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«prosigue M. Tulkinghorn poniéndose los guan-
“tes en el bolsillo, que la mayor parte de los
hombres obrarian con prudencia permane-
" «ciendo solteros, porque el matrimonio es en
«el fondo la causa principal de sus disgustos.
Asi lo creia ya cuando se casó sir Dedlock y
lo creo aun en el dia. Pero volvamos á nues-
tro negocio. Las circunstancias decidirán de
«mi conducta, y en cuanto á yos, milady , os
«+Ssuplicaré que hagais lo que habeis hecho siem-
pre, y que os dejeis llevar por vuestras pro-
pias inspiraciones,
_ —¡Se ha de arrastrar pues mi vida dia por
dia segun vuestro capricho? pregunta sin vol-
«ver la cabeza.
—Mucho lo temo, lady Dedlock,
—¡ Creeis que es necesario mi martirio ?
—Esto y seguro de las cosas que recomiendo.
- —¡ He de continuar en este brillante teatro
«donde he hecho durante tanto tiempo un mi-
«serable papel, únicamente para que se des-
morone todo cuando se os antoje?
—No sin que os avise antes, lady Dedlock;
«no haré nada sin avisaros.
—(¿Nos veremos como antes?
—Del mismo modo.
—¡ Y habré de guardar mi secreto como lo
“hago hace tantos años !
—No hubiera vuelto á tocar ese punto, pe-
ro me permitireis que os diga, milady, que
vuestro secreto no es mas pesado de lo que
«era antes, y que las cosas quedan en el mis-
mo estado. Es verdad que sé lo que he igno-
«rado durante mucho tiempo, pero no creo que
hayamos tenido nunca gran confianza uno de
«OtrO.
Milady , que ha hecho todas estas pregun-
tas como en sueños , permanece algunos ins-
«tantes silenciosa, y pregunta á M. Tulkin-
ghorn si tiene que decirle alguna otra cosa.
—Tendria un placer , responde el procura-
«dor frotándose las manos , en que me asegu-
«rarajs que aceptais mi arreglo.
—Os lo aseguro , caballero,
—Muy bien; terminaró pues repitiendo que
«lo único que tendré en cuenta en el caso de
«verme obligado á enterar á sir Leicester será
el honor del baron y el de la familia. Hubiera
tenido una satisfaccion en poder tumar igual-
mente en consideracion los intereses de Vues-
tra Señoría , pero desgraciadamente es impo-
«sible. :
—Podré, caballero, dar testimonio de vues-
tra adhesion y fidelidad.
Milady permanece inmóvil durante algunos
.momenio, y despues se vuelve y cruza el
.aposento con la. gracia majestuosa que no la
«abandona nunca. :
M. Tulkinghorn le abre la puerta del mismo
«modo que lo hubiera hecho diez años atrás ,
LA CASA
y se inclina hasta el suelo cuando pasa po
delante de él.
Una mirada extraña contesta en la oscuri-
dad al saludo del procurador; la puerta se
cierra, y M. Tulkirghorn dice para sl :
—Gran firmeza de caracter ha de tener esta
mujer cuando ha sabido dominarse de ese
modo.
Pensaria otra cosa si la viera recorrer to-
das las salas de su habitacion con el cabello
suelto, las manos crispadas detrás de la cabe-
za y el rostro desfigurado por el dolor; es-
pecialmente si pudiera saber que andará has-
ta el amanecer sin interrupcion y sin fatiga,
seguida del paso fiel que resuena en el paseo
del Fantasma.
Pero el procurador cierra el balcon, corre
la cortina y se duerme, y á la luz pálida que
reemplaza las estrellas y penetra en su cuarto
parece bastante viejo para que el sepulturero
avisado tome el azadon y vaya á abrir su tum-
ba.
Esta luz pálida que le alumbra se insinua
en la quinta donde todo el mundo sueña aun;
donde sir Dedlock , en un acceso de majes-
tuosa condescendencia, está dispuesto á per-
donar al país arrepentido, y los primos á
aceptar empleos públicos, principalmente los
que proporcionan crecidas subvenciones; don-
de la casta Volumnia lleva una hacienda de
mas de cincuenta mil libras á un general feo
cuyos dientes postizos parecen teclas de piano
y que es hace mucho tiempo la admiracion de
Bath y el terror de otros sitios de recreo;
donde las buhardillas, las caballerizas y los
patios son teatro de sueños de ambicion mas
modestos, pues solo se desea la felicidad de
un pabellon de guarda-bosque ó los lazos de
matrimonio'con John ó con Betty.
Los John y las Betty , los vapores matuti-
nos , las hojas y las flores, las aves y los in-
sectos, los jardineros, la yerba de los bos-
ques , el terciopelo de las praderas y la llama
del hogar de la cocina, cuyo humo se eleva y
se arremolina en el aire, y finalmente las
chimeneas y las ventanas proclaman alegre-
mente á lo léjos que sir Leicester y lady Ded-
lock están en la quinta y que se hallará hos-
pitalidad en esta venturosa morada,
CAPÍTULO XLII.
En casa de M. Tulkinghorn.
El procurador se aleja de las verdes ondu-
laciones de las grandes encinas para ir $ re-
crearse con-el calor nauseabundo y el polyo
de Lincoln's Inn. ba