bondadoso, evitando ese aire de proteccion,
de condescendencia 6 hasta de puerilidad que
ciertas personas creen que deben tomar con
ellos , le conquista inmediatamente la confian-
za de aquella mujer.
—Dejadme ver lo que teneis en la frente,
le dice, No temais, no os hare mal; soy mé-
dico. Habeis recibido un golpe, pobre mujer,
y la piel está profundamente herida, ¡Sentís
mucho dolor ?
—Bastante , respondió enjugéndose una lá-
grima,
—Permitid que os cure. No temais; mi pa-
ñuelo no puede heriros.
—Lo ereo, buen caballero.
—;¡ Es ladrillero vuestro marido ? dice sa-
cando una caja de instrumentos del bolsillo y
procediendo 4 la curacion de la herida.
presa.
—El color de la tierra que cubre vuestro
vestido lo indica ; sé además que los ladrille-
ros van de un punto á otro en busca de tra-
' bajo y que son en general bastante crueles
con sus mujeres.
La pobre criatura levanta los ojos como
para protestar contra aquel aserto y manifes-
tar que no es su marido quien la ha maltra-
tado.
—¿En dónde está ahora? pregunta M.
Woodcourt.
—Se hizo prender ayer noche únicamente
por veinte y cuatro horas y debe venir á bus-
carme en la casa donde voy á aguardarle.
—Es muy probable que lo tengan en la
cárcel mas tiempo si continua maltratándoos
de esta suerte , pero vos le perdonais, pobre
mujer , y no diré una palabra mas sino que
hubiera querido que fuese digno de vuestra
bondad. ¡ Teneis hijos ?
—No, señor, pero Elisa tiene uno y le amo
- Como si fuera mio.
—;¡ Vivis léjos de aquí? pregunta el doctor
despues de terminar la cura.
— Vivimos en San Alban á veinte y dos $
veinte y tres millas de Londres. ¡Habeis esta-
do en ese país?
—He oido hablar mucho de él. Pero ¡te-
neis dinero para pagar al hospedaje !
—$Sí, señor.
Le enseña efectivamente algunas monedas y
le da las gracias por su atencion.
El doctor le contesta que tiene un placer
en haber podido serle útil, y se aleja dándo-
le Jos buenos dias. ,
- Tom-all-alone's continua profundamente
dormido.
Pero no; alguna cosa se mueve, Al volver
há cia el sitio desde donde habia descubierto á
Juana , Allan Woodcourt ye venir un indivi-
—;¡ Cómo sabeis eso? dice la mujer consor>.
LÚGUBRE. 4 389
duo cubierto de harapos que-se arrastra á lo
largo de la pared , con las manos extendidas
y mirando en torno suyo Como si temiese que
alguno le conozca. :
Es un jóven, casi un niño, Su rostro está
excesivamente flaco, y sus ojos, hundidos por
la ficbre y el hambre, tienen un brillo singu-
lar. : E
Está tan ocupado en deslizarse con sigilo á
lo largo de la pared que ni siquiera le detiene
la aparicion de un caballero en Tom-all -alo-
ne's; se tapa la cara con los harapos de la
manga, y pasa á la acera opuesta de la calle
fangosa, por donde continua arrastrándose
con inquietud. Sus vestidos, cuya forma pri-
mitiva seria imposible reconocer, cuelgan á
pedazos en torno suyo como un paquete de
hojas secas y podridas en el fondo de algun
pántano
M. Woodcourt le mira y cree haber visto,
aquella cara. No puede decir en dónde , pero
indudablemente ha visto 4 aquel desgraciado
en alguna parte, tal vez en el hospital Ó un
establecimiento de refugio.
Mientras trata de reunir sus recuerdos
asombrándose de la insistencia con que desea
averiguar un hecho de tan escasa importan -
cia, oye detrás de él pasos precipitados, se
vuelve y ve al pobre muchacho huyendo ,
perseguido por la mujer del ladrillero que
grita: * E
-.—¡ Detenedle , señor, detenedle !
El doctor, creyendo que el muchacho ha
robado 4 la pobre mujer el dinero Ó ei pa
quete,.se coloca delante del fugitivo para
cerrarle el paso, pero este se inclina y es-
capa, E
Allan echa á correr, y va á alcanzarle eun -
do un nuevo ardid salya otra vez al fugitivo.
La lucha continua, y diez veces está el
doctor á punto de apoderarse del desgracia-
do, que consigue siempre huir, cuando , aco-
sado en un callejon sin salida , el pobre mu-
chacho se cae al pié de una vieja pared de
tablas podridas, y mira temblando y sin alien-
to á su perseguidor. - AE :
—¡Por fin te encuentro, desgraciado Jo!
exclama la mujer del ladvillero cas sin aliento.
—¡Jo! repite M. Woodcourt mirárdole
con atencion. ¡Jo! Es efectivamente el mu-
chacho que ví en la sumaria de las «frmas de
Apolo. E
—Es cierto que os ví en la sumaria , bal-
“bucea el pobre muchacho, ¿Qué quereis ha-
cer de un miserable como yo? ¿No soy bastan-
te desgraciado ! ¡ Qué quercis que haga! Me
han arrojado de todas partes, unos despues
de otros, y estoy tan cansado que no tengo
mas que la piel y los huesos. ¡La sumaria !
¡ Y qué me importaba á mí la sumaria ? Yo