Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
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confidencias que me hacia todas: las noches ? 
Habia en todo esto contradicciones perpetuas 
que no podia comprender, Ó si algunas ve- 
ces... pero es inútil continuar por ahora mis 
reflexiones. 
Estaba triste por la partida de mistress 
Woodcourt y me sentia al mismo tiempo li- 
bre de un gran peso desde que no estaba en 
la Casa lúgubre , cuando la llegada de Caro- 
lina vino á distraerme de mis cavilaciones, 
Me dijo en primer lugar que era la mejor 
consejera que habia existido jamás , á lo cual 
contestó Eya que era una cosa sabida y con- 
_testé yo que era una broma , y añadió que se 
casaba dentro de tres semanas y se conside- 
raria la mas feliz del mundo si consentíamos 
en asistir 4 su boda, 
Esto sí que era nuevo, y teníamos tantas 
cosas que decirnos que creí que no ibamos á 
cesar de hablar jamás. 
Parecia que la quiebra de M. Jellyby se 
habia arreglado amistosamente, que sus acree- 
dores se habian compadecido de él, y que 
despues de abandonarle todo lo que tenia 
(muy poca cosa á juzgar por sus muebles), 
habia salido del apuro sin comprenderlo, pero 
dejando á cada interesado la íntima conyic- 
cion de que habia hecho cuanto podia. Fué 
enviado, pues, honrosamente á su oficina pa- 
ra volyer á trabajar para sí y para sus acree- 
dores. 
¿Qué hacia en esta oficina * Nunca he po- 
dido saberlo. Carolina pretendia que era di- 
rector de alguna cosa en la aduana, y todo 
lo que vi claramente en este asunto es que 
cuando necesitaba dinero para atender á las 
_ necesidades extraordinarias, iba á los docks 
para pedirlo prestado y casi nunca lo encon- 
traba. : 
.. Luego que se tranquilizó su ánimo despo- 
jándose completamente como un cordero que 
esquilan , y se trasladó á una habitacion 
amueblada en Hatton-Garden (donde encon- 
tré á los niños la primera vez que fuí ocupa- 
dos en arrancar la clin de los sillones para 
hincharse las mejillas), Carolina le hizo. te- 
_ner una conferencia con M. Turveydrop, y 
M. Jellyby reconoció tan humildemente la su - 
perioridad de las gracias y la distincion del 
caballero que se hicieron amigos muy fnti-- 
mos. 
M. Turveydrop , familiarizándose con la 
idea del casamiento de su hijo, habia condu- 
cido poco á poco sus sentimientos paternales 
á considerar esta union como próxima , con- 
sintiendo por fin graciosamente en que los jó- 
yenes se casaran cuando quisiesen. 
—¡Y qué os dijo M. Jellyby cuando le ha- 
blasteis de vuestros proyectos? pregunté á 
Carolina. 
V 
¿De 
  
   
LA CASA : 
— ¡Pobre papá ! Lloró diciendo que espe- 
raba que seríamos mas felices de lo que ha- 
bia sido él con mamá ; no lo dijo delante de 
Principe sino á mi sola, y despues añadió : 
« Pobre hija mia , no te han enseñado lo que 
debe saber toda mujer casada, y si no tienes 
-firme intencion de emplear todos tus esfuer- 
zos para complacer á tu esposo, valdria mas 
matarle que casarte con él si le amas real- 
mente.» 
— ¡Le tranquilizaste , Carolina ? 
—Ya comprendereis que estaba muy triste 
al oir decir á papá cosas tan terribles, de mo- 
do que no hice mas que llorar con él, pero 
le contesté que me esforzaria con toda mi al- 
ma en aprender lo que ignoraba, que espera- 
ba que vendria á vernos todas las noches, 
que encentraria en nuestra casa consuelo y 
bienestar, y que Pepe viviria conmigo. Vol- 
vió entonces á llorar diciendo que sus pobres 
“hijos eran verdaderos salvajes , y dijo ade- 
más (la pobre Carolina prorumpió en sollo- 
zos) que la dicha mayor que podia sucederles 
seria que se muriesen todos de una vez. 
—M. Jellyby no es cruel, respondió Eya, 
y estoy segura de que no pensaba lo que de- 
cia. 
—Sé muy bien que papá no desea la muer- 
te de sus hijos , pero indica con esto lo des- 
graciados que somos teniendo una madre co- 
mo la nuestra. 
Pregunté á Carolina si su madre sabia que 
se habia fijado el dia de la boda. 
— No podria deciroslo , respondió; ya co- 
noceis á mamá. ; siempre que le hablo de es- 
to, lo cual hago con frecuencia , me mira co- 
mo si fuera un campanario. que se divisara á 
lo léjos , mueye la cabeza, me responde sin 
enojo que la molesto y continua escribiendo 
cartas para Borrioboula-Gha, 
— ¡Y vuestra canastilla de boda ! 
— Haré lo que pueda, querida Ester. Ten- 
go confianza en Príncipe que es bastante bue- 
no para no desecharme si me presento pobre- 
mente ataviada. Si se tratara de equipar un 
colono para Borrioboula- Gha , mamá se Ocu- 
paria con ardor, pero tratándose de mi, hace 
muy poco caso y ni siquiera se cuida de sa- 
ber si tengo lo mas indispensable. 
Carolina amaba á su madre , y al dirigirle 
esta acusacion no hacia mas que mencionar 
un hecho desgraciadamente probado y noto- 
rio, La pobre muchacha lloraba, y admirába- 
mos tan sinceramente las cualidades que ha- 
bian sobrevivido en ella'á pesar del abando- 
no en que se habia educado, que Eya y yo 
le propusimos un plan que aprobó con ale- 
gría. Consistia este plan en que viviese con 
nosotras hasta el dia de su casamiento y em- 
please estas tres semanas en cortar, renovar, 
   
  
 
	        
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