Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
406 E / LA CASA 
pasado hora que no le haya bendecido; me 
ha querido siempre tanto , es tan bueno | Te- 
nia sí el alma ardiente, aventurera, y se hizo . 
CAPÍTULO LV. 
La fuga. 
. El inspector de policia M. Bucket no ha 
dado aun el golpe supremo cuyos pormenores 
hemos referido en el capitulo anterior; aun 
está preparándose para la fatigosa jornada del 
dia siguiente por medio de un sueño repara- 
dor, cuando, mientras él duerme , una silla 
de posta, procedente del Lincolnshire, se di- 
rige á Londres á pesar del viento glacial que 
por la carretera sopla. No existian aun los 
caminos de hierro en aquella direccion que 
debian en breve surcar con sus rayos y hu- 
mareda ; se habian empezado los preparativos 
y tomado las medidas; estaban clavados los 
jalones ; las pilas de los puentes y viaductos 
se miraban tristemente como parejas infortu- 
nadas á cuya union se oponen obstáculos has- 
ta. entonces invencibles ; los carros y carreto- 
_nes precipitaban torrentes de tierra y piedras 
'enlos valles medio rellenados; puntiagudas es- 
tacas se elevaban en el lugar donde el rumor 
público anunciaba un túnel: todo estaba 
trastornado, removido, fuera de lugar; era 
aquello la imágen del caos; mas la silla de 
posta corria al través de la helada oscuridad 
sin curarse poco ni mucho de los caminos de 
hierro. 
Ocupan el coche mistress Rouncewell, la. 
digna ama de llaves de Chesney-Wold, y mis- 
tress Baquet, esta con su pañolon y su para- 
guas. La mujer del artillero habria preferido 
el pescante como sitio mas ventilado y con- 
forme á su modo habitual de viajar; pero su 
compañera se interesa mucho por ella para 
consentirlo; en efecto, mistreszs Rouncewell 
rio sabe cómo manifestar á la esposa de Lig- 
num su agradecimiento, y lleva á los labios 
su arrugada mano sin observar que el cutis 
dista mucho de la finura del raso. 
 —Una buena madre como vos, dice, se ne- 
cesitaba para dar con la madre de mi Geor- 
ges. 
—Esto depende , señora, contesta mistress 
Baquet, de que conmigo ha'sido siempre mas 
franco que con los demás ; y cuando una tar- 
de le oí decir á mi Woolwich que entre to- 
dos sus pensamientos, no habria otro que mas 
le consolara que el de no haber puesto una 
arruga en la frente de su madre, el corazon 
me dijo que aquel dia os habia visto 6 tenido 
noticias vuestras , pues otras veces le oí de- 
cir que no se habia portado bien con vos. 
—¡Ah! no es cierto, exclama mistress 
Rouncewell prorumpiendo en llanto, no ha 
soldado ; esperando ascender no nos escribió, 
asi me consta, señora; y luego viendo que 
no alcanzaba la charretera se creyó deshon- 
rado y no quiso avergonzarnos. ¡Ab! ya de 
pequeño tenia corazon de leon. 
Y las manos de la anciana tiemblan mani- 
festando la emocion de su pecho al referir 
cuán amable, alegre y decidor era Georges ; 
dice que todos en Chesney-Wold le querian, 
que era el predilecto de sir Leicester, que 
log perros se deshacian por él en caricias , y 
que luego de haber partido no hubo nadie 
que le conservara ni asomo de rencor. 
—¡ Pobre Georges! añade, pensar que está 
ahora preso y que he de volverle á ver en la 
cárcel | 
La anciana inclina la frente bajo el peso de 
su afliccion. 
Con el instinto de los buenos corazones, 
mistress Baquet deja llorar á su compañera 
por algunos instantes, no sin enjugar sus pro- 
pias lágrimas con su curtida mano , y cuendo 
mira disminuir el llanto de la pobre madre, 
comienza otra vez á charlar alegremente. 
—Aquella tarde, continua, Georges fumaba 
su pipa en la calle, y al irle á llamar para el 
té , le dije:—¿Qué os pasa ? Así en el ex- 
tranjero como aquí os he visto en muchos 
malos pasos , y nunca reparé en vos esa cara 
de penitente. -— Teneis razon , mistress Ba- 
quet , “pero no me falta motivo. Si algun dia 
llego á entrar en el paraiso no será porque 
haya sido buen hijo; y con una madre viu- 
da! — Sobre este tema discurrió algun tiem- 
po hasta que me contó que en casa del procu- 
rador habia visto á una señora ya de años que 
le recordó á su madre, y enseguida habla que 
te habla, tanto que olvidando su reserva me 
hizo el retrato de lo que era aquella en otro 
tiempo. Preguntéle cómo se llamaba aquella 
señora entrada ya en edad, y me respondió 
que era mistress Rouncewell, ama de llaves 
hacia mas de cincuenta años en el castillo de 
Chiesney-Wold en el Lincolnshire; sabia, 
porque así lo habia dicho con frecuencia , que 
era natural de aquel país, y luego que estu- 
vo fuera, dije á mi marido Lignum : «Apos- 
taria un billete de mil francos que Georges 
ha visto 4 su madre. » 
—¡Ah! bendita seais, gracias, gracias | 
exclama mistress Rouncewell al oir esta his- 
toria á lo menos por vigésima vez en cuatro 
horas. 4 
—No han de dárseme gracias á mi, sino á 
vos por mostraros tan agradecida. Lo prime- 
ro que ahora hemos de hacer es alcanzar de 
Georges que no,omita medio alguno para pro- 
  
  
  
 
	        
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