Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
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«rido doctor , que seria una desgracia ridícula 
-despues de haber esperado tantos años. 
M. Woodcourt sale con ella para ir á bus- 
-car algunos cordiales que hace preparar en su 
presencia, y vuelve muy pronto á la sala de 
.armas donde encuentra á M. Georges paseán- 
dose de un extremo á otro. 
—Me ha parecido comprender , le dice el 
maestro de armas, que conoceis mucho á miss 
*Summerson. 
—Sí, señor, 
—¡ Sois pariente suyo tal vez? 
—No. 
—Perdonad, caballero, mi indiserecion 
-aparente , pero he creido que el interés que 
-os tomais por ese desgraciado procedia tal vez 
-de la compasion que miss Summerson le habia 
manifestado. Por otra parte, participo del 
mismo sentimiento, 
—Y yo tambien, señor Georges. 
El sargento dirige una mirada oblicua al 
«rostro atezado del doctor , le examina rápida- 
«mente de piés á cabeza, y parece satisfecho 
de su examen. 
—Durante vuestra ausencia, dice, pensa - 
“ba en la historia de ese pobre muchacho y 
estoy persuadido de que conozco la casa á 
.donde le condujo Bucket. No ha podido deci - 
ros el nombre de ese individuo, pero no pue- 
de ser otro que M. Tulkinghorn, y hasta po- 
-«dria decir que estoy seguro de ello. 
—¡ Tulkinghorn 7 repite M. Woodcourt in- 
terrogándole con la mirada, 
—Si, señor; conozco á ese hombre, y sé 
que estaba en relaciones con Bucket con mo- 
tivo de un desgraciado que le habia dicho al - 
¿gunas verdades amargas. 
-—¿ Qué hombre es ese ? 
—¡ En cuanto á su físico ! 
-—Le conozco de vista; quiero decir en 
«cuanto á su moral. , 
-- Os voy á contestar francamente, dice el 
“maestro de armas á quien la cólera hace su- 
bir la sangre al rostro; es un hombre de la 
indole mas maligna, Un sér extraño, tan in- 
“sensible como un fusil viejo, un verdugo sin 
entrañas. ¡Por S. Jorge! Ese hombre me ha 
causado mas inquietudes, mas penas y mas 
«disgustos que todos los demás juntos, 
—Siento , dice Allan, haber puesto el dedo 
en una llaga tan dolorosa. 
—No es culpa vuestra, caballero; pero vais 
á juzgar vos mismo. Ese hombre me puede 
arrojar á la“calle de un momento á otro; el 
miserable se ha proporcionado los medios, y 
-se vale de ellos para hostigarme continuamen- 
te. Es imposible verle y explicarse con él; . 
cuando tengo que hacer algun pago y pedirle 
6 decirle alguna cosa, se comunica eccnmigo 
por medio de cierto Melquisedec ú otro emi- 
ni 
—— 
LA CASA 
sario de la misma clase, y no hago mas que 
ir y venir de mi puerta á la suya, donde me 
tiene con el pico en el agua como si fuera de 
la misma estofa que él. ¿ Y sabeis por qué? 
Por el gusto de irritarme, de atormentarme. 
Pero... dejémosle en paz! Perdonad si me 
exalto, señor Woodcourt. Al fin y al cabo es 
un anciano, y lo único que puedo decir es 
que tiene suerte de que no lo haya encontra - 
do nunca en algun campo de batalla, porque 
me acosa de tal modo y me apura tanto la pa- 
ciencia... que no sé cómo Dios detiene mi 
mano, 
M. Georges está tan excitado, que se en- 
juga la cara con la manga , y al mismo tien - 
po que silba el God save the queen para des- 
vanecer el mal humor, no consigue reprimir 
ciertos movimientos de la cabeza y del pecho, 
sin hablar del cuello de la camisa que des- 
abotona de vez en cuando como si temiera aho- 
garse. . 
El doctor no duda de lo que hubiera sucte- 
dido si M. Georges y M. Tulkinghorn se hu- 
bieran encontrado en algun campo de batalla, 
Fil vuelve con Jo y le conduce á su colchon 
donde le ayuda á acostarse, 
Recibe entonces las instrucciones del doctor 
que , despues de administrar algunas gotas de 
un elixir al enfermo , se vuelve á su casa, se 
viste de prisa, almuerza y va é visitar á M. 
Jarudyce para darle parte de su descubri- 
miento. E 
M. Jarudyce le acompaña inmediatamente 
á casa de M. Georges, diciéndole que hay 
graves motivos para que esta aventura, en la 
cual se toma mucho interés, quede tan secre- 
ta como sea posible. 
Jo repite á M. Jarudyce todo lo que ha di- 
cho al doctor sin variar una silaba, con la 
única diferencia de que el carro que le pa- 
recia ya tan pesado por la mañana, es aun 
mas pesado y hace un ruido mas cavernoso. 
—Dejadme aqui, no me arrojeis, balbucea 
el pobre Jo. ¡Me hariais el favor, si pasais 
por la calle que tenia costumbre de barrer, 
de decir 4 M. Suagsby que Jo, á quien cono- 
ció en otro tiempo, no se para un momento 
en ninguna parte como le han mandado, y 
que le está muy agradecido de la bondad con 
que ha tratado siempre á este miserable * 
Jo habla tantas veces del almacenista de 
papel que el doctor, despues de consultar 
con M. Jarudyce, se decide 4 ir á ver á M. 
Suagsby. ; 
En el momento en que llega á la tienda, 
M. Suagsby está detrás del mostrador con su 
levita parda , sus mangas de lustrina , y co- 
lecciona varios contratos escritos en pergamino 
que acaba de traerle su dependiente. Deja la 
pluma y saluda al desconocido con la tos pre- 
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