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alguna: en adelante todo ha acabado entre
nosotras. ' S
Al salir de su estancia algun tiempo des-
pues milady parece mas glacial, mas altiva
que nunca, y tan indiferente 4 todo como si
la pasion, la ternura, la piedad hubiesen des-
aparecido de la faz de la tierra con los otros |
monstruos antidiluyianos. M. Rouncewell está
en el salon, y para recibirle ha dejado su apo-.
sento ; pero antes de ver al maestro herrero,
quiere hablar con sir Leicester y se encamina
á la biblioteca.
—Sir Leicester, quisiera deciros algunas
palabras... pero si estais ocupado...
—No, no, no es cosa; estaba aquí con Tul-
kinghorn...
¡ Siempre él! ni un minuto de seguridad,
ni un instante de reposo. .
_—Perdon, lady Dedlock; permitid que me
retire.
—No es necesario, dice milady tomando
una silla, ;
El procurador le presenta un sillon saludán-
dola profundamente, y se aparta y se coloca
en el hueco de una ventana; allí, interpuesto
entre milady y los postreros rayos del sol po -
niente, la envuelve en sombra y esparce la
oscuridad á su alrededor; del mismo modo
hace sombrios todos los dias de aquella exis-
tencia.
La calle á que da la ventana cerca de la
cual está M. Tulkinghorn es triste y poco con-
currida ; compónenla dos filas de casas que se
miran entre sí con aire tan glacial que parecen
petrificadas de espanto y todas de una pieza,
mas que edificadas en su orígen con las piedras
aisladas que las componen ; y vastos palacios
de severidad terrible cuyas puertas, en la re-
pulsion que les inspiran el movimiento y la vi-
da , ostentan con sombrio-orgullo , el negro
color de su madera y el polvo que las cubre,
y cuyas caballerizas, de aspecto frio y pesado,
parecen haber sido construidas para abrigar
los caballos de piedra de las nobles estatuas
que adornan el vestíbulo. En aquella solemne
y silenciosa calle los trabajados pasamanos
parecen entrelazarse UNOS CON otros , y en
medio de ellos, apagadores (1) destinados á
antorchas apagadas hace mucho tiempo, están
como suspensos mirando el gas, ese advene-
dizo de ayer; pequeños aros (21, al través de
los cuales los muchachos aspiran á hacer pa-
sar las gorras de sus camaradas (único uso
(1) En ellos los lacayos al llegar á casa
apagaban las antorchas con que venian alum -
brando á. su amo. N. del T,
(2) De ellos colgaba un farol,
LA CASA
que tienen en el dia) conservan su lugar en
los mohosos edificios en memoria del aceite
que ya no existe; pero ¡qué digo? tambien
arde allí el aceite en alguna que otra ca-
sa, en vasos absurdos, redondos cual una
ostra, y parpadea sin gracia ante las luces mo-
dernas, lo mismo que lo hace su orgulloso y
atrasado dueño en la cámara de los lores.
ASi, pues, pocos atractivos tiene la vista
que á milady quita M. Tulkinghorn y sin en -
bargo una mirada que dirige aquella á la ven-
tana manifiesta que su mayor deseo seria ver
desaparecer la sombria figura.
Sir Leicester recuerda 4 milady las palabras
que quiere decirle.
—Casi nada; M. Rouncewell está abajo ;
yo le he mandado á buscar, pues conviene
terminar con él el asunto de esa jóven, que
me cansa y aburre mortalmente.
—i Y en qué puedo seros útil? pregunta
sir Leicester con cierta vacilacion.
— Desearia que M. Rouncewell viniera
aquí; ¿ quereis que le hagan subir ? *
—Señor Tulkinghorn, tened la bondad de
llamar. Gracias, Decid al... señor de la her-
rería que se sirva subir aqui, dijo á Mercurio
sir Leicester no acordándose del nombre mer-
cantil con que es designado el hijo de mistress
Rouncewell, :
Mercurio va en su busca, é introducido,
hícele sir Leicester muy afable recibimiento.
—Os veo bueno, señor Rouncewell, y me
alegro ; sentaos. Milady quiere deciros algo,
añade sir Leicester traspasando con solemne
ademan la palabra á su esposa,
—Oiré siempre con gusto lo que lady Ded- |
lock se digne “decirme, contesta el maestro
herrero.
La impresion que milady le causa es menos
agradable que la última vez que la habia vis -
to : su actitud de indecible altivez forma á su
alrededor una atmósfera de hielo, y nada en
ella excita á la franqueza.
—¡Me será lícito preguntaros, señor Roun-
cewell, si se ha tratado entre vos y vuestro
hijo del capricho que tuvo en otro tiempo?
Milady, al decir esto, ni se tomaba la pena
de mirar 4 su interlocutor.
—A ser fiel mi memoria , lady Dedlock, os
dije la otra vez que me cupo el honor de ve-
ros que aconsejaria formalmente á mi hijo que
diera al olyido ese... capricho, en
—;¡Y lo habeis hecho así?
- —Es claro que sí, milady.
Sir Leicester inclinó la cabeza en señal de
aprobacion ; el gentleman de la herreria ha-
bia debido hacerlo, puesto quelo habia dicho;
bajo este concepto no debía de existir dife:
rencia alguna entre los metales viles y el pre-
cioso de la aristocracia.