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quilo y su paso es tan noble y firme como lo
ha sido siempre, “y
—¡Sois vos, lady Dedlock? dice el procu-
rador,
Milady se sienta en el sillon que hay cerca
de la mesa y mira fijamente á M. Tulkinghorn.
—¡ Por qué, le dice, les habeis contado mi
historia?
—Porque deseaba anunciaros que la sabia,
milady. y
—¡ Desde cuándo la sabeis?
—Hace mucho tiempo que la sospechaba,
pero sé sus detalles desde hace pocos dias.
Está en pié delante de ella, con una mano
apoyada en el respaldo del sillon y la otra en
su chaleco negro, y habla con extrema corte-
sanía; es el mismo hombre, frio y sombrío,
conservando siempre la misma distancia res-
petuosa, j
—¡ Habeis dicho la verdad relativamente á
esa jóven?
M. Tulkinghorn inclina la cabeza hácia ade-
lante y manifiesta no entender la pregunta que
se le dirige.
—¡¿Recordais vuestras palabras1 prosigue
milady. ¿Es cierto que su familia sabe tam-
bien mi historia? ¡que todo el mundo habla de
ella? ¿que se escribe con carbon en las pare-
des y se pregona por las calles?
La cólera, el temor y el baldon están á un
tiempo en lucha en su corazon.
Pero ¡qué poder tiene esta mujer, piensa
M. Tulkinghorn, para dominar la rabia de
esas pasiones desencadenadas ?
—No, milady, contesta frunciendo las ce-
jas de una manera imperceptible bajo la mi-
rada que encuentra; no es mas que una hi-
pótesis, pero que seria una realidad si los
padres de esa jóven supieran... lo que sabe-
mos.
—¡Es decir que no saben nada aun!
—No, milady.
—¿Puedo poner en seguridad á la pobre
niña antes que lo sepan?
—No lo sé, milady, no podria contestarog.
La fuerza de esta mujer es en verdad sor-
_ prendente, piensa M, Tulkinghorn que sigue
todos los movimientos de su victima con cu-
viosidad.
—Voy á ver si consigo explicarme con mas
_ claridad , dice; no discuto vuestra hipótesis,
la admito. Comprendi cuando oí 4 M. Roun-
cewell que si hubiera sabido la verdad sobre
mi historia, habria considerado á la pobre ni-
ña deshonrada con mi distinguida proteccion;
. pero me intereso... 6 mas bien, porque ya no
pertenezco á esta casa, me interesada por ella,
y si respetais aun bastante la mujer que teneis
4 vuestros piés, para recordaros el interés que
LA CASA
se tomaba por esa jóven, os quedará agrade=-
cida.
M. Tulkinghorn, que escucha con atencioD y:
rechaza con un ademan las palabras de mila--
dy no creyéndolas fundadas.
—Me babeis preparado á la deshonra que”
me espera, prosigue milady, y os doy las-
gracias, ¡Teneis que pedirme alguna cosa ?
¿Qué os proponeis? ¿Puedo evitar á mi espo-
so algun tormento y librarle de alguna difi-
cultad judicial garantizando con mis propias:
confesiones la exactitud de vuestro descubri-
miento? Dictadme; estoy pronta á escribir lo-
que querais. :
¿Lo haria sin embargo? piensa el procura-
dor al ver la firmeza con que milady toma la:
pluma. .
—Lady Dedlock, tened piedad de vos mis-
. ma.
—No necesito la piedad de los demás ni la--
mia , señor Tulkinghorn; no me hareis mas-
raal del que me habeis hecho, Continuad, Ca-
ballero, haced todo lo que os habeis pro-
puesto.
El cielo está matizado de estrellas cuya pa-
cífica mirada desciende hasta ellos ; la noche-
es serena, todo descansa, los bosques duermen»
á la claridad de la luna, y la vieja quinta es-
tá tranquila como la tumba.
¡La tumba! ¡En dónde está el sepulturero-
destinado á enterrar ese secreto con todos los
que guarda el pecho de M. Tulkinghorn 1 ¡No
existe aun? ¡No se ha forjado aun su azadon2
Preguntas extrañas sin duda, pero menos.
extrañas quizás bajo la mirada de las estrellas.
en una hermosa noche de verano.
—No hablo de pesares y remordimientos,
de ninguno de mis sentimientos , continua la-
dy Dedlock ; si no fuera muda bajo este pun-
to, vos seriais sordo. No hablemos de eso; nO-
es propio para vuestros oidos.
El procurador hace ver que quiere protes-
tar, pero ella le contiene con ademan desde-
ñoso, :
' —He de deciros que mis joyas están en su:
lugar acostumbrado, asi como mis vestidos,
mis encajes y todo lo que me ha pertenecido;
solo llevo conmigo una corta cantidad de di-
nero. Me he puesto unos vestidos que no son:
mios para evitar que me conozcan, y parto»
de esta casa á donde no volveré mas. Hacedio
saber ; es lo único que os pido.
—Perdonad, milady, pere creo que nO 06
he entendido. ]
—Que parto ahora mismo, y nadie volverá. .
Á verme jamás,
Y se levanta, pero él, impasible y sin cam--
biar de actitud, hace un signo negativo.
—¡ Que no parta? dice milady.
—No, respende M. Tulkinghorn.