Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
  
DA 
alguna: en adelante todo ha acabado entre 
nosotras. ' S 
Al salir de su estancia algun tiempo des- 
pues milady parece mas glacial, mas altiva 
que nunca, y tan indiferente 4 todo como si 
la pasion, la ternura, la piedad hubiesen des- 
aparecido de la faz de la tierra con los otros | 
monstruos antidiluyianos. M. Rouncewell está 
en el salon, y para recibirle ha dejado su apo-. 
sento ; pero antes de ver al maestro herrero, 
quiere hablar con sir Leicester y se encamina 
á la biblioteca. 
—Sir Leicester, quisiera deciros algunas 
palabras... pero si estais ocupado... 
—No, no, no es cosa; estaba aquí con Tul- 
kinghorn... 
¡ Siempre él! ni un minuto de seguridad, 
ni un instante de reposo. . 
_—Perdon, lady Dedlock; permitid que me 
retire. 
—No es necesario, dice milady tomando 
una silla, ; 
El procurador le presenta un sillon saludán- 
dola profundamente, y se aparta y se coloca 
en el hueco de una ventana; allí, interpuesto 
entre milady y los postreros rayos del sol po - 
niente, la envuelve en sombra y esparce la 
oscuridad á su alrededor; del mismo modo 
hace sombrios todos los dias de aquella exis- 
tencia. 
La calle á que da la ventana cerca de la 
cual está M. Tulkinghorn es triste y poco con- 
currida ; compónenla dos filas de casas que se 
miran entre sí con aire tan glacial que parecen 
petrificadas de espanto y todas de una pieza, 
mas que edificadas en su orígen con las piedras 
aisladas que las componen ; y vastos palacios 
de severidad terrible cuyas puertas, en la re- 
pulsion que les inspiran el movimiento y la vi- 
da , ostentan con sombrio-orgullo , el negro 
color de su madera y el polvo que las cubre, 
y cuyas caballerizas, de aspecto frio y pesado, 
parecen haber sido construidas para abrigar 
los caballos de piedra de las nobles estatuas 
que adornan el vestíbulo. En aquella solemne 
y silenciosa calle los trabajados pasamanos 
parecen entrelazarse UNOS CON otros , y en 
medio de ellos, apagadores (1) destinados á 
antorchas apagadas hace mucho tiempo, están 
como suspensos mirando el gas, ese advene- 
dizo de ayer; pequeños aros (21, al través de 
los cuales los muchachos aspiran á hacer pa- 
sar las gorras de sus camaradas (único uso 
  
(1) En ellos los lacayos al llegar á casa 
apagaban las antorchas con que venian alum - 
brando á. su amo. N. del T, 
(2) De ellos colgaba un farol, 
LA CASA 
que tienen en el dia) conservan su lugar en 
los mohosos edificios en memoria del aceite 
que ya no existe; pero ¡qué digo? tambien 
arde allí el aceite en alguna que otra ca- 
sa, en vasos absurdos, redondos cual una 
ostra, y parpadea sin gracia ante las luces mo- 
dernas, lo mismo que lo hace su orgulloso y 
atrasado dueño en la cámara de los lores. 
ASi, pues, pocos atractivos tiene la vista 
que á milady quita M. Tulkinghorn y sin en - 
bargo una mirada que dirige aquella á la ven- 
tana manifiesta que su mayor deseo seria ver 
desaparecer la sombria figura. 
Sir Leicester recuerda 4 milady las palabras 
que quiere decirle. 
—Casi nada; M. Rouncewell está abajo ; 
yo le he mandado á buscar, pues conviene 
terminar con él el asunto de esa jóven, que 
me cansa y aburre mortalmente. 
—i Y en qué puedo seros útil? pregunta 
sir Leicester con cierta vacilacion. 
— Desearia que M. Rouncewell viniera 
aquí; ¿ quereis que le hagan subir ? * 
—Señor Tulkinghorn, tened la bondad de 
llamar. Gracias, Decid al... señor de la her- 
rería que se sirva subir aqui, dijo á Mercurio 
sir Leicester no acordándose del nombre mer- 
cantil con que es designado el hijo de mistress 
Rouncewell, : 
Mercurio va en su busca, é introducido, 
hícele sir Leicester muy afable recibimiento. 
—Os veo bueno, señor Rouncewell, y me 
alegro ; sentaos. Milady quiere deciros algo, 
añade sir Leicester traspasando con solemne 
ademan la palabra á su esposa, 
—Oiré siempre con gusto lo que lady Ded- | 
lock se digne “decirme, contesta el maestro 
herrero. 
La impresion que milady le causa es menos 
agradable que la última vez que la habia vis - 
to : su actitud de indecible altivez forma á su 
alrededor una atmósfera de hielo, y nada en 
ella excita á la franqueza. 
—¡Me será lícito preguntaros, señor Roun- 
cewell, si se ha tratado entre vos y vuestro 
hijo del capricho que tuvo en otro tiempo? 
Milady, al decir esto, ni se tomaba la pena 
de mirar 4 su interlocutor. 
—A ser fiel mi memoria , lady Dedlock, os 
dije la otra vez que me cupo el honor de ve- 
ros que aconsejaria formalmente á mi hijo que 
diera al olyido ese... capricho, en 
—;¡Y lo habeis hecho así? 
- —Es claro que sí, milady. 
Sir Leicester inclinó la cabeza en señal de 
aprobacion ; el gentleman de la herreria ha- 
bia debido hacerlo, puesto quelo habia dicho; 
bajo este concepto no debía de existir dife: 
rencia alguna entre los metales viles y el pre- 
cioso de la aristocracia. 
  
 
	        
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