Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
  
  
  
bondadoso, evitando ese aire de proteccion, 
de condescendencia 6 hasta de puerilidad que 
ciertas personas creen que deben tomar con 
ellos , le conquista inmediatamente la confian- 
za de aquella mujer. 
—Dejadme ver lo que teneis en la frente, 
le dice, No temais, no os hare mal; soy mé- 
dico. Habeis recibido un golpe, pobre mujer, 
y la piel está profundamente herida, ¡Sentís 
mucho dolor ? 
—Bastante , respondió enjugéndose una lá- 
grima, 
—Permitid que os cure. No temais; mi pa- 
ñuelo no puede heriros. 
—Lo ereo, buen caballero. 
—;¡ Es ladrillero vuestro marido ? dice sa- 
cando una caja de instrumentos del bolsillo y 
procediendo 4 la curacion de la herida. 
presa. 
—El color de la tierra que cubre vuestro 
vestido lo indica ; sé además que los ladrille- 
ros van de un punto á otro en busca de tra- 
' bajo y que son en general bastante crueles 
con sus mujeres. 
La pobre criatura levanta los ojos como 
para protestar contra aquel aserto y manifes- 
tar que no es su marido quien la ha maltra- 
tado. 
—¿En dónde está ahora? pregunta M. 
Woodcourt. 
—Se hizo prender ayer noche únicamente 
por veinte y cuatro horas y debe venir á bus- 
carme en la casa donde voy á aguardarle. 
—Es muy probable que lo tengan en la 
cárcel mas tiempo si continua maltratándoos 
de esta suerte , pero vos le perdonais, pobre 
mujer , y no diré una palabra mas sino que 
hubiera querido que fuese digno de vuestra 
bondad. ¡ Teneis hijos ? 
—No, señor, pero Elisa tiene uno y le amo 
- Como si fuera mio. 
—;¡ Vivis léjos de aquí? pregunta el doctor 
despues de terminar la cura. 
— Vivimos en San Alban á veinte y dos $ 
veinte y tres millas de Londres. ¡Habeis esta- 
do en ese país? 
—He oido hablar mucho de él. Pero ¡te- 
neis dinero para pagar al hospedaje ! 
—$Sí, señor. 
Le enseña efectivamente algunas monedas y 
le da las gracias por su atencion. 
El doctor le contesta que tiene un placer 
en haber podido serle útil, y se aleja dándo- 
le Jos buenos dias. , 
- Tom-all-alone's continua profundamente 
dormido. 
Pero no; alguna cosa se mueve, Al volver 
há cia el sitio desde donde habia descubierto á 
Juana , Allan Woodcourt ye venir un indivi- 
—;¡ Cómo sabeis eso? dice la mujer consor>. 
LÚGUBRE. 4 389 
duo cubierto de harapos que-se arrastra á lo 
largo de la pared , con las manos extendidas 
y mirando en torno suyo Como si temiese que 
alguno le conozca. : 
Es un jóven, casi un niño, Su rostro está 
excesivamente flaco, y sus ojos, hundidos por 
la ficbre y el hambre, tienen un brillo singu- 
lar. : E 
Está tan ocupado en deslizarse con sigilo á 
lo largo de la pared que ni siquiera le detiene 
la aparicion de un caballero en Tom-all -alo- 
ne's; se tapa la cara con los harapos de la 
manga, y pasa á la acera opuesta de la calle 
fangosa, por donde continua arrastrándose 
con inquietud. Sus vestidos, cuya forma pri- 
mitiva seria imposible reconocer, cuelgan á 
pedazos en torno suyo como un paquete de 
hojas secas y podridas en el fondo de algun 
pántano 
M. Woodcourt le mira y cree haber visto, 
aquella cara. No puede decir en dónde , pero 
indudablemente ha visto 4 aquel desgraciado 
en alguna parte, tal vez en el hospital Ó un 
establecimiento de refugio. 
Mientras trata de reunir sus recuerdos 
asombrándose de la insistencia con que desea 
averiguar un hecho de tan escasa importan - 
cia, oye detrás de él pasos precipitados, se 
vuelve y ve al pobre muchacho huyendo , 
perseguido por la mujer del ladrillero que 
grita: * E 
-.—¡ Detenedle , señor, detenedle ! 
El doctor, creyendo que el muchacho ha 
robado 4 la pobre mujer el dinero Ó ei pa 
quete,.se coloca delante del fugitivo para 
cerrarle el paso, pero este se inclina y es- 
capa, E 
Allan echa á correr, y va á alcanzarle eun - 
do un nuevo ardid salya otra vez al fugitivo. 
La lucha continua, y diez veces está el 
doctor á punto de apoderarse del desgracia- 
do, que consigue siempre huir, cuando , aco- 
sado en un callejon sin salida , el pobre mu- 
chacho se cae al pié de una vieja pared de 
tablas podridas, y mira temblando y sin alien- 
to á su perseguidor. - AE : 
—¡Por fin te encuentro, desgraciado Jo! 
exclama la mujer del ladvillero cas sin aliento. 
—¡Jo! repite M. Woodcourt mirárdole 
con atencion. ¡Jo! Es efectivamente el mu- 
chacho que ví en la sumaria de las «frmas de 
Apolo. E 
—Es cierto que os ví en la sumaria , bal- 
“bucea el pobre muchacho, ¿Qué quereis ha- 
cer de un miserable como yo? ¿No soy bastan- 
te desgraciado ! ¡ Qué quercis que haga! Me 
han arrojado de todas partes, unos despues 
de otros, y estoy tan cansado que no tengo 
mas que la piel y los huesos. ¡La sumaria ! 
¡ Y qué me importaba á mí la sumaria ? Yo 
  
  
  
  
  
 
	        
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