Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
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teria , y es claro que no puede exigirse de él 
que sin haberlo estudiado comprenda lo que 
-hay en ese laberinto, : 
Sus miradas se fijaron otra vez en los pa- 
peles, y entonces quedé sorprendida al verle 
macilento , con los ojos húmedos , los labios 
secos y las uñas roidas. : 
—¿0s parece si esta estancia es muy sana? 
le dije. 
— Querida Minerva , contestó con su anti- 
gua sonrisa, no estamos aquí en el campo, y 
este cuarto mio nada tiene de alegre ni se- 
ductor ; cuando desde aquí se entrevé el sol, 
ya puede decirse que luce y brilla en otras 
partes, mas no importa ; esto es lo que por 
ahora se necesita , en el centro de los nego- 
cios , junto á M. Wholes. 
—Quizás si mudarais de barrio... 
- — Me pondria mejor, continuó riendo tam- 
bien, pero esta vez con forzada risa; por des- 
gracia solo dos cosas pueden permitirme salir 
de aquí, el fin del litigio 6 el fin del litigan- 
te. Pero no temais, Eva; el litigio será lo pri- 
. mero que se acabe, pues creed que llevamos 
la cosa aprisa; no nos damos ni un instante 
de respiro ; preguntadlo sino á Wholes, hom- 
bre admirable que conoce todos los caminos, 
todas las sendas y las sigue sin parar, ¡Ah! 
ya despertaremos á esos dormilones , no lo 
dudeis. 
Desde hacia algun tiempo su esperanza me 
hacia mas daño que su desaliento ; habia en 
su resolucion de esperar á todo trance un no 
sé qué de amargo y violento, en su febril es- 
peranza habia tan profundo sentimiento de 
malestar, que me conmovia hasta lo vivo ; sin 
embargo nunca como entonces habia sido tan 
desgarradora la expresion de la lucha que 
sostenia nuestro amigo infeliz , y quedé per- 
suadida de que por mas que el pleito realiza - 
se sus mas brillantes ilusiones, su semblante 
habia de llevar hasta su muerte las huellas 
del desasosiego y de los desengaños padeci- 
dos. , 
—No podeis pensar, continuó Ricardo mi- 
rándome, cuánta alegría me causa vuestra 
viste ; vuestro rostro bondadoso siempre el 
mismo... 
—¡Oh! no, interrumpile sonriendo, 
— Siempre igual, repuso Ricardo, estre- 
chándome la mano, y con tanta exactitud me 
recuerda lo pasado que me seria imposible 
fingir cuando lo miro. Bien veis, querida Es- 
ter, que tengo muy buenas razones para es- 
perar; mas á pesar de todo, ¿por qué no de- 
ciroslo? momentos hay en que estoy próximo 
á la desesperacion : ¡me siento tan cansado ! 
exclamó dejando mi mano y levantándose. 
Varias veces recorrió la estancia de largo ú 
! LA CASA 
pero no ha profundizado como nosotros la ma- * 
largo, y dejándose caer en un sofá repitió con 
voz sombría : 
— ¡Estoy tan cansado 1 ¡es la mia tan lenta 
y trabajosa obra ! , q 
Eva se levantó á su vez, quitóse el som- 
brero y se arrodilló junto á Ricardo cuya ca- 
beza cubrió con su dorada cabellera como con 
un rayo de sol; abrazóle y volviendo hácia 
mí sus ojos en los que se leian el amor y la 
abnegacion, me dijo : 
— Ester, no pienses que me vaya contigo. 
Esto fué para mí un rayo de luz, 
—Me quedaré con mi amado esposo; esta- 
mos casados hace dos meses. 
Al decir esto apoyó su frente en el pecho 
de Ricardo, y en aquel instante pude contem- 
plar un cariño que solo la muerte podía ex- 
tinguir. Al 0008 
Ricardo fué el primero en romper el silen- 
cio. , 
— Eva, dijo, cuéntale como ha sucedido 
todo, 
Sin dejarla hablar la abracé y la cubri de 
besos. ¡Qué necesidad tenia de oirla ? 
— ¡Pobre amiga mia |! ¡ pobre niña ! excla- 
mé , pues mi primera expresion fué de lásti- 
ma á pesar de la amistad que por Ricardo 
sentia. 
—¡ Me perdonas, Ester? ¿erees que M. Ja 
rudyce me perdonará?. 
—Ponerlo en duda es ya agraviarle, le con- 
test; y en cuanto 4 mí ¡de qué he de per- 
donarte ? 
Enjugué sus lágrimas y me senté en el sofá 
entre ella y su marido. 
—Todo lo mio era de Ricardo , dijome Eva; 
pero como no queria aceptarlo, no me quedó 
otro medio que ser su esposa : ¿lo compren- 
des, Ester 1 y Z 
—Y como estabais tan ocupada, añadió Ri- 
cardo, imposible fué consultaros, Por otra 
parte, la cosa estuvo pronto hecha; salimos 
una mañana y todo quedó concluido. 
-—Si supierais las veces que he querido par- 
ticipároslo, dijo Eva; pero no sabia cómo ent- , 
pezar. Esto me daba mucha pena. 
Y sacando del pecho el anillo nupcial lo 
besó y lo puso en su dedo; acordéme enton- 
ces de lo que reservara la vispera, y dije £ 
Ricardo que desde su casamiento lo habia lle- 
vado Eva todas Jas noches cuando no habia 
junto á ella nadie que pudiese verla, Rubori- 
zada me preguntó mi amiga cómo lo habis 
adivinado y le contesté haber visto.que ocul- 
taba la. mano debajo de la almohada, y qu£ 
si bien no supe el motivo, ahora lo compren- 
dia perfectamente. Eva y Ricardo me lo con- 
-taron todo, y mientras hablaban me sentis 
triste y contenta á la vez; no sé cuál, de es- 
tos sentimientos dominaba 'enm mi corazol ; 
  
 
	        
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