Vol-
vió entonces á llorar diciendo que sus pobres
“hijos eran verdaderos salvajes , y dijo ade-
más (la pobre Carolina prorumpió en sollo-
zos) que la dicha mayor que podia sucederles
seria que se muriesen todos de una vez.
—M. Jellyby no es cruel, respondió Eya,
y estoy segura de que no pensaba lo que de-
cia.
—Sé muy bien que papá no desea la muer-
te de sus hijos , pero indica con esto lo des-
graciados que somos teniendo una madre co-
mo la nuestra.
Pregunté á Carolina si su madre sabia que
se habia fijado el dia de la boda.
— No podria deciroslo , respondió; ya co-
noceis á mamá. ; siempre que le hablo de es-
to, lo cual hago con frecuencia , me mira co-
mo si fuera un campanario. que se divisara á
lo léjos , mueye la cabeza, me responde sin
enojo que la molesto y continua escribiendo
cartas para Borrioboula-Gha,
— ¡Y vuestra canastilla de boda !
— Haré lo que pueda, querida Ester. Ten-
go confianza en Príncipe que es bastante bue-
no para no desecharme si me presento pobre-
mente ataviada. Si se tratara de equipar un
colono para Borrioboula- Gha , mamá se Ocu-
paria con ardor, pero tratándose de mi, hace
muy poco caso y ni siquiera se cuida de sa-
ber si tengo lo mas indispensable.
Carolina amaba á su madre , y al dirigirle
esta acusacion no hacia mas que mencionar
un hecho desgraciadamente probado y noto-
rio, La pobre muchacha lloraba, y admirába-
mos tan sinceramente las cualidades que ha-
bian sobrevivido en ella'á pesar del abando-
no en que se habia educado, que Eya y yo
le propusimos un plan que aprobó con ale-
gría. Consistia este plan en que viviese con
nosotras hasta el dia de su casamiento y em-
please estas tres semanas en cortar, renovar,