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teria , y es claro que no puede exigirse de él
que sin haberlo estudiado comprenda lo que
-hay en ese laberinto, :
Sus miradas se fijaron otra vez en los pa-
peles, y entonces quedé sorprendida al verle
macilento , con los ojos húmedos , los labios
secos y las uñas roidas. :
—¿0s parece si esta estancia es muy sana?
le dije.
— Querida Minerva , contestó con su anti-
gua sonrisa, no estamos aquí en el campo, y
este cuarto mio nada tiene de alegre ni se-
ductor ; cuando desde aquí se entrevé el sol,
ya puede decirse que luce y brilla en otras
partes, mas no importa ; esto es lo que por
ahora se necesita , en el centro de los nego-
cios , junto á M. Wholes.
—Quizás si mudarais de barrio...
- — Me pondria mejor, continuó riendo tam-
bien, pero esta vez con forzada risa; por des-
gracia solo dos cosas pueden permitirme salir
de aquí, el fin del litigio 6 el fin del litigan-
te. Pero no temais, Eva; el litigio será lo pri-
. mero que se acabe, pues creed que llevamos
la cosa aprisa; no nos damos ni un instante
de respiro ; preguntadlo sino á Wholes, hom-
bre admirable que conoce todos los caminos,
todas las sendas y las sigue sin parar, ¡Ah!
ya despertaremos á esos dormilones , no lo
dudeis.
Desde hacia algun tiempo su esperanza me
hacia mas daño que su desaliento ; habia en
su resolucion de esperar á todo trance un no
sé qué de amargo y violento, en su febril es-
peranza habia tan profundo sentimiento de
malestar, que me conmovia hasta lo vivo ; sin
embargo nunca como entonces habia sido tan
desgarradora la expresion de la lucha que
sostenia nuestro amigo infeliz , y quedé per-
suadida de que por mas que el pleito realiza -
se sus mas brillantes ilusiones, su semblante
habia de llevar hasta su muerte las huellas
del desasosiego y de los desengaños padeci-
dos. ,
—No podeis pensar, continuó Ricardo mi-
rándome, cuánta alegría me causa vuestra
viste ; vuestro rostro bondadoso siempre el
mismo...
—¡Oh! no, interrumpile sonriendo,
— Siempre igual, repuso Ricardo, estre-
chándome la mano, y con tanta exactitud me
recuerda lo pasado que me seria imposible
fingir cuando lo miro. Bien veis, querida Es-
ter, que tengo muy buenas razones para es-
perar; mas á pesar de todo, ¿por qué no de-
ciroslo? momentos hay en que estoy próximo
á la desesperacion : ¡me siento tan cansado !
exclamó dejando mi mano y levantándose.
Varias veces recorrió la estancia de largo ú
! LA CASA
pero no ha profundizado como nosotros la ma- *
largo, y dejándose caer en un sofá repitió con
voz sombría :
— ¡Estoy tan cansado 1 ¡es la mia tan lenta
y trabajosa obra ! , q
Eva se levantó á su vez, quitóse el som-
brero y se arrodilló junto á Ricardo cuya ca-
beza cubrió con su dorada cabellera como con
un rayo de sol; abrazóle y volviendo hácia
mí sus ojos en los que se leian el amor y la
abnegacion, me dijo :
— Ester, no pienses que me vaya contigo.
Esto fué para mí un rayo de luz,
—Me quedaré con mi amado esposo; esta-
mos casados hace dos meses.
Al decir esto apoyó su frente en el pecho
de Ricardo, y en aquel instante pude contem-
plar un cariño que solo la muerte podía ex-
tinguir. Al 0008
Ricardo fué el primero en romper el silen-
cio. ,
— Eva, dijo, cuéntale como ha sucedido
todo,
Sin dejarla hablar la abracé y la cubri de
besos. ¡Qué necesidad tenia de oirla ?
— ¡Pobre amiga mia |! ¡ pobre niña ! excla-
mé , pues mi primera expresion fué de lásti-
ma á pesar de la amistad que por Ricardo
sentia.
—¡ Me perdonas, Ester? ¿erees que M. Ja
rudyce me perdonará?.
—Ponerlo en duda es ya agraviarle, le con-
test; y en cuanto 4 mí ¡de qué he de per-
donarte ?
Enjugué sus lágrimas y me senté en el sofá
entre ella y su marido.
—Todo lo mio era de Ricardo , dijome Eva;
pero como no queria aceptarlo, no me quedó
otro medio que ser su esposa : ¿lo compren-
des, Ester 1 y Z
—Y como estabais tan ocupada, añadió Ri-
cardo, imposible fué consultaros, Por otra
parte, la cosa estuvo pronto hecha; salimos
una mañana y todo quedó concluido.
-—Si supierais las veces que he querido par-
ticipároslo, dijo Eva; pero no sabia cómo ent- ,
pezar. Esto me daba mucha pena.
Y sacando del pecho el anillo nupcial lo
besó y lo puso en su dedo; acordéme enton-
ces de lo que reservara la vispera, y dije £
Ricardo que desde su casamiento lo habia lle-
vado Eva todas Jas noches cuando no habia
junto á ella nadie que pudiese verla, Rubori-
zada me preguntó mi amiga cómo lo habis
adivinado y le contesté haber visto.que ocul-
taba la. mano debajo de la almohada, y qu£
si bien no supe el motivo, ahora lo compren-
dia perfectamente. Eva y Ricardo me lo con-
-taron todo, y mientras hablaban me sentis
triste y contenta á la vez; no sé cuál, de es-
tos sentimientos dominaba 'enm mi corazol ;