Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
LÚGUBRE. 
"aba. Los dos caballeros cuya pluma ávida 
escribe las gacetillas de los periódicos recor- 
“xen los contornos á todas horas , evitando sin 
embargo el encontrarse porque se ha disuelto 
su sofiedad. El director de las .4rmas de Apo- 
«do explota con destreza el interés dominante 
Para atraer la multitud á sus conciertos noc- 
“turnps, y el pequeño Swills, cuyas alusiones de 
actualidad están expresadas eñ un lenguaje 
* convencional que se ha hecho célebre, es salu- 
dado con éstrepitosos aplausos é improvisa 
sobre Smallweed y su familia como un inspira-' 
do. La misma miss Melvilleson en la melodía 
escocesa Todos dormimos , vuelve Ue cierto 
inodo la cabeza con malicia hácia la casa veci- 
ía, acentuando esta frase: « A los perros les 
gusta la sopa, » que se,la hacen repetir siem - 
pre, porque significa con toda claridad que M. 
Smallweed tiene aficion al dinero. 
Pero madie ha podido descubrir. nada , y 
como dice mistress Perkins al antiguo inquili- 
no de M. Krook, cuya llegada provoca una 
reunion general, es un motivo mas para que 
-se quiera saber todo. 
M. Weevle y M. Guppy, seguidos de las 
miradas y de los deseos de toda la plaza, lla- 
man á la puerta de la casa del difunto, donde 
'su admision imprevista les hace perder inme- 
diatamente la popularidad que habian adqui- 
ido, y sospecha todo el mundo de sus inten- 
<Ciones. > 
Están cerradas las ventanas de la casa don- 
de entran, y en el piso bajo reina tanta oscu- 
ridad que no puede verse sin luz artificial, 
Introducidos de pronto én medio de esta os- 
curidad y viniendo de fuera donde brilla el 
sol, nuestros dos amigos andan un rato á 
tientas, pero poco á poco distinguen los ob- 
jetos que les rodean y reconocen al abuelo 
Smallweed sentado en un sillon cerca de un 
monton de papeluchos donde la virtuosa Judith, 
hundida basta la cintura, registra con ardor; 
“no léjos de ella, mistress Smallweed, sentada 
'en el suelo, desaparece bajo un monton de 
papeles que probablemente le ha lanzado á 
la cabeza su afectuoso marido; todos los indi- 
viduos de la familia, sin exceptuar á Bartoli- 
lo, están cubiertos de un polvo negro que les 
da cierto aspecto infernal en relacion con el 
“sitio en que se encuentran, mas sucio, mas 
revuelto que nunca y que lleva aun las hue- 
llas fúnebres que dejó el difunto. : 
—¡Ah! ¡ah! dice el abuelo Smallweed al 
“ver entrar álos dos amigos, cuya llegada sus- 
pende las pesquisas de Judith. ¡Cómo estais, 
caballero, cómo estais? ¡Venís á buscar vues- 
“tros efectos, señor Weevle? Nos hubiéramos 
“visto precisados á venderlos para cobrarnos el 
“alquiler si hubierais tardado mucho. Me alegre 
-mucho de veros, caballero, me alegro mucho, 
Y. VIA. 
-M. Weevle da las gracias á M. Smallweed 
y mira en torno suyo , y los ojos de M. Gup- 
py siguen la mirada de M. Weevle, que vuel- 
ve á su punto de partida sin haber descubier- 
to nada. Los ojos de M. Guppy hacen lo mis- 
mo y encuentran los de M. Smallweed. 
—i¡ Cómo estais ? repite el viejo; ¡ cómo... 
Se para bruscamente como una caja de mú- 
sica cuyo resorte necesita recomposicion. 
Un silencio profundo sueede á las palabras 
automáticas del avaro, y M. Guppy da un 
salto al ver delante de élá M. Tulkinghorn, 
impasible en la sombra y con los brazos cru- 
zados. 
—Este 'caballero tiene la bondad de ayu- 
darme como consejero legal , dice M, Small- 
weed para responder á la sorpresa que mani - 
fiesta M. Guppy. Es verdad, añade, que no 
soy digno de tener por consejero un jurista 
tan importante, pero es tan bueno este caba-* 
llero | 
M. Guppy toca con el codo á M, Weevle 
para advertirle que mire segunda vez en tor- 
mo del aposento, y saluda á M. Tulkinghorn 
que hace un ligero ademan de cabeza. El emi- 
nente jurista tiene el aspecto de ser completa- 
mente extraño á lo que pasa en torno suyo y 
de no excitar en él interés alguno. 
—Habreis encontrado muchas cosas en esta 
casa, señor Smallweed, hace obseryar M. 
Guppy. 
—Montones de papeles y trapos viejos, 
querido amigo, ebjetos sin «valor. Bartolillo, 
Judith y ye trabajamos para hacer inventario 
de lo que puede venderse, y no hemos en- 
contrado aun gran cosa , no hemos... 
El resorte está descompuesto y M, Small- 
weed se para. 
—No queremos estorbaros por mas tiempo, 
dice M. Weevle, y os pido permiso para 
subir al aposento que habitaba antes de la 
muerte de M. Krook. ' 
—Subid , amigo mio, id á donde gusteis, 
pensad que estais en vuestra propia casa. 
Al subir la escalera M. Guppy interroga 
con la mirada á M. Weevle que hace un ade- 
man negativo, 
Llegan al antiguo aposento de Tony que les 
parece horrible, Está aun la ceniza del fuego 
que encendieron en la chimenea durante 
aquella noche memorable , todo lo que tocan 
les inspira una repugnancia indecible , se dan 
prisa á empaquetar los pocos objetos que han 
venido á recoger, y hablan en voz baja, 
—¡ Ves allá... ese'gato' que acaba de én- 
trar 1 dice M. Weevle retrocediendo econ ter- 
ror, ' 
—Horrible animal en efecto , responde M. 
Guppy que se retira detrás de la silla. Small 
me ha contado que despues de haber estado 
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