420 | LA CASA
gura de que cumpliré la promesa que os he
hecho á vos y al baron sir Leicester Ded-
lock,
Y otra vez emprendimos el triste camino
que acabábamos de recorrer , quebrando el
hielo y aplastando la nieve , la cual saltaba á
nuestro alrededor como el agua azotada por la
rueda de un molino, :
- CAPÍTULO LVIIL.
Un día y una noche de invierno.
Impasible siempre como á su rango conve-
nia, el palacio Dedlock conserva su dignidad
nativa en la calle de imponente nobleza en
que se halla situado. De cuando en cuando
los lacayos de empolvada cabellera abren la
ventana de la antesala. y miran el polvo libre
de derechos (*) que no cesa de caer del cielo,
volviendo á arrimar al momento su hermosa
librea de color de albérchigo al fuego de la
chimenea, y allí olvidan el frio intenso que
se siente afuera. A las personas que se pre-
sentan se les dice que milady ha ido 4 Ches-
ney-Wold y que la están esperando de un mo-
mento á otro. $
Los rumores que van y vienen nc consien-
ten en correr en su busca al condado de Lin-
coln-, y se limitan á circular por la ciudad y
á propalar á derecha é izquierda que el infe-
liz sir Leicester ha sido indignamente yendi-
do; ¡ pobre hombre! Cuéntanse cosas horribles
y esas mismas cosas horribles deleitan al mun-
do á cinco millas á la redonda, Ignorar el in-
fortunio que ha herido al baron equivale á
confesar su propia nulidad, á declararse á sí
mismo completamente ignorado, y por esto
“es que una de aquellas sirenas de color avi-
nagrado y cuello de esqueleto sabe ya con to-
dos los pormenores la demanda que sir Lei-
cester va á dirigir á la Cámara alta para obte-
ter el divorcio. ES
En las tiendas de Blaze, famoso joyero, de
Gloss y Sheen, mercaderes de novedades, no
se habla de otra cosa, la cual será por mucho
tiempo el suceso mas importante del siglo, el
hecho característico de la época , sin que las
parroquianas de tales establecimientos sospe-
chen ni por asomo que, á pesar de su gran
tono , son medidas y pesadas detrás del mos -
trador sin ninguna clase de consideracion.
—Ya conoceis la gente que aqui viene,
sa) El polvo para los cabellos paga en In-
glaterra derechos muy crecidos. (N. del T.)
M. John, dice Blaze refiriéndose al asunto
de que se trata; son todos lo mismo que car-
neros ; á donde va uno van todos; con dos Ú
tres que tomeis por muestra, estais ya ente-
rado de todo el rebaño, : y :
Gloss y Sheen dicen una cosa igual ó pa-
recida á su John 6 Will respectivo, y el ten-
-_dero M. Sladdery , que cuenta en su clientela
log mas nobles carneros , exclama con el mis-
mo motivo:
—Sí, señor; entre mis distinguidas rela-
ciones corren ciertos rumores relativos á mi-
lady Dedlock ; por fuerza se ha de hablar de
algo, y basta con que se diga á una ó dos la-
dis, cuyos nombres podria citaros , para que
todo el mundo lo sepa y adquiera la historia
inmenso favor; lo mismo que si me trajerais
un objeto para ponerlo de moda y yo lo con-
fiase á esas señoras para darlo á conocer. Ade-
más existia inocente rivalidad entre ellas y
milady Dedlock, y estoy cierto que especu-
lando con ella se habria podido ganar algun
dinero; habria sido un buen negocio, ¡ Cuan-
do os digo que he hecho profundo estudio de
mi noble clientela, y que la hago andar como
un reloj segun me acomoda !
El rumor crece, y obstinado en no salir de
la ciudad , á las cinco y media de la tarde ins-
pira al distinguido Bob Stables una observa-
cion nueva que eclipsa por completo la últi-
ma que sostenia su reputacion de hombre de
agudas salidas; dijo «que por mas que nunca
hubiese dudado de que milady era la mujer
mejor cuidada de todo el stud, siempre habia
creido que caeria en la carrera;» dicho sor-
prendente que es acogido con frenético delí-
rio: por los miembros del Jockey-Club.
Milady es todavía el interés mas palpitante
de las tertulias, el astro principal del firma-
mento cuyas mas puras estrellas eclipsaba
ayer. «¡Cómo! ¿qué ha sido eso? ¿por quién?
¿cuándo ? ¿dónde 7...» Sus amigos predilectos
asi la vilipendian en su jerga mas elegante,
con el acento mas suave, con la perfeccion
de la mas cortés indiferencia. Uno de los ras-
gos característicos del inagotable tema es ins-
pirar á ciertas personas á quienes se habia
creido hasta entonces desprovistas de todo in-
genio y que sin embargo han dicho acerca de
ello verdaderas agudezas. William Buffy re-
fiere uno de los notables dichos de la mesa
redonda en que come en la Cámara de los Lo-
res , donde el jefe del partido lo hizo ¿circular
con su caja de tabaco para impedir á sus se-
cuaces levantarse de los bancos , produciendo
un efecto tan asombroso que el orador, al
- cual se le repite al oido por encima de su pe-
luca , tiene que exclamar por tres veces :
_ —Silencio en el buffet |! sin obtener el me-
nor resultado.
—Es